martes, 1 de julio de 2014

Juan Pablo Buscarini y El inventor de juegos: entrevista + crítica


Cine en las fronteras de lo posible


Con El inventor de juegos, Juan Pablo Buscarini se revela cada vez más como un realizador perspicaz. El cine, el arte y la industria. Las películas y el público infantil. Producción argentina y casting internacional.

Por Leandro Arteaga

El estreno de El inventor de juegos el jueves próximo, significa un salto cualitativo en la carrera del rosarino Juan Pablo Buscarini. Sus films ya son cuatro, y cada uno de ellos tiene, así como raigambre en el mundo infantil y juvenil, una preocupación nodal por las maneras desde las cuales poder llegar al gran público y sus diferentes mercados. De este modo, Cóndor Crux (1999), El ratón Pérez (2006) y El Arca (2007), son momentos distintivos en su trayectoria, premiada con dos Cóndor de Plata y un Goya.
Con El inventor de juegos la apuesta es mayúscula, ya que se trata de un film rodado en inglés, con reparto estelar –entre sus nombres destacan Joseph Fiennes (Shakespeare apasionado), junto a los niños David Mazouz y Megan Charpentier (el primero, partenaire de Kiefer Sutherland en la serie Touch; la segunda, presente en el film de terror Mamá)–, y un equipo técnico de relieve, con partícipes extraordinarios como Roman Osin en Fotografía (Orgullo y prejuicio), Dimitri Capuani en Diseño de producción (La invención de Hugo Cabret), y Chris Munro en Mezcla de sonido (Gravedad).
“Rodar en inglés, integrar un equipo de muchas nacionalidades, no es algo que me había pasado, parecería mucho más distinto que lo habitual, pero no deja de tener puntos en común con mi carrera”, explica el realizador a Rosario/12. “Con Cóndor Crux yo no quería que se hablara de una película de innovación tecnológica, porque parecía que uno la hacía para estrenar el uso de computadoras, cuando lo que me interesaba era el contenido. Ahora, con El inventor de juegos por ahí me focalizan de nuevo como modelo innovador, pero entre una película y otra hay quince años, y el mundo del contenido infantil comenzó a definir y reafirmar reglas muy desafiantes y complicadas para un proyecto”.
Si bien El inventor de juegos es una película de producción básicamente argentina –el capital mayoritario es de Pampa Films-, está filmada en inglés ante la precaución que significa su distribución en el mercado más importante y difícil del cine, que no es otro más que el estadounidense. A la inversa, cualquier film en otro idioma pareciera no poder aspirar a otra meta más que una remake; tal es el caso de la oscarizada El secreto de sus ojos y su pronta nueva versión, con Chiwetel Ejiofor y Gwyneth Paltrow en los protagónicos.
 “El mercado se globaliza, se ‘americaniza’, es decir, tampoco nos llegan los estrenos del cine infantil alemán o francés, por hablarte de países con poder económico”, continúa Buscarini. “A la par, los elementos tecnológicos te ofrecen una tentación, ya que democratizan cierta forma de producción, pero a su vez también la toma Hollywood y la convierte en propuestas visuales potentísimas, a través de efectos digitales, esteroscopía, 3D, y con ello lo que se definen son las reglas del juego, de mercado. Yo siempre opero con la idea de decir que una película no sólo es un desafío del director, es decir, es una obra artística pero con una componente industrial, que está dada por la enorme cantidad de gente que te acompaña. Creo que el común denominador de todo lo que hice fue pensar que no debía satisfacerme sólo a mí, sino también dejar un sabor que genere una continuidad, un proceso cíclico con los que me acompañan: productores, coproductores, el equipo técnico. El inventor de juegos va de la mano de eso, es decir, tengo una novela espectacular, la posibilidad de llevarla al cine, pero tengo que estar a la altura de las consecuencias, no defraudar la novela y sus lectores, la trayectoria de De Santis, no defraudarme a mí mismo. Y también poner a la película, por su temática, en igualdad de estreno.” 

-Creo que es un desafío que recién se está abordando. La industria del cine argentino sigue siendo una expresión compleja.
-Muchos tienen prurito al hablar de industria. Me acuerdo claramente del primer libro sobre cine que leí, de una colección de Salvat, que se llamaba El cine: arte e industria. Cuando uno tiene 18 o 20 años uno está más cerca del arte, y es cierto, nada más artístico que hacer una película pero también nada más industrial. Estrenar cualquier película implica el libre deuda de seis sindicatos, tenés un montón de gente que vive y trabaja de esto, mucho gasto en proveedores, alquiler de equipamiento, catering, y todo eso para generar un producto cultural. Es decir, me encanta la palabra industria, y dentro del sector, industria cultural. Los americanos lo entendieron antes, tienen una maquinaria muy agresiva, acompañado de un mundo que se globalizó, con un porcentaje de mercado enorme. Ahora hablan de las películas como franquicias. A uno le cuesta llegar a esos extremos, y creo que nuestra lógica no va por ese lado, pero sabés que es como el vecino con el que te toca convivir: podés encontrar tu espacio, pero te exige reglas de juego. Condor Crux, que fue una idea original nuestra, llegó a los cines absolutamente huérfana, la película no significaba nada, y me di cuenta de eso cuando produje, cinco años después, Patoruzito, que fue el otro extremo: había dos millones de personas. Independientemente de cuánto gustara la película, tenía una marca instalada, algo que entendió muy bien Manuel García Ferré cuando hizo Manuelita. Entonces, en las culturas populares de cada país hay personajes instalados que llegan a revertirte completamente ese ciclo que los norteamericanos quieren instalar.

