domingo, 31 de enero de 2016

Parque Chas Integral (Puro Comic, 2015)



Un barrio de historias fantásticas

La historieta de Risso y Barreiro que hoy es considerada clásica. La obra tuvo repercusión en Europa y Estados Unidos. La edición de Puro Comic compila las dos partes en un único libro.

Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (31/12/2015)

Parque Chas es un clásico de la historieta argentina. Se publicó por primera vez en el número 36 de revista Fierro (primera época) en 1987, y significó de modo bisagra en el devenir profesional de su dibujante, Eduardo Risso. Con guión de Ricardo Barreiro, Risso tuvo allí una oportunidad diferente, por fuera del modelo estético al que obligaban las historietas en Columba, en donde había volcado el grueso de su producción. El resultado fue mayúsculo, con repercusión europea y una segunda parte a pedido del mercado italiano.
Leer Parque Chas continúa siendo posible gracias al sello local Puro Comic. La editorial de Daniel Galliano hizo una primera edición de la obra en 2004 (con reedición en 2008), y publicó también Parque Chas 2 en 2006. Se trata, con orgullo, del caballito de batalla editor, preocupado por rescatar otras obras del dibujante como Borderline y Yo, vampiro, ambas con guión de Carlos Trillo. Por eso, la novedad de un Parque Chas Integral es bienvenida así como siempre necesaria.
Si bien cordobés, Eduardo Risso tiene su vida en Rosario desde hace tantos años como historietas realizadas y premios internacionales obtenidos. Es, además, organizador con el CEC de la convención Crack Bang Boom. Y su nombre, por sí solo, significa de manera relevante al ser autor, entre tanto más, de 100 balas, una obra maestra absoluta con guión del norteamericano Brian Azzarello.
Es en virtud de este recorrido profesional cómo Parque Chas se redimensiona siempre más. Su publicación en Fierro le propició al dibujante, en su momento, un salto estético y profesional. A partir de la negativa editorial de trabajar el color, Risso desarrolló un trabajo en grises, con volumen, en un papel granulado que le permitió otras texturas. Estas decisiones estéticas, en consonancia con el espíritu urbano/fantástico del guión, distinguieron a Risso desde un cambio cualitativo respecto de su tarea precedente en editorial Columba, donde destacara en historietas como Julio César, con guión de Ricardo Ferrari, y El Angel, con Robin Wood. "El resultado fue algo distinto y bien aceptado por los lectores", decía el dibujante.
Parque Chas también es inicio del vínculo profesional con el escritor Ricardo Barreiro (1949-1999), quien se ha ganado el sitial de honor de la profesión, junto a Héctor Oesterheld, Carlos Trillo y Robin Wood. En Parque Chas, Barreiro y Risso perfilan al barrio porteño como un entretejido inevitable donde el protagonista busca vivir. Calles que se cruzan a la manera de un ámbito raro, proclive a un desocultamiento. Habrá una ventana cerrada, prohibida, como seducción para una investigación que llevará a sondear en una cercanía extraña. Historias recopiladas acumulan en Parque Chas un hálito de misterio: recuerdos de infancia junto a invasiones alienígenas, un subte peronista perdido, un auto asesino, fiestas de disfraces junto a Casanova. Los guardianes de estas historias esperan en los bares, escondidos pero a la vista, perdidos en vasos de vino; a la manera de una espiral. El nombre de Aitana aparece suspendido, como revelación y desenlace; Aitana encierra también otros misterios: mujer y amor.
Barreiro acumula elementos del imaginario porteño, de las revistas leídas cuando pibes, de los géneros masivos, para trocar en una simpatía siniestra, donde los vecinos esconden dientes afilados y la oscuridad pervive como legado de la última dictadura militar. Con el uso del blanco y negro y sus gradaciones, Risso hace de Parque Chas un ejercicio de climas, de estados de ánimo para el personaje: atolondrado, vigoroso, aventurero, enamorado, curioso, de una angustia preeminente. Porque el temor mayor, justamente, es el de no poder salir.
Alejandro Dolina, Borges, Juan Salvo, también aparecen perdidos por allí, codo a codo con la historia de este laberinto que no tiene centro. En este sentido, vale también recordar que el esquema motor de Parque Chas es reincidencia y profundización del abismo que el guionista ya pergeñara en Ciudad (1982), junto a los lápices de Juan Giménez. Otra obra notable, desde el exilio.
"Juntos, los autores encontraron un tono violento, preciso y melancólico que unió la poesía que necesitaba la descripción del enigma a la violencia brutal con que ese enigma se debía resolver", dice Carlos Trillo en su prólogo. Según Carlos Scolari, Parque Chas "fue una obra de autor que logró sintetizar el sueño oesterheldiano de una 'ciencia ficción nacional' con un riquísimo trabajo gráfico situado en la frontera entre la experimentación y los códigos seriales" (Historietas para sobrevivientes, Colihue, 1999: 269). La respuesta favorable por parte de los lectores de Fierro se extendió también a ediciones europeas, entre ellas, Tótem, Comic Art, y la norteamericana Heavy Metal (con el título "Park Charles").
El mercado italiano fue el impulsor de Parque Chas 2 (publicada en Fierro en 1992), pero con un esquema más atado a la aventura extraordinaria -otra vez la ventana prohibida, portal para el salto en el tiempo-, sin los matices de horror que le caracterizaran. La dupla Barreiro-Risso reincidirá en Caín (1988): la distopía de un niño gemelo, mesiánico, nacido de la basura, impelido a luchar contra una situación -mirada perspicaz de Barreiro- dominada por la televisión, la retórica política, la miseria planificada. Cualquier semejanza actual, se sabe, se debe a la intuición artística. Tanto se lo extraña a Barreiro, tantas buenas historietas han sido posibles gracias a él.


