El cine es el
viaje a la aventura
Por Leandro Arteaga
Con películas así dan ganas de volver a la aventura.
No podrá ser de la misma manera que era, algunos rasgos tendrán que cambiar,
pero la esencia permanece. Entonces: un tesoro escondido entre telarañas de
leyendas o una película que filmar. Si ambas cosas coinciden es porque, en
suma, siempre fueron un mismo asunto. Por eso, un título que es todo un rótulo
y emblema: El escarabajo de oro.
Algo similar –o diferente– supo también realizar
Walter Hill en Oro y cenizas (1992),
con un mapa de historieta como corazón al que no se abandona. Es decir, la
historia sigue siendo la misma, cambian las maneras de contarla. Y acá, de modo
perspicaz, la pluma de la dupla Moguillansky/Sandlund. Un espejo realizador
bifronte que distorsiona mientras cruza mensajes de un lado del teléfono al
otro, entre países alejados, con un propósito de película que parece ser uno o
parece otro, de acuerdo con quien hable. O escuche. Mujer, varón; centro y
periferia; cine de allá y cine de por acá.
Ese límite, fronterizo, anuda ecos de raíz
histórica, con diferencias sociales sin resolver, en donde el cine se inscribe todavía
y como nunca, dada la inmediatez digital. Una cercanía audiovisual que, en todo
caso, todavía se encuentra pendiente de las mismas historias de siempre. Es que
hacia allí, ni más ni menos, se dirige todo el equipo de rodaje de esta
película (im)probable.
El escarabajo
de oro es y
no es la película que dice ser. Se despega de sí mientras reafirma lo que dice.
Sus personajes juegan esta ambigüedad hasta el punto más difícil: el de llegar
a quedar atrapados por creerse lo que encarnan. De esta manera, la dupla
directora. Pero también: Edgar A. Poe/Robert Stevenson, Leandro N. Alem/Hugo
Santiago, y todos y cada uno de los integrantes de este equipo que tiene en el
Dogo (Mariano Llinás) la síntesis del personaje/actor/apodo. ¿Quién es quién?
En verdad, todo relato es una telaraña donde, más
tarde o temprano, se queda alguien dulcemente empantanado. Una vez allí, ¿quién
dirá ser capaz de escuchar algo mejor que los cantos de las sirenas? Ellas
ululan y hacia allá se fija el rumbo. Contra todo pronóstico o promesa previa.
Nada hay que no pueda romperse, o torcerse, cuando el misterio seduce. Dar
vueltas repetidas, con el fin de volver a saberse en la misma historia, parece
ser el objetivo final, más allá de cuál sea el contenido del cofre o de la
identidad de aquél que sabe más que el mismísimo diablo.
Bueno, en verdad, de los que más saben es de quienes
dependen, como siempre, los hilos del relato. Cuando se desate la verdad
última, allí entonces la llave que abra el cofre perseguido. El momento último
con el que tantos relatos nos juegan cientos de páginas de paciencia lectora. ¿Y
qué contiene? Lo mismo que la cajita exótica de Belle de jour, el cajón atómico de Bésame mortalmente, y el maletín de Tiempos violentos. Lo que usted quiera. O la promesa de otra
aventura.
El
escarabajo de oro
Argentina,
2014
Dirección:
Alejo Moguillansky, Fia-Stina Sandlund. Guión:
Alejo Moguillansky, Fia-Stina Sandlund, Mariano Llinás. Fotografía:
Agustín Mendilaharzu. Montaje:
Alejo Moguillansky, Mariano Llinás. Música:
Gabriel Chwojnik. Reparto:
Rafael Spregelburd, Walter Jakob, Luciana Acuña, Agustina Sario, Andrea Garrote,
Mariano Llinás, Alejo Moguillansky, Hugo Santiago (voz en off).
Duración:
100 minutos.
Sala: El Cairo.
8
(ocho) puntos
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