-¿Por qué te movilizó la novela de Pablo De Santis?
-No elegí la novela por ser un best seller, si bien me daba la tranquilidad de que tenía una base instalada con sus seguidores. La atracción estuvo en el contenido, en sus personajes y escenarios. Me fascinó la capacidad de De Santis para hacer una historia cautivante sin apelar a la fantasía, sino a una gran imaginación. Es fácil caer en la fantasía, como en esa especie de todo vale, en lo que se basa el impacto de cierto cine. En la novela de De Santis, en cambio, me daba cuenta de que había una película maravillosa porque era posible, porque a los personajes les pasan eventos que pueden sonar exóticos pero que son posibles. Por ejemplo, al personaje lo mandan huérfano a un colegio que se está hundiendo, en un terreno lodoso; es exótico pero posible, así como una gran metáfora de la educación tradicional. También hay mucha aventura, como con la carrera de globos. Y me gustó porque me retrotraía a lo que a uno le cautivaba del cine cuando las películas no estaban tan plagadas de efectos.

-La sensación mágica, lo primero que nos contagió del cine cuando éramos pibes.
-Exactamente. Así como el buen cine de los ochenta, películas como Los Goonies o las buenas películas de Spielberg, donde había lugares, templos, todos espacios existentes dentro de la frontera de lo posible.


 La vida como un juego de tablero


 
Por Leandro Arteaga

Son tres los momentos distinguibles en el argumento de El inventor de juegos, tres instancias que operan como niveles de complejidad dentro del recorrido que su protagonista, el niño Iván Drago (David Mazouz), debe sortear: el colegio-orfanato, la búsqueda de su abuelo, el reencuentro con sus padres. Tríada que, desde una concepción profunda, el film plantea como dilema de niñez que enfrentar, al tiempo que arroja al espectador a un mundo que confunde la vivencia real con su costado imaginario.
El límite impreciso entre estas nociones –las cuales, se sabe, son intrínsecamente indisociables– es el camino desde el cual podría haber elegido abismarse la película de Juan Pablo Buscarini (El ratón Pérez, El Arca). Hay un ánimo de intención, pero no llega a la profundidad que podría. Es decir, el núcleo del relato está en la pérdida, en el accidente fatal que se lleva la vida de los padres de Iván. A la vez, un concurso postal le elige el mejor inventor de juegos. Entre una situación y la otra, el enredo de vida que toca al niño comienza a ser reinvención constante, así como habilidad que le permite desafiar al colegio autoritario, alcanzar el afecto perdido, y enfrentar al miedo mayor (encarnado por Joseph Fiennes).
Este devenir mezcla los juegos de tablero, que Iván tan perspicazmente sabe diseñar, con las peripecias que le toca sobrellevar. Para ello, bien sabrá valerse de la amistad de Anunciación (Megan Charpentier), niña que vive entre las sombras de este colegio empantanado, y a quien Iván –llegado el caso– sabrá presentar a sus padres como su “amiga imaginaria”.
Es decir, si lo visto es cierto o consecuencia de cómo el niño explica su orfandad no será aseveración que la película deba aportar; de todos modos –acá lo decisivo–, no hay demasiados matices que en el film permitan ambigüedad, de manera tal que el reencuentro de Iván con sus padres será feliz. Tampoco es que deba pedírsele una resolución contraria a El inventor de juegos, pero tal vez sea la precipitación de sus acontecimientos la que culmina por obstruir lo que está por allí dando vueltas, de manera molesta. 
En este sentido, son varios los desafíos visuales que el film asume, a partir de la novela homónima de Pablo De Santis. No sólo los resuelve de manera convincente, sino que descubre al cine infantil argentino posibilidades estéticas de calidad (en el reparto técnico hay figuras técnicas partícipes en producciones como La invención de Hugo Cabret y Gravedad). Pero también es cierto que culmina por aportar una sobreabundancia que hace perder el móvil de fondo, el nudo afectivo de la cuestión.
De acuerdo con ello, para este cronista el capítulo mejor de El inventor de juegos es su episodio segundo, el que da cuenta del encuentro entre Iván y su abuelo (el gran Edward Asner), en plena República de los Niños de La Plata, remodelada de manera extraña, como pueblito perdido dentro de un libro troquelado. Allí es cuando, por fin, los diálogos se prolongan, la acción reposa, el niño come postre, el abuelo le mira con picardía, los abrazos se prolongan.
Esos momentos de afecto son, justamente, el alma de la película. A partir de ellos, por fin, puede lograrse una sensibilidad suficiente. Las más de las veces opacada por una plasmación visual notable, pero con la que es difícil el logro de un equilibrio justo. 

El inventor de juegos (Argentina/Canadá/Italia/Colombia/Venezuela, 2014) Dirección: Juan Pablo Buscarini. Guión: Juan Pablo Buscarini, Damon Syson, Lucinda Syson, basado en la novela de Pablo De Santis. Fotografía: Roman Osin. Música: Keith Power. Montaje: Austin Andrews. Reparto: David Mazouz, Joseph Fiennes, Tom Cavanagh, Megan Charpentier, Valentina Lodovini, Alejandro Awada, Edward Asner. Duración: 111 minutos. Salas: Monumental, Del Centro, Showcase, Sunstar, Village. 6 (seis) puntos 
 

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