Oscar Grillo: entrevista



Grotescos que dibujan sonrisas

Dueño de un mundo que es celebrado de manera internacional, Oscar Grillo inauguró su muestra en el Fontanarrosa. Historieta, cine, tango, infancia, como obsesiones y temas de un artista sin par.

Por Leandro Arteaga

Acercarse en persona a Oscar Grillo es, casi, como sucede con sus mismos dibujos. Una catarata de impresiones superpuestas. “¿Cómo que me admirás? Vos estás confundido”, le dice al cronista; así como cuando inaugura su muestra, durante el jueves pasado: “Les agradezco desde el fondo de mi corazón que hayan venido a ver estas pobres cosas que he hecho”.
Las “pobres cosas” que refiere se reparten por todas las paredes de la planta baja del Centro Cultural Fontanarrosa. No alcanzan. Son tantas que suman también paneles. Repartidas entre series que las conjugan y combinan. Personajes de cuentos de hadas cruzan miradas con el mundo arltiano, los arrabales se enfangan en tangos, Gulliver espera turno de baile, y un gaucho arremete un malambo que es un espectáculo.
Lo del “fondo de mi corazón” asume también el título elegido: “Del fondo del barril. Dibujos impresentables”, que permanecerá en el Fontanarrosa hasta el 6 de diciembre. En otras palabras, la posibilidad de acercarse al mundo sin par de Oscar Grillo (Lanús, 1943), ilustrador y animador de relieve internacional, con vida en Londres desde 1971, y participación en títulos de Hollywood como Monsters, Inc. y Men in Black.
Bromea con el público pero lo que dice es profundamente cierto: “Si alguien me quiere ahorcar con esta corbata, me la regaló Paul McCartney”. El vínculo con el beatle tiene su correlato en el video-clip Seaside Woman (1980), que el argentino animara para Linda McCartney & Wings (en YouTube está disponible). Lo supo emitir reiteradamente Caloi en su tinta, y fue en la apertura de este programa insigne donde podían apreciarse ilustraciones suyas.
Ahora bien, ¿cuáles son los temas, obsesiones, que en ellas abundan? Dice el maestro: “Angustia, miedo, hambre, desesperación, y ganas de seguir viviendo un poquitito más de lo que la vida nos permite”. En sus blancos y negros, a veces colores, se respira de manera convulsa, en medio de un ajetreo de páginas ciudadanas que es también un arcón de recuerdos que pelean por salir primero. Hay encanto, hay dolor. “Yo no soy un cómico, no hago chistes, pero creo en dibujar cosas grotescas que puedan hacer sonreír a los que caminan. Como el mundo me ha dado tantas piñas por los años que he vivido, me dediqué más que nada a confrontar las crueles realidades y transformarlas en formas cómicas de la existencia”, explica.
Y se ejemplifica: “Como el caso de tener una imagen de la Olympia de Manet con medias, a Pinocho pidiendo limosnas, a Blancanieves en el día que le entregan la manzana, o a Caperucita Roja haciendo lo que debió hacer: darle una patada en los cataplines a ese idiota del lobo. Poniendo esas ideas así, a veces uno puede encontrar, aunque sea por error, unas formas de la realidad o de la verdad, o de lo que uno cree que es honesto”. Su manera de plasmarlo, comenta, es “simple”. “No hago técnicas especiales, dibujo con el pincel, la lapicera, tinta china, y rápido. A veces me sorprendo yo mismo de las porquerías que salen.” Estas “porquerías” son un regocijo que atenaza, que deja el ánimo del que mira suspendido entre trazos y líneas que acercan la infancia, le quitan la inocencia, y devuelven asombro al mundo.
Además de McCartney, Oscar Grillo es amigo de Dick Tracy, de Crist, del Sargento Kirk, de Sábat, de las tardes en camiseta de Calé (y sus clubes de barrio, sus veredas, la milonga), de Li’l Abner y del Pato Donald. Pero del Donald que, como bien sabía el niño Carlos Trillo, dibujaba un tipo sobresaliente: Carl Barks. Un homenaje a ese otro padre del pato pudo leerse en la Fierro en Trillo y Grillo (2006-2007). “Otra porquería”, recuerda el artista. Y agrega que, entre otros, ha conocido a Chuck Jones, que aprecia mucho a Bill Plympton (quien estuvo en Rosario hace días y habló maravillas de Grillo), y que cena una vez al mes con Dick Williams, el director de animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?. “¡No sabés lo que es su último trabajo!”, exclama. “¡Todo hecho a mano!”.
Así que, ya sabe, está avisado, vaya y piérdase en alguna de esas avenidas con nombre de historieta porque el recuerdo está fresco y la buena tinta, por suerte, mancha para siempre.

Star Wars: El despertar de la fuerza (2015.J.J. Abrams)



Las películas que venden muñequitos


Con un relato sostenido, la nueva entrega de Star Wars reinicia la franquicia sin novedades. J.J. Abrams y la mirada que se espeja. La nostalgia como vehículo comercial. El cine de la infancia y el cine infantil.



Star Wars: El despertar de la fuerza
(Star Wars: The Force Awakens)
EE.UU., 2015
Dirección: J.J. Abrams. Guión: Lawrence Kasdan, J.J. Abrams, Michael Arndt. Fotografía: Dan Mindel. Música: John Williams. Montaje: Maryann Brandon, Mary Jo Markey. Reparto: Harrison Ford, Mark Hamill, Carrie Fisher, Adam Driver, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Lupita Nyong'o. Duración: 135 minutos.
6 (seis) puntos

Por Leandro Arteaga 
Rosario/12 (21/12/2015)

Signo del Hollywood de estos días, la relación infantiloide que prima no podía dejar fuera la puesta al día de una de sus marcas registradas. De este modo, y a la par de otras incursiones –entre las que destella la miríada de títulos Marvel-, Disney pega otro batacazo y cumple cada vez más el rol de aquella compañía financiera que Mel Brooks bautizara –proféticamente, en La última locura de Mel Brooks- como “Abarca y Devora”.

