domingo, 15 de junio de 2014

Payasadas (Kurt Vonnegut) + La parte inventada (Rodrigo Fresán)


Libros como juguetes a cuerda

La nueva edición de Payasadas, el clásico de Kurt Vonnegut, y la novela reciente de Rodrigo Fresán, La parte inventada, ofrecen un prisma a compartir. Un juego de lectura que es siempre mucho más. El lector, entre ellos, se sabe al amparo. ¿Al amparo de qué? ¡De los 140 caracteres!

Por Leandro Arteaga
Cruz del Sur, 11/06/2014

“Sin que nadie nos sugiriese nada, llegamos a la conclusión de que, si nuestros padres estaban en la casa, debíamos estar cerca de nuestro cumpleaños. Entonamos nuestra palabra idiota para cumpleaños, que era bolaños” apunta la traducción de Carlos Gardini, en el capítulo 8 de la más reciente edición de Payasadas (La Bestia Equilátera), de Kurt Vonnegut.
Una palabra puede cambiar el mundo. Su traducción también. El término original –Vonnegut dixit– es “Fuff-bay”. La licencia de Gardini, claro, es experta. Pero lo también cierto es que la traducción previa, de Gregorio Vlastelica (Pomaire), fue la que en su momento leyera un fascinado Guillermo Giampietro. Donde dice bolaños, decía cucaño. Así nacía el grupo surrealista rosarino, conformado junto a Alejandro Beretta, Sapo Aguilera y Carlos Luchesse.
Línea histórica rápida: Vonnegut publica su libro en 1976, la edición de Pomaire es de 1977, Cucaño aparece y desaparece entre 1979 y 1983.
Hi ho.

Las payasadas de Vonnegut

Dentro de las palabras siempre hay otras más. El título original de Payasadas o ¡nunca más solos! es Slapstick or Lonesome No more. “Slapstick” designa una manera de entender, de pensar, el humor y cierto tipo de cine. Vonnegut lo especifica en la dupla compuesta por Stan Laurel & Oliver Hardy. Su Payasadas, de hecho, nace desde esta filiación declarada: “Así es como yo siento la vida”, dice. Un lugar de encuentro en el que tantos devotos se inscriben: desde Jerry Lewis hasta Osvaldo Soriano.
En fin, una vida slapstick o lo imbécil que puede serlo, mientras nadie se toma el trabajo de darse cuenta. O sí. Por eso el libro, por eso sus hermanos protagonistas, de cabezas siamesas a voluntad, con rasgos mongoloides, presumiblemente idiotas pero, atención, inteligentes. A la inteligencia se la disimula y todos felices. Si no, problemas.
A Vonnegut se le disfruta desde la lectura sin freno, la que avanza despreocupada de continuidades ¡con saltos de raccord!, abierta al impacto repentino. Casi como con William Burroughs. ¿Cómo recordar un libro de Vonnegut si no es a través de imágenes yuxtapuestas? No es que el hilo del relato sea lábil, todo lo contrario, sino que mejor será retener esos momentos donde no está muy claro lo que sucede porque, afortunadamente, la lógica habitual se trastoca. Supuesto esto, no queda más que disfrute. Y sufrimiento.
Un manto de terribilidad siempre asoma en su prosa, aquí entre estos hermanos –Wilbur y Eliza– que se quieren como si de una unión sexual se tratara, que encuentran alias respectivos para el respeto del vínculo social. Lejanos tiempos, tal vez. Es decir, Wilbur Rockefeller Swain fue alguna vez presidente de los Estados Unidos, el último. Pero, ¿desde dónde se rememora lo que se lee? Allí el dilema. O el puzzle fragmentado.
Payasadas es también oportunidad de lectura que renueva el catálogo de La Bestia Equilátera. Con Gardini como partenaire en profesión de riesgo (bolaños donde era cucaño, todo un desafío), y Liniers con la responsabilidad del impacto visual primero, el de las tapa y contratapa. Hasta ahora, van tres libros –fundamentales– dentro de la bibliografía del autor de Matadero cinco, que se completa con los precedentes Cuna de gato (1963) y Desayuno de campeones (1973).
(De paso –a buscar, que YouTube la tiene consigo–, hay una versión maldita que el cine ha hecho de Payasadas con el título Slapstick (Of Another Kind) –1982, Steven Paul–, ni más ni menos que con Jerry Lewis y Madeline Kahn en los roles de Wilbur y Eliza. También con Marty Feldman y ¡Sam Fuller!)

