miércoles, 15 de junio de 2016

Secretos del Mar Dulce. Una historia de Santa Fe La Vieja (2014, L.Ruatta/I.Oleksak)



Lo que le cuentes al río le llegará


Secretos del Mar Dulce. Una historia de Santa Fe La Vieja
(Argentina, 2014)
Dirección: Lautaro Ruatta, Iván Oleksak.
Guión: Lautaro Ruatta.
Coordinación General: Cecilia Vallina.
Producción General: Paula Valenzuela.
Investigación: Matías Torres Gollán, Francisco Zanotti, Lautaro Ruatta, Alan Valsangiacomo.
Fotografía: Pablo Martínez.
Montaje: Iván Oleksak.
Reparto: Paloma Martínez, Agustina Rosica, Camilo Gaspoz, Lautaro Ruatta, Javier Bonatti, Silvana Montemurri, Elbio Pieroni, Sergio Gullino, Luis María Calvo, Alicia Talsky, Gabriel Cocco, Paula Busso, Juliana Frías, Lucía Molina, Mercedes Valdés, Reynaldo Cardozo.
7 (siete) puntos

Por Leandro Arteaga

Es el siglo XVI, y el escenario y argumento ubican la narración en la histórica Santa Fe La Vieja, ahora Cayastá. Hay voz en off que viene de tiempos remotos, como ecos que todavía rebotan. Alguien escuchó algo, encontró objetos. Todo esto como testimonio que legar. Desde un más allá de centurias, con protagonistas que han vivido por acá nomás, pero sin embargo descansan en un tiempo lejano. El juego del abuelo a la nieta, comienza.
Acá el inicio de la aventura, con arqueología, historia, museos, y niños que investigan. Se trata de Secretos del Mar Dulce. Una historia de Santa Fe La Vieja, telefilm de Señal Santa Fe, con dirección de Lautaro Ruatta e Iván Oleksak, rodada en las locaciones del Parque Arqueológico Santa Fe La Vieja. Está disponible en la plataforma online de El Cairo Cine Público (http://www.elcairocinepublico.gob.ar/), y vale la pena reparar en la película ya que, entre otros méritos, cuenta con la obtención de un Fund TV en 2015 al mejor documental unitario.
El film de Ruatta y Oleksak indaga en la historia santafesina desde un propósito ameno, con predilección por la mirada inquisitiva, curiosa, de la niñez. En este sentido, el parámetro remite al mundo lúdico de películas como Los Goonies o, antes bien, al imaginario juvenil contenido en colecciones literarias como la Robin Hood de Acme. Todo esto desde la alternancia temporal que permite el montaje paralelo, para dar cuenta de un episodio histórico e imaginario –situado en 1566-, con personaje desertor y otro sumiso a la corona española; más la intermediación supuesta por el abuelo pescador; y la articulación final con esa nieta que tendrá la oportunidad de llevar adelante el protagónico aventurero.
Para ello, la pequeña unirá fuerzas con un primo y una amiga. Los tres, ahora sí, rumbo a la promesa de esta carta misteriosa, con frases en clave, términos sesgados y contenido cifrado. A partir de allí, el camino se deconstruye y es la misma tecnología la que comienza a dar pasos en retirada: del chat a los libros, y de allí a los manuscritos. El viaje en el tiempo ha comenzado.
Lo que se enhebra, en última instancia, es la fascinación por contar la historia, la de la provincia y región, contenida en la fundación de su ciudad capital. Hay que escuchar a los que saben, porque investigan y habitan para ello entre paredes de museos y archivos. Los pibes van y preguntan, para dar a Secretos del Mar Dulce una entonación de documental más tradicional, con testimonios y documentos. Pero todo esto a partir de ese armazón mayor que es la ficción y que, como tal, aporta el encanto de su relato para hacer fascinante lo que, desde lo estatuario de ciertas tradiciones, parece aburrido.
En este aspecto, el telefilm da cuenta de una preocupación que es la de actualizar un interés con eje en el legado generacional, en la supervivencia de la memoria. Hay un registro que hace foco en lo institucional, en su necesidad, pero también en el nexo entre las personas, único modo de dinamizar, vitalizar, lo que de otro modo pareciera osificarse.
Son tantas, por eso, las historias que guarda el terruño santafesino, que es imposible pensar que allí no aniden misterios y tesoros por encontrar, con los que temer, asombrarse, maravillarse y penar. La vida de los pueblos originarios tiene acá el lugar desolado, el del pueblo sometido, vejado, dedicado a trazar estéticas de identidad en vasijas que sobrevivan al espanto. Los restos aparecen, esparcidos, como si la tierra los diera a la superficie como respuesta a promesas. Son pedacitos de un mundo que ha sido, si bien pasible de ser, aunque sea, sentido para así saber por qué se habita donde se vive.
Como si se tratara de una unidad orgánica, en donde el pasado repercute sobre el presente y arroja flechas hacia el después, las líneas argumentales de Secretos del Mar Dulce se tocan a partir de una vasija, una muñeca, una carta. Elementos que cumplen el rol de permitir la acción, pero también de comunicar las partes alejadas en el tiempo, pero coincidentes con un mismo tejido social.

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