Antes bien, es justo señalar que J.J. Abrams es uno de los nombres mejores para pensar el vínculo imbricado, de cuño transmedia, entre la televisión y el cine. Su predilección por los mundos paralelos, los universos superpuestos, han permeado esta relación –desde siempre antitética, ahora medular- para reformular el relato clásico en términos audiovisuales.

Desde que sus héroes pisaron esa isla de tiempos perdidos en la serie Lost, el cine sintió el cimbronazo y quedó herido. Cineastas, intérpretes y técnicos, se fueron para el lado televisivo. Y Abrams, formado a su vez desde el cine y las películas televisadas, se fue también para el cine. ¿Qué es lo que define a uno y otro lado? Es algo que importa, parece, cada vez menos. Así, el director/productor ha logrado que el robotito rojo de su compañía (Bad Robot) esté presente de modo indistinto.

En otras palabras, su filmografía destaca por hacer patente el diálogo con lo visto o sucedido, en ese pretérito que es la infancia, contenido en películas y series. Súper 8 (2011) es la que mejor lo expresa, al dar cuerpo a esa pasión de cine que nacía al amparo de lo que se veía. De manera evidente, la tercera entrega de Misión: Imposible o el díptico Star Trek lo confirman, al re-filmar en pantalla grande lo que habitaba la pantalla chica. En todo caso, los mundos alternos son esos universos que los relatos enhebran, que habitan con uno en la forma indefinida de “infancia”, y que Abrams sabe cómo “rebootear” o revivir para, de paso, hacer lo que le gusta.

El caso Star Wars, por eso, es otra vez lo mismo. De nuevo lo que se había visto. No habrá, en este sentido, novedades que realmente infrinjan lo que todo espectador sabe, sino golpes de efecto que, eso sí, espejan lo sucedido para barajar y dar de nuevo. Espejar es atravesar la imagen desdoblada, aceptar un reflejo invertido. Procedimiento empleado en Star Trek, Lost, Fringe y, desde ya, en Star Wars.

Ahora bien, así como con Star Trek, lo que Abrams practica en Star Wars es también una remake, provista de todos los lugares comunes y previsibles, establecidos a lo largo de una saga que, si se detiene uno en la primigenia película de 1977, también ésta era conciente de tal premisa. Pero sin gozar del reconocimiento institucional actual, filmada a la par del desaire de los grandes estudios.

De acuerdo con esta línea, George Lucas fue un cineasta capaz de refundir aspectos presentes en los westerns, la space opera y la historieta, con Flash Gordon como guía. Le añadió, a su vez, una intuición de futuro sucio, viejo, que provenía de su anterior THX 1138 (1971), profético de cara a la ciencia ficción del cine posterior.

Abrams dice proseguir, voluntariamente, este camino, pero lo que de veras hace es mentir de modo disimulado, para disfrazar el rumbo del cine del nuevo siglo, digital y sin sonido de película que se proyecta. Su nueva Star Wars se asemeja de modo epidérmico a la trilogía original, a aquello que, fatalmente, ha sido. Que Abrams diga filmar en celuloide no devuelve la vieja experiencia, tampoco los muñecos o actores enfundados en trajes peludos. Lo que sucede, en todo caso, es un eco que podrá despertar cierta nostalgia, pero que contradice las motivaciones mismas de las películas de Lucas. En otras palabras, si lo que Hollywood tiene hoy para ofrecer es una versión remozada de La guerra de las galaxias –ese título cada vez menos recordado en la distribución local-, lo que culmina por sobresalir es el artificio de un comercio que, se decía, sólo abarca y devora.

Al seguir este planteo, lo que aparece es la revalorización de la nueva trilogía de George Lucas, la conocida como Episodios 1, 2 y 3. Se la ha atacado y menospreciado de modo progresivo. En muchos aspectos, con razón. Pero hay algo que allí sucedía, de manera acorde con las películas de origen: Lucas trabaja desde el adelanto tecnológico, con un cine que está mirando al futuro. Episodio 2: El ataque de los clones, de 2002, fue la primera película digital de la historia, que prescindió del celuloide para su rodaje. Mientras el episodio anterior incorporaba por primera vez un personaje enteramente digital. Ése es el camino que Lucas promovió con sus películas, con bastiones logrados en la profesionalización de los efectos especiales y digitales, más el acento en el cuidado del área de sonido, tradicionalmente desatendido en las salas de proyección.

La nueva Star Wars ya tiene todo esto a favor, y lo que hace –¿podría haber sido diferente?- es reiterar lo siempre mismo. Se podrá decir que el mito retorna, que es invariable y tantas otras cosas, pero lo cierto también es que la lógica comercial que promueve Hollywood se ha vuelto tan cerrada, que las grietas por donde podría filtrarse cierta espontaneidad están cada vez más soterradas. De acuerdo, Abrams aporta un relato sostenido, encendido, que guarda ciertas sorpresas y eso, en un cine eminentemente narrativo, no es poca cosa.

Pero también habrá que pensar que el desarrollo argumental tiene puntos flacos hacia su mitad, en donde la incredulidad debe estar muy suspendida para permitir que el film prosiga. Junto a una secuencia de clara recreación nacionalsocialista, en clave iconográfica con sesgo terrorista, lo que hace que el film respire algo de lo que resuena por estos días. La “resistencia”, está claro, no es otra cosa más que una marca registrada Disney.

Y sí, por qué no, también celebrar que esos personajes que el espectador vio, hace mucho tiempo en esa galaxia lejana de nombre infancia, todavía están y respiran. Algo es algo, bastante irresistible, si bien fugaz.

