viernes, 22 de agosto de 2014

Relatos salvajes: Damián Szifron y Ricardo Darín: entrevista


Narraciones desde el borde


Con Relatos salvajes, el director continúa un periplo de pasión cinéfila. Por su parte, el actor compone uno de estos personajes estallados. Una película de violencia coral e irresistible. Ambos compartieron impresiones con Rosario/12.
Por Leandro Arteaga

La presencia de Damián Szifron y Ricardo Darín en Rosario, con motivo del estreno de Relatos salvajes, implica la posibilidad de una práctica que debiera de una buena vez implementarse: pre-estreno de films en la ciudad. Con Relatos salvajes, director y actor –en un reparto brillante y plural– componen un film episódico, de violencia nodal, al que este cronista se siente bienvenido a la manera de una de las muchas variaciones propuestas por las serie La dimensión desconocida.

- Al ver la película, otra vez se nota que disfrutás intensamente con cada una de tus realizaciones.
Damián Szifron: - Empezando de atrás para adelante, es el placer el que rige mi actividad; todo lo que hago es con enormes ganas, lo disfruto mucho; sobre todo a la hora de concebir una idea, al escribir un guión, es puro goce y me conecta con el espectador. Aún cuando esté hablando de cierta insatisfacción social, la paso extraordinariamente bien. Tal como decís, hay algo de La dimensión desconocida, de Cuentos asombrosos, de Alfred Hitchcock presenta; el espíritu de esas series es como el de una oda a la ficción, celebran y visitan una y otra vez las múltiples formas de contar una historia.

- Esa es una manera de acercarse a tus realizaciones; entre cine y televisión, hay una celebración de la ficción, desde una artesanía asumida, de disfrute, se nota que viviste queriendo mucho al cine, viendo los matinés de superacción.
 - Iba mucho al cine y desde muy temprano tuvimos vídeo casetera; mi viejo era un gran cinéfilo, el ejercicio de ir al cine era para mí la mejor actividad posible por lejos, comparándola con prácticamente todas las otras alternativas que un chico pueda tener. El cine siempre fue muy superior. Esa artesanía está presente porque ese contacto es con la pantalla y con los materiales propios del cine. Tiene que ver con que los orígenes de mi viejo, que era muy humilde, pero cuando le empezó a ir bien, lo primero que hizo fue comprar cámaras de cine. Por mi casa circulaban cámaras de Súper 8, de fotos, luego de video; yo lo veía a él filmando, compaginando, les ponía música de cine a sus películas, todas las cosas las aprendía de forma intuitiva. De chiquito jugaba con muñequitos, algo que luego fue mutando en el deseo de filmar, y no por lúdico lo asocio con algo infantil, sino al revés, me parece un ejercicio que requiere de gran imaginación. Cuando veo a los chicos jugar son todos grandes directores. Es muy sofisticada la operación de jugar. Recuerdo de tener el muñequito de Superman entre las manos, mis ojos eran la cámara y los planos eran espectaculares: la cámara estaba atrás del personaje, lo seguía, entraba en la bañadera… El ojo, el muñequito, y vos que eras el personaje, ¡todo eso requiere mucha imaginación! Es algo que tenés que hacer con convicción y entregarte al placer que genera.

- La violencia no está ausente en tu obra, pero en Relatos salvajes hay una tematización.
- Creo que no tenía tanta conciencia de una pretensión similar pero sí, obviamente, al pensar en retrospectiva me doy cuenta de que las historias comparten una temática, de que hay cierto enojo, en general hacia las exigencias de cierto tipo de sociedad, ante un sistema que no necesariamente elegimos, pero en el que nacemos. Es decir, lo que llamamos realidad es algo que está construido por muchas decisiones, que benefician a muy poca gente y complican la existencia de mucha otra, y eso es algo que produce enojo, angustia, insatisfacción, distorsiona tu relación con los demás, te exige mucho, y cuando aparece un punto de fuga hay violencia. Me resultaba atractivo, con estos personajes, preguntarme ¿qué pasa si defienden su lugar y responden a la agresión externa? Lo primero que apareció en ellos fue cierto placer, algo que tiene que ver con el humor de la película, o también con la identificación que uno siente ante el placer que atraviesan los personajes antes de perder el control.

- Por saltar la barrera, el límite está franqueado. Y el espectador lo hace con el personaje.
- Hay en el cine una entidad; así como en la religión están el padre, el hijo y el espíritu santo, en el cine hay algo entre el que imagina –el director o el guionista– el personaje y el espectador, ahí hay una triada donde en los casos de máxima sanidad son una entidad. Cuando estoy escribiendo estoy pensando en el espectador dentro de mi cabeza y, junto al personaje, somos uno solo, que está avanzando frente a obstáculos externos. Cuando eso opera bien, el grado de identificación que produce el cine no sé si puede lograrlo otro arte de igual manera. Es transformador. Del cine salís, a veces, realmente modificado. Por eso, hago el ejercicio de imaginar cómo sería mi personalidad si no hubiese visto todas las películas que vi.

- ¿Ricardo, cómo fue tu vínculo con el director?
Ricardo Darín: - Durante el rodaje he notado que Damián tiene un nivel de percepción, un nivel de obsesión, de fineza, con respecto a no transgredir ni boicotear lo que tiene en la cabeza, que es admirable. Fuimos capaces de hacer veinte o veinticinco tomas de un mismo plano sólo porque quisimos que las cosas estuviesen en el punto exacto. Ese nivel de fidelidad consigo mismo lo hace ser alguien confiable, a quien querer seguir, porque sabe lo que quiere contar y elige las mejores armas para hacerlo. A la vez es muy permeable, sin dejar de ser testarudo; son cosas que me llaman poderosamente la atención.

- Dada tu empatía con el espectador, ¿cómo leés tu personaje, tan complejo como es?
- Es polémico, es la historia de un tipo común, con una actividad específica no muy común, puesto en una circunstancia especial. Es la imagen de un ciudadano en un contexto donde se padecen las normas estipuladas por empresas o instituciones, sin derecho a réplica. Normas ante las cuales no se recibe nada, y que se nos recuerdan constantemente. Lo que nunca se nos recuerda son nuestros derechos. Mi personaje dice algo bastante naif: “¿Dónde está la oficina donde te piden disculpas cuando se equivocan?", que mueve a risa, pero cuando lo analizás nos reímos equivocadamente. Es ese momento donde te sentís manoseado, un momento que se comunica con una sensibilidad ciudadana. Creí que era una cuestión más que nada argentina, pero la reacción que vi en Cannes, con una comunidad policromática, fue de reacciones idénticas. Te das cuenta de que se trata de un problema global. La famosa globalización nos tiene como rehenes y ha estipulado sus normas, con letras muy chiquitas en el contrato, en donde dice que no tenemos derecho a reclamo de nada. 
 

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