La parte inventada de Fresán

Vonnegut mediante, la mixtura con el libro reciente de Rodrigo Fresán, confeso admirador del estadounidense, aparece desde la confluencia o coyuntura de caprichos libreros. La parte inventada (Literatura Random House) suma sus más de 500 páginas a la lista de títulos que Fresán ensaya desde su célebre Historia argentina (1991). Nueve libros que no pueden convivir sin la práctica periodística que le hace ser también leído entre artículos y contratapas. Hay un mundo Fresán que se dibuja a sí mismo, que crece (todavía más) entre nombres ya inseparables, a la manera de esa tapa tan celebrada –no sólo por él, de acuerdo, pero ¿cuántos más lo han hecho tan apasionadamente?– de Sgt. Pepper.
El vínculo Vonnegut no sólo lo es por vía admirativa, sino porque hay formas que repercuten, que rebotan. Que fragmentan el recorrido narrado, que pendulan entre tiempos narrativos alternos, como si a una revista de historietas se la paginase para el placer de la vista, con todos sus tiempos, espacios y personajes, conviviendo en simultaneidad. Un placer visual, un trabajo lúdico, que se traduce en lectura.
Así, La parte inventada es Bob Dylan, 2001: A Space Odyssey, John Updike, Wish You Were Here, The Kinks y, como siempre, Tender Is the Night. Entre mucho más. Tiene que ser esto porque Fresán no puede ser sin ellos. O también, ¿cómo pensarse sin las canciones, películas, libros, de toda una vida? En serio, ¿hay alguien que sea capaz de pensarse sin The Beatles?

“Y son jóvenes.
Y brillan como el sol.
Y no hace falta recordarlo.”

Está en la página 406. Tiene la fuerza de decirlo todo, hacen falta palabras para recordar. Todo un esfuerzo, todo un engaño. ¿Cómo recordar fiablemente? ¿Cómo creerle a un escritor? ¿Por qué no creerle? En todo caso, que la sinceridad sea desde lo que debe ser: literaria. Acá, entonces, lo que vale: La parte inventada es un libro sentido.
Sentido en cuanto a hacer profundo lo que dice, nunca gratuito sino hundido y dicho/escrito desde el centro mismo y profundo que significa el marcador de lectura en la mitad de un libro. Cuando se ha llegado allí, ¿de qué manera (infructuosa) salir si no es al llegar a la página última? Importa nada cuánto de verdad hay en el Escritor personaje y en Fresán, el escritor. Cuánto de la vida personal. Lo que sí impregna es la sinceridad literaria, porque hay veracidad, y porque logra que lo leído sea cierto.
Por todo esto poco más podrá sonsacarse de las varias entrevistas que a Fresán le han hecho por estos días. ¿Es o no un despotricar furibundo el que sus páginas destilan contra la dictadura de los 140 caracteres? ¿Es él? ¿No es él? ¿Se divierte con esto porque lo hace, en última instancia, con su personaje? Poco importa responder, más preguntarse. Así como literariamente pensarse. ¿Pensarse literariamente es escribir? También lo es leer. Y Fresán es, siempre, lector.
Cuando el libro concluye, las ganas de más literatura fluyen. ¿Cuántos escritores convocan de una manera tan generosa?
Las partes inventadas, las únicas ciertas. Como aquel juguete de cuerda que todavía se guarda, en algún lado. Hay uno en la tapa del libro de Fresán. Sólo hay que dar cuerda.
Etcétera.


Payasadas o ¡nunca más solos!
Kurt Vonnegut
La Bestia Equilátera
224 páginas
Traducción: Carlos Gardini

La parte inventada
Rodrigo Fresán
Literatura Random House
568 páginas

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