Vergüenza y respeto (2015, Tomás Lipgot)



Imágenes de vidas gitanas

Con un registro de vocación plural, la película de Tomás Lipgot retrata la vida de una familia gitana del conurbano bonaerense. La tradición de una cultura que persiste. Se exhibió en el Bafici, ahora con estreno en Sala El Cairo.


Vergüenza y respeto
(Argentina, 2015)
Direcció y guión: Tomás Lipgot. Fotografía: Nicolás Richat. Montaje: Leandro Tolchinsky. Dirección de sonido: Hernán Severino. Producción general: Tomás Lipgot y Nicolás Herzog. Duración: 81 minutos.
8 (ocho) puntos

Por Leandro Arteaga

“Vergüenza y respeto” clama varias veces la película de Tomás Lipgot. Quienes enuncian y apropian estos valores, como modo de convivir y trascender el tiempo, son los Campos, una familia gitana que habita la zona de San Miguel, en Buenos Aires. Dos palabras que son eje de una articulación familiar y cultural, en la que la cámara del realizador se adentra. El resultado es íntimo, festivo.
El propio Lipgot ha expresado su curiosidad siempre latente por la comunidad gitana, finalmente consecuente con el rodaje de su film anterior: El árbol de la muralla, dedicado a la vida de Jack Fuchs, sobreviviente de Auschwitz. La elección de la temática gitana, como germen contenido en una película dedicada a la memoria del Holocausto –entre cuyas víctimas destacan los gitanos-, permite enhebrar la reflexión realizada por la filósofa Hannah Arendt, quien entendía la ausencia de límites geográficos del pueblo judío como motivo de alarma nazi.
Ahora bien, debiera también practicarse un recorrido sobre el estereotipo gitano que el cine argentino ha construido. En ese listado no faltaría el corto animado Upa en apuros (1942), primera incursión en pantalla grande del indio Patoruzú, acá dedicado al rescate de su hermano, raptado por Juaniyo, el gitano “ladrón de niños”. En la lista, tampoco estarían ausentes los simplismos de Gitano (1970), con Sandro, y la tira televisiva Soy gitano (2003-04), con Osvaldo Laport. Es decir, el cine tiene mucho que decir al respecto.
En este sentido, las pocas imágenes documentales que Vergüenza y respeto exhibe son de un interés mayúsculo, al revivir tiempos pasados para hacerlos comulgar con los protagonistas de Lipgot. De esta manera, el realizador teje una memoria histórica que se debate cinematográficamente al interrogar al ojo que mira: sea tanto el que está detrás de la cámara como el que se sitúa frente a la pantalla.
El acento mayor, que es decisión estética y mirada ideológica asumida, lo marca el inicio, con fragmentos de un video amateur y gitano sobre el rito de consumación de la pareja. Con efectos digitales chillones, pero desde un punto de vista que es inmanente a la cultura retratada, la película dentro de la película señala de modo suficiente. Por un lado, porque lleva al planteo referido más arriba: ¿en manos de quiénes descansan las cámaras que han retratado al pueblo gitano? Por el otro, porque hace pública una costumbre que es parte de una sociedad variada, plural, que las más de las veces ignora lo que allí se contempla.
Esta es apenas la punta de ovillo de una película que retrata aspectos de esta familia descendiente de la tribu Caló, proveniente de España, con el flamenco en venas y cuerdas vocales y bailes. En el recorrido habrá situaciones para la sorpresa, la curiosidad, y el inevitable choque con quien quiera mirar. Porque los Campos entienden que la sociedad son ellos y los payos (los no-gitanos). En este ir y venir establecen su vida y procuran conservar sus costumbres. Se nota que no es tarea fácil. El más intransigente es el abuelo, su hijo lo entiende pero sabe que es mucho lo que ha cambiado, si bien los dos coinciden en que pocas cosas han quedado de la tradición. El pañuelo, queda el pañuelo. Y la vergüenza y el respeto por la mujer.
Acá no faltarán pareceres encontrados con el espectador. Porque mientras se dice que los gitanos eran un patriarcado que ya no es, las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio así como ser ignoradas si es que se apartan de las costumbres. En todo caso, no es un dedo que juzgue el interés propuesto por el documental de Lipgot, sino su inmersión en una cosmovisión en ejercicio, donde la cámara se confunde de maneras diferentes.
Este confundirse en lo cotidiano-extraño se revela como consecuencia de una intimidad que le ha abierto sus puertas al realizador. Se intuye, por eso, un trabajo previo fundamental, donde Lipgot debe haber ganado simpatías con un núcleo que se revela drástico, con una demarcación clara entre ellos y los payos. Desde la elección de los recursos narrativos, Vergüenza y respeto apela a invisibilizar la presencia del cineasta, hasta tal punto que hay momentos donde es la cámara misma la que parece no estar ante los protagonistas.
En este devenir, el film se vale de muy pocas entrevistas, mientras acompaña vivencias, discusiones, festejos, comidas, música. Las voces se suman desde las distintas generaciones; por eso, uno de los mejores momentos está en la transmisión oral de palabras y expresiones que abuelo y padre hacen al más pequeño. Casi como un juego, también como una responsabilidad heredada, con el fin de ser legada.
Lo que aparece también, casi como si se tratara de un guión escrito previamente, son los personajes llamativos, bufonescos. Es el caso del tío “loco”, el que trabaja como guardia de seguridad en un juzgado, con la sonrisa sin dientes predispuesta, mientras bebe, baila, bromea y deja su pistola a resguardo. O el músico que sobresalió, tuvo momentos de escenario, pero después algo pasó. Son muchas las historias que apenas se dicen, que significan a la manera de paréntesis de lo mucho más que toda persona siempre es.
Entre las facetas diferentes, que recorren memoria y tradición, los niños aparecen como el resguardo mayor, con sus lugares sociales previamente aceptados. El hombre es el que puede y debe salir, ir al contacto con los payos y dado el caso, también tener sus experiencias con otras mujeres. Pero no debe pasarse de la raya, tiene que volver. Mientras que la mujer es el centro del hogar, la que se queda, la que sostiene el entramado que sobre ella se despliega.
Podrían hacerse muchas objeciones al comportamiento social gitano, pero lo inmediato que el film de Lipgot parece ensayar es una luminosidad devuelta sobre los pareceres personales y sociales de toda persona. En Vergüenza y respeto no se practica el prejuicio, sino su reverso, como una de las maneras más nobles de pensar y practicar la convivencia. También de hacer cine.

