Un doblez sin
claroscuros
Leyenda: La profesión de la violencia
(Legend)
Reino Unido, 2015
Dirección y guión: Brian Helgeland.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Dick Pope.
Montaje: Peter McNulty.
Reparto:
Tom Hardy, Emily Browning, David Thewlis, Taron Egerton, Christopher
Ecclestone, Chazz Palminteri, Paul Bettany.
Duración: 131 minutos.
Salas:
Monumental, Hoyts, Showcase, Village.
5
(cinco) puntos
Por
Leandro Arteaga
Los hermanos gemelos y el
cine son de relación fructífera, siniestra. Entre varios ejemplos, dos
magistrales: Tras el espejo (1946),
con Olivia de Havilland desdoblada en crimen ejecutado por el maestro de las
sombras y alemán Robert Siodmak; y Pacto
de amor (1988), con Jeremy Irons en trance dual, alucinado de pasión
quirúrgica, cortesía de David Cronenberg.
Con Leyenda: la profesión de la violencia, toca el turno al ascendente
Tom Hardy, quien recrea vidas y violencia de los hermanos Ronald y Reggie Kray,
gángsters verídicos de la
Londres de los ’60. Conforme a una dicotomía explícita: Reggie
es el más centrado, con sapiencia e intuición de negocios, además de vida
matrimonial; mientras Ronald requiere de medicamentos que le controlen,
liberado del psiquiátrico por influencias, con una conducta (homo)sexual
desbocada.
Con tales premisas, teñidas
de crímenes y Swinging London, el
film de Brian Helgeland no puede menos que atraer. Pero el encanto noir y british apenas si rasguña. El director norteamericano –de títulos
como Revancha y Devorador de pecados, además de guionista prolífico– planifica un
film de acción con torpeza y golpes de efecto. Por eso, podría decirse que Tom
Hardy, por físico, es el actor justo. Cuando sucede la escena del bar, las
piñas y el martillo, la contundencia es bestial, algo paródica. Apariencia que
no permite fisuras ni grietas por donde transcurra una sensibilidad distinta,
como la que el mismo actor profesara en la noir
y notable La entrega, con guión
de Dennis Lehane.
De modo tal que en vano
querrán buscarse en Leyenda tintes
poéticos, de angustia y doppelgänger.
El doble es visto aquí como un artificio para el lucimiento de un actor
desbocado o retraído, pero sin matices. Así como también para los artilugios
técnicos que permiten la coparticipación de los personajes en el mismo plano.
No hay claroscuros ni crimen como la más bella de las artes –no puede pensarse
en Scorsese al ver este film, de ningún modo–. En todo caso, distingue la
fotografía de Dick Pope, para una reconstrucción de ciudad y barrios luminosos,
de decorados y artificios digitales, que participan sin problemas con la
dentadura falsa de Hardy y su Ronald Kray.
Si no hay angustia no hay sombras. Si no hay sombras, poco se esconde. De
manera tal que Leyenda puede ser visto como un film más o menos curioso, incapaz de
problematizar, tendiente a la caricatura y el lugar común: en este caso, la
participación obvia de Chazz Palminteri. Que sobre el desenlace las
caracterizaciones de Reggie y Ronald varíen de manera inversa, no añade
complejidad, sino otro golpe de efecto, superficial, sin anidar en aquello que
no se puede decir con palabras, en donde sólo pueden atisbar mentes preclaras y
cinematográficas, como las de Siodmak y Cronenberg.
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