Kryptonita (2015, Nicanor Loreti)



Superhéroes desde el margen

La noche decisiva en la vida de un hombre de acero. Amigos que lo cuidan, vidas en peligro. Policías violentos y un villano de risa demente. Casi como si fueran superhéroes. Pero no.


Kryptonita
(Argentina, 2015)
Dirección: Nicanor Loreti. Guión: Nicanor Loreti, Camilo De Cabo, colaboración de Paula Manzone y Nicolás Britos, basado en la novela de Leonardo Oyola. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Darío Georges. Montaje: Nicanor Loreti, Francisco Freixá. Reparto: Diego Velázquez, Juan Palomino, Lautaro Delgado, Diego Cremonesi, Carca, Nico Vázquez, Pablo Rago, Sofía Palomino, Diego Capusotto. Duración: 80 minutos. 
7 (siete) puntos

Por Leandro Arteaga

 Hay varias líneas que confluyen en Kryptonita. Que encuentran vínculo en la misma apropiación –vía revistas locales y mexicanas– de esa palabra rara, de radiación letal para Superman. El libro de Leonardo Oyola rubrica la cuestión desde la recreación del superhéroe y amigos en el conurbano bonaerense, a lo largo de una noche de hospital con su vida en peligro.
Las líneas aludidas responden, por un lado, a la inserción de esta película en un género cinematográfico todavía novedoso. Hay una afinidad elegida, que comparte cartel con propuestas de índole similar. Por otro lado, también hay un recorrido cinéfilo local, que da cuenta de la dificultad de entender un concepto eminentemente norteamericano en la narrativa argentina. Es decir, el forzamiento conduce a la parodia, es inevitable.
En este sentido, puede pensarse en Zenitram (2010), la película de Luis Barone, como una reversión irónica, peronista, protagonizada por este “equívoco superhéroe argentino”, según Juan Sasturain, autor del cuento. Pero también, y de manera ejemplar, debe citarse un clásico de culto: Las aventuras de Súper Hijitus, donde Manuel García Ferré instauró un absurdo magistral, que ha resistido el paso del tiempo (hace muy poco, Hijitus voló de nuevo en historietas reeditadas).
Sea el ejemplo que sea, lo que aparece es la relectura, la mirada devuelta. ¿De qué se habla cuando un superhéroe sobrevuela una historia local? (De paso, por brillante, Rep dijo de Hijitus y su casa-cañito que se trataba del primer homeless de la historieta argentina.)
La habilidad de la novela Kryptonita radica en contar una historia de superhéroes clásica, con sus lugares comunes. No hay lector del medio que no encuentre afinidad. Pero lo que también sucede, de manera más profunda, es el revés del espejo. Es decir, ¿de qué lado están estos superhéroes y por qué? O también, tal como Alan Moore lo hiciera desde su historieta Watchmen: ¿Quién vigila a los vigilantes?
 En Kryptonita no se trata de vigilantes, sino de vigilados. Lo corrobora la policía. La película de Nicanor Loreti lo deja claro al situar a sus (anti)héroes como prófugos constantes. Conforman una pandilla. Son delincuentes. Tal vez ladrones, de cuño “Robin Hood”. Todo depende del cristal con el que se mire. Que este “cristal” sea rápidamente ejemplificado con el ojo de un informativo televisado, ya dice mucho. Es ése, de hecho, el lugar donde descansa la propuesta: héroes, dioses, ladrones o lo que sea. Cuente la historia como usted quiera, le dicen al doctor de guardia, un “nochero” anestesiado de pastillas y cansancio. Como usted quiera, pero “existimos”.
Acá aparece el nodo, el lugar donde la kryptonita se hace verdad y toda suposición fabulesca cede. Vuelos, súper fuerza, habilidad mental o anillo poderoso. Todo eso podría ser, pero lo que imbatiblemente es, es que estos tipos existen: armados, de habla atropellada, bravucones, matones, pendencieros, violentos. Vienen de ese otro mundo o lugar del cual, ladinamente, las noticias dicen saber cómo es. Un mundo alterno que está ahí nomás, a la vuelta, al cruzar esa otra calle.
Si Superman hubiese caído con su nave por allá, ¿cómo hubiese sido la historia?
Como se trata de una suposición (el What if…? de los cómics Marvel, los Elseworlds de DC; cuyas argucias Oyola y Loreti saben), la película juega con ella y se vale de recursos lábiles, como el que supone el efecto sonoro que daría cuenta de la rapidez del Ráfaga (Diego Cremonesi), capaz de aparecer “rápido” por uno de los costados de cuadro. ¿Veloz o no? Algo que vale mucho más que cualquier efecto especial. Porque no se trata de hacer volar a nadie, sino de acercar este tipo de personajes a una estética acorde con un presupuesto exiguo, lejano de cualquier superproducción. El superhéroe es un personaje del mainstream. Kryptonita es su reverso.
De todos modos, hay momentos para el despliegue. Un nexo estético cercano al Sin City de Robert Rodríguez campea. Tal vez falte un desborde más acorde con Diablo (2011), la ópera prima imbatible de Loreti, con sangre que salpique. Las piñas con la policía no son de lo mejor, pero lo que importa es que están. También porque el espíritu mayor que circunda el asunto es el cine de John Carpenter, la música de Darío Georges lo refiere, con Asalto al precinto 13 como escenario cinéfilo ideal.
Por las dudas, y si no queda claro, estos súper amigos tendrán que esperar al amanecer para que su líder recobre fuerzas. La policía los quiere reventar. Y uno de los que anda detrás de esto es Corona (Diego Capusotto), un Guasón vernáculo con dos momentos estelares en la película. El primero, para lucimiento del actor y la curiosidad del espectador. El segundo, eso sí, es el mejor. Porque es el mismo cuadro de cine el que conjuga al villano con el policía. Los dos a la vez, lamentando lo que finalmente sucede. Juntos por estar, precisamente, de acuerdo. Quieren lo mismo. ¿Por qué?
Entre la galería de personajes, habrá que encontrar lugar de preferencia para la Lady Di de Lautaro Delgado. Su versión travesti de Mujer Maravilla es un hallazgo, más aún al sostener varias escenas donde hace comulgar sensibilidad, orgullo, y amor por Nafta Súper (Juan Palomino). En este sentido, gran parte de Kryptonita se construye desde la sumatoria de recuerdos sentidos, de fragmentos heridos. Algo que, por momentos, parece abismar al film así como demorar sus momentos más explosivos.
Pero, se decía, lo que importa es que las piñas están dirigidas de modo eficaz. Y que no se trata de una victoria final sino, en todo caso, de supervivencia. Policía, medios de comunicación y villanos (de traje multicolor, pero trajes al fin) continuarán con su tarea común. Mientras, una diadema culmina el relato y repara en lo que de veras importa: una niña de mirada libre, sin prejuicios, que se sabe princesa. En ella todo es verdad. ¿Cuándo fue que se perdió esa inocencia?

Hilo Rojo (AA.VV., 2015)



Historietas que tiran de la cuerda

Vidas pasadas esconden angustias presentes, en historietas y con un hilo rojo como nexo. Es el nuevo libro de un grupo de dibujantes. Con un guionista que organiza porque tira de la cuerda.

Por Leandro Arteaga 


“Pull the string!”, gritaba Bela Lugosi. El libro se llama Hilo Rojo. Y la historia viene más o menos así: al mismo psiquiatra acuden cuatro pacientes, de manera independiente. Desde la hipnosis, viajarán al recuerdo de sus vidas pasadas, habitadas en épocas diferentes. Aquellos sucesos se relacionarán con cuestiones actuales, pendientes. Mientras un hilo rojo, invisible pero cierto, atraviesa a los relatos como un cordel.
Los que tiran de la cuerda son varios, pero la pluma que los organiza es la de Pablo Vigliano: “Ha sido una edición hecha con mucho pulmón, de manera independiente, en donde tratamos de entregar un trabajo acabado, de la mejor manera posible”, le dice el guionista a este diario.
Vigliano recién aterriza en los cómics, pero su talante narrador tiene trayectoria en ámbitos como la revista virtual Axxón (http://axxon.com.ar/), donde integra el equipo de redacción y se dedica a incluir cuentos de género fantástico, sobrenatural y ciencia ficción. El llamado a los cuadritos vino de la manera siguiente.
“Lo que hicimos fue armar un grupo de trabajo”, explica ahora el dibujante Joel Saavedra. “Todos venimos de la historieta, y ya habíamos tenido una experiencia previa con la antología Legionarios: Los perros de Roma (La Duendes), dedicada a historietas de romanos. A partir de allí, algunos decidimos encarar un proyecto personal, para el que nos comenzamos a juntar y convocar gente. De esa manera lo sumamos a Pablo, a quien conocía a través de su hijo, que era alumno de mi taller. Armamos el grupo de trabajo, pero sabíamos que no iba a ser fácil, cada uno tenía sus gustos. Fue Pablo quien hizo posible la magia de encontrar qué dibujar, al dar un sentido a lo que le tiramos sobre la mesa.”
El hilo rojo es una creencia que proviene de Asia oriental, presente en las mitologías china y japonesa. Alude al vínculo afectivo que se establece entre las personas, algo que viene con ellas desde su nacimiento. “La idea surgió a partir de que las historias que cada uno tenía ganas de dibujar, ocurrían en épocas históricas distintas”, explica Vigliano. “Pensaba en cómo podía hacer para hilar todo esto. Casualmente venía leyendo cosas que me permitieron despertar un poco algunas ideas, como En algún lugar del tiempo, de Richard Matheson, y 22/11/63, de Stephen King, que tienen que ver con los viajes en el tiempo; pero también venía leyendo a Brian Weiss, que habla de la regresión a vidas pasadas, algo que está muy vinculado a las religiones hindúes y con el principio de la reencarnación. Pensé que podíamos ficcionar a partir de esto, la idea gustó y fuimos por ese camino.”
-¿Cómo fue adentrarse en el lenguaje del cómic?
-Me dediqué a estudiar los guiones de Robin Wood, así como los guiones para radioteatro que leía cuando estudiaba Comunicación Social. Tomé como referencia una de las ediciones de la historieta Asilo Arkham, de Grant Morrison, donde se incluyen páginas y páginas del guión. Me basé en todo eso para armar el mejor guión posible.
-Saavedra: Fue un proceso en donde guionista y dibujantes participamos en conjunto. Fuimos sugiriendo, las ideas mutaron, se acortaron, el trabajo fue grupal y en libertad, se sugería de los dos lados, con el fin de hacer lo mejor posible.
Los lápices de Joel Saavedra no sólo se ocupan de una cacería de brujas traumática, sino también de la portada, de invitación lectora notable: de espaldas, el caminante (¿el lector?) se adentra en un pasillo rojo, de horizonte oscuro. Los otros dibujantes que componen Hilo Rojo son Fernando Kern, en una historia romántica que hunde raíces en la Segunda Guerra; el gran Fernando Campos –más conocido como Kiro-, quien como no podía ser de otra manera, se deleita entre romanos violentos y peleas a sangre y hierro; Mauro Bueno, que despliega sus fantasías hacia el porvenir del año 6015; y los aportes distintivos a través del color y grises de Damián Peñalba.
“Los guiones de Pablo se prestaban de la mejor manera para hacer historieta. Es un escritor muy descriptivo y las imágenes iban surgiendo por sí solas, después fue cuestión nuestra ver cómo armábamos el relato, ¡para que no fuera una historia de cincuenta páginas!”, bromea Bueno. O no tanto. El propio guionista comenta que “cuando Kiro recibió el guión, me decía que con las primeras páginas tenía como para hacer una revista entera”.
Otro de los aspectos notables que presenta Hilo Rojo, que se revela fundamental, es el de su presentación, el de la elaboración del libro en tanto objeto. Para ello, se contó con la participación de Iván Reiner: “Al proyecto me convoca Joel, con quien nos conocimos estudiando Diseño gráfico. Mi trabajo se dividió en dos cuestiones: por un lado, crear una identidad para el proyecto; la segunda –una vez que estuviesen las historietas realizadas–, darle al libro el sentido de objeto, para que el proyecto fuese una unidad, para que se convirtiera en el libro de historietas que teníamos pensado.”
-Es un aspecto que ha sido elogiado, el libro destaca.
-Reiner: Por eso la decisión del lomo, de la solapa, de darle el tratamiento de un libro y no de una revista. Fue muy gratificante que en las convenciones se acercara gente que decía no leer historietas, pero que les llamaba la atención el libro porque escapaba un poco a la iconografía común del cómic, como la tapa con la mujer que cabalga un monstruo alienígena.
Hilo Rojo despunta también el buen nivel gráfico de los historietistas de la ciudad. Y se suma a la tarea que están desempeñando las revistas Términus y Quimera, junto a las publicaciones del sello Fog of War (ver recuadro). En este sentido, los dibujantes actuales, cuya mayoría todavía está en camino al logro profesional mayor, de continuidad laboral, ya poseen páginas publicadas, que pueden ser referidas. Todas al alcance del lector que las quiera, a la venta en las librerías especializadas de Rosario.
“Creo que esto tiene que ver con lo que vienen haciendo (los dibujantes) Eduardo Risso y Marcelo Frusin. Nosotros, de hecho, somos alumnos de Marcelo. Hay una escuela que se está formando en Rosario. Lo que ahora tenemos que conseguir es más gente que lea, pero dibujantes hay a parvadas, y son muy buenos”, explica Saavedra.
Hilo Rojo salió a la venta en la Crack Bang Boom de este año, y el recibimiento fue fantástico. Eso es algo que ayuda mucho a la hora de querer encarar estos proyectos. El deseo lo tenemos todos los amantes de la historieta, pero están también la realidad o los miedos de que no es tarea fácil”, agrega Vigliano. “Más allá del proyecto, todos teníamos el mismo objetivo: que esto nos sirva para nuestra carrera y que se note que no es para hacer plata, sino por el amor a la historietas, para tener algo para mostrar el día de mañana”, completa Bueno.
-¿Hay más historietas para el futuro?
-Vigliano: Sí, la experiencia me gustó. Queremos seguir trabajando juntos. Hasta ahora creemos que está más o menos funcionando, lo que nos da un aliento bárbaro para seguir y hacer algo más.


Muchas páginas más

Entre las producciones que integran el panorama de la historieta rosarina, sobresale la señera Términus –a cargo de Bruno Chiroleu y Gastón Flores-, con un décimo número a punto de editarse. No es una cifra cualquiera. Por otra parte, la revista Quimera (Rabdomantes, de César Libardi) está presta a distribuir su cuarta entrega. Se trata de antologías, donde figuran equipos artísticos diferentes. El caso de Términus ya alcanza notoriedad nacional, números agotados, y participaciones internacionales. Entre las dos, puede conocerse a gran parte de los lápices que circulan por la ciudad, algunos por primera vez publicados en su ciudad: tal es el caso de Damián Couceiro, presente en Términus y en revistas de Estados Unidos.
En otro orden, el sello editor Fog of War ha publicado, hasta el momento, cuatro monográficos, algunos de ellos con continuidad posible. La iniciativa responde a Yamil Aboukais y Ariel Grichener, guionista. La bandera de largada, con la acción como pulmotor, la dieron El cazador de conejos y Chiko y Amigo. Ahora se suman Artemis: Ecos de Meridia, con dibujos del excepcional Guillermo Villarreal; y Enadrya, toda una novedad, ya que expande el universo creado desde el juego de cartas del mismo nombre, desarrollado también en Rosario.

Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad (2015, Rimini/Galuppo)



El cine es la bombita que revienta

 De proyección gratuita en El Cairo el jueves próximo, el film de la dupla Rimini/Galuppo explora al cine mismo y las predicciones de un mundo eléctrico. Villeneuve, el profeta que descubrió el horror instrumental. O no.

Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad
Argentina, 2015
Dirección y guión: Carolina Rimini, Gustavo Galuppo. Fotografía y Montaje: Carolina Rimini, Gustavo Galuppo. Música: Gustavo Galuppo, Navío Noche. Voces: Lucila Pesoa, Juan Aguzzi. Duración: 87 minutos.
10 (diez) puntos

Por Leandro Arteaga


El cine del rosarino Gustavo Galuppo toca límites que sabe. ¿De qué manera? Porque asume el tramado complejo que propone, en el que se abisma. Al hacerlo y sumergirse, lo que emerge es la experiencia renovada de las posibilidades. Lo que también se toca, aun cuando inasible, es la esencia fílmica. Hacia adentro y hacia fuera, como el movimiento heraclíteo. Los límites, entonces, se recrean porque se los reconoce, se les denuncia.
En este devenir que roza, que dialoga y confronta con lo que sabe: el cine –Godard, siempre Godard–, los caminos no aparecen fácilmente trazados sino, antes bien, son consecuencias de las derivas. Éstas pueden ser decididas, o intuidas. En todo caso, el cine de Galuppo tiene fronteras que son horizontes. Hacia allá se dirige, si bien otras muchas veces pareciera retraerse, al hundirse en entrañas de celuloide rememorado en texturas de video, con crisis digital. En todo caso, se trata de la necesidad del movimiento mismo: pendular, centrípeto y centrífugo.
La referencia hacia su obra, su estética –que muta, pero que también se reconoce– le ha vuelto un nombre de referencia en festivales, muestras, libros y revistas de cine. Premiado reiteradamente en el Festival Latinoamericano de Video Rosario, en el Bafici, el MAMBA; ha protagonizado retrospectivas dedicadas a su obra en el país y en el exterior, entre la que destacan, entre otras, La progresión de las catástrofes (2004), Sweetheart o Fedra o la desesperación (2007), Yo, Duras (2008), Sunlight (2008), Besos y hasta siempre/Epílogo para una antología del fracaso (2011), Alicia o el nombre secreto (2013).
Son cortometrajes, mediometrajes, largometrajes. Podrían ser experimentales, o ensayos, o documentales, o ficciones. Categorías juzgadas para ser explotadas. Rótulos que dicen poco porque el cine siempre es más. En ese más allá se sitúa lo que Galuppo hace, como si fuesen puntos suspensivos que abren hacia más. Ahora bien, ese más está ocurriendo ahora, con destellos luminosos que lo abren hacia un porvenir que cruje como luz de bombita en corto.
El destello nuevo aparece con Antonia (2015), el cortometraje que significa su reunión con la realizadora Carolina Rimini. Allí aparece una comunión de cine y de ideas, que continuará con La creación de un mundo desde un diálogo más profundo; lo que sucede, se nota, es afín: voces entrelazadas, que se dicen, se aprueban, desafían; la poesía aparece como el mundo posible, necesariamente filosófico. “La creación de un mundo” es también sinónimo del vínculo que ha nacido, al que Rimini suma una sensibilidad particular, que da a las imágenes de Galuppo cielo, aire, sonidos naturales que se demoran.
La consumación mayor se produce con Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad; el dato de relieve es que fue seleccionada en la Competencia Argentina del reciente Festival de Cine de Mar del Plata. La proyectará Cine El Cairo el jueves próximo, con entrada libre y gratuita, junto con el cortometraje La tierra sin mal, de Diego Fernández. Los dos trabajos fueron beneficiados con el programa Espacio Santafesino, del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia.
¿Qué es este “diccionario”? Es la posibilidad de descubrir, por fin, la historia de Christian Villeneuve, pionero en la investigación de la energía eléctrica, verdadero mesías “tapado”, finalmente renacido como profeta de una verdad ahora presente. Es él quien estuvo antes que Edison, Ford, alumbrado por capitales como Rockefeller o J.P. Morgan, al amparo de investigaciones militares. Francia es su cuna, allí supo experimentar con cuerpos muertos las posibilidades eléctricas de la reanimación. Las guerras fueron el caldo de cultivo justo para sus avances, que tendrán corolario en la silla eléctrica norteamericana: dar vida, dar muerte. A su esposa fallecida, la cantante de ópera Stilla Mihaly, estarían también dedicados todos sus esfuerzos. Si Mary Shelley y su Frankenstein es quien precede, literariamente, al científico ominoso; Verne, Stoker y Bioy Casares serán los sucesores.
Como es el arte quien tiende puentes hacia lo hecho, para recrear y pensar y disfrutar y aterrarse; el pequeño diccionario de Rimini/Galuppo hace otro tanto desde el cine. Con el MacGuffin que el fantástico Villeneuve supone, para atravesar la historia del siglo XIX y arribar a la consolidación del capitalismo que todavía sobreviene. Tal como la poética de Galuppo supone, el cine aquí se apropia de sí mismo como archivo: imágenes documentales, Hollywood, experimentos, publicidades, ofician en un todo que dispara asociaciones extrañas y cercanas.
El contrapunto lo significan los hechos narrados por las voces en off –previos al cine, dispositivo del siglo posterior–, con imágenes sin sincronía histórica. En verdad, la sincronía se respeta, e hilvana los sucesos desde una lectura que va y viene como si fuesen las páginas de la misma revista de historietas a la vez, en la línea de las espirales creadas por el cine de Alfred Hitchcock, Alain Resnais y Chris Marker.
El cine es nada ajeno o ingenuo en este devenir de la electricidad aplicada. Ha sido y es el instrumento destinado a suturar la herida entre el esparcimiento y el tiempo laboral. Pero con la habilidad de transgredir a la par. Por eso, el virus “Code: Jarrett”, cuyas ideas disemina en momentos nodales, mientras pocos ya recuerdan la efigie supuesta por James Cagney en Alma negra, el film noir de Raoul Walsh.
Con una mixtura que resulta en combustión explosiva, los chirridos de Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad permanecen: con el detenimiento minucioso aportado por el cine de Harun Farocki, con el caleidoscopio de imágenes yuxtapuestas que hoy maximizan las nuevas tecnologías, con la reflexión que la filosofía ha dicho entonces y todavía.
Un tour de force al que vale asistir alertado: con el afán de espiar a la manera del Jefferies de La ventana indiscreta, con la imposibilidad de escapar del Alex de La naranja mecánica, y con el sueño todavía volátil del Sam Lowry de Brazil.