lunes, 30 de diciembre de 2013

Ritual sangriento (2013, Jim Mickle)


Ese ánimo carnívoro y familiar


Por Leandro Arteaga

La satisfacción mayor de Ritual sangriento es la de asistir a un clima enrarecido, de crescendo sostenido, creíble, como si estuviese sucediendo cercanamente. Durante la construcción de esta armonía fúnebre, de familia puertas adentro, es cuando mejor se disfruta de esta película, otra más dentro de la práctica acostumbrada de las remakes; en este caso, a partir de la mexicana Somos lo que hay (2010), de Jorge Michel Grau.
El asunto viene dado desde un asedio ancestral, de mandato familiar contenido en un diario oculto, tanto como los “monstruos” que el más pequeño cree entrever en el sótano. La madre –maldita, porque habrá de repetir lo ya sucedido- muere para que la historia sea. Para que el padre delegue la guía dolorosa en la hija mayor. Penar, abstinencia, estallidos de violencia, obediencia a Jesús. Otra hija, la del medio y más perspicaz, completa el grupo de sangre.
¿Y qué es lo que les acongoja, lo que les impele a profundizar un ánimo caído? Lo que ya hubieron de hacer quienes le precedieron: comer para sobrevivir. Sacrificar, para ello y como acto de rigor, otras personas.
De tal manera, Ritual sangriento –título engañoso, que oculta al mejor We Are What We Are, traducción literal del original mexicano- es mirada desangelada sobre una familia roída, que se carcome para perpetuarse: así es como debe ser, se dice el padre, porque somos como somos. Adoptar esta misión en quienes siguen supone el desafío mayor, mucho más que los secuestros y muertes y cenas condimentadas.
En esta transición de valores, de unidad familiar, es cuando la película oscila entre el clima en el que se hunde –lo mejor- y unos pocos momentos bizarros. Cuando éstos aparecen, hay algo que no termina de funcionar, como si fuesen golpes innecesarios, casi ajenos al alma que recorre el film. De todos modos, ofician como notas de color, que salpimentan con algo de espíritu gore, que grafican lo que está dando vueltas. Una especie de compensación entre lo sonámbulo y la necesidad de vísceras sangrientas.
Del grupo familiar, la que mejor expresa lo traumático del asunto es Rose, la hija del medio, interpretada bellamente por Julia Garner: palidez extrema, ojos de noche, miradas de incesto, cuidado maternal incipiente. En ella se cifra el desafío; allí es donde lo que se hace no es lo que parece. Porque en ella surge, como en nadie más, la convicción de seguir y de conservar, como sea, el núcleo bendito familiar. Es ella la guardiana, aún cuando pueda suponerse lo contrario.
Julia Garner: actriz precoz, de quien no extraña sea uno de los rostros a disfrutar en la inminente secuela de Sin City, de Robert Rodríguez.

Ritual sangriento
(We Are What We Are)
EE.UU., 2013. Dirección: Jim Mickle. Guión: Nick Damici, Jim Mickle, basado en el film de Jorge Michel Grau. Fotografía: Ryan Samul. Música: Philip Mossman, Darren Morris, Jeff Grace. Montaje: Jim Mickle. Reparto: Bill Sage, Julia Garner, Kassie DePaiva, Ambyr Childers, Michael Parks, Kelly McGillis, Wyatt Russell. Duración: 105 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
7 (siete) puntos

lunes, 23 de diciembre de 2013

Tierra prometida (2012, Gus Van Sant)


Film de buenas intenciones


Por Leandro Arteaga

 Gus Van Sant ha oscilado entre lo mejor y lo peor. En cuanto a lo primero: su etapa inicial –con Drogas, amor y muerte (1989) como emblema- así como el recupero de sus planteos (estéticos, temáticos) a partir de Gerry (2002): inicio de la trilogía que completaría con Elephant (2003) y Last Days (2005). Lo peor: el hiato provocado por otra tríada: En busca del destino (1997), Psicosis (1998), y la inexplicable Descubriendo a Forrester (2000).
Ahora bien, vuelto a sus fuentes, Van Sant es siempre atendible, su cine es mucho más que la mera referencia al cosmos adolescente; es, antes bien, una manera de mirar el mundo, de desafiarlo, de filmarlo. Consecuentemente, como buen ejemplo, pensar en Milk (2008). Entre lo bueno que de él se espera, y el traspié –conciente- de la trilogía comercialoide referida, aparece entonces Tierra prometida.
De estreno directo en DVD, así como la anterior Cuando el amor es para siempre, en su último film el cineasta aborda la disputa que una compañía de gas lleva adelante con el fin de adquirir las tierras de un pequeño pueblo ganadero. La acción se enhebra a partir de su más prometedor vendedor (Matt Damon), afecto a su trabajo, sabedor de cómo vestir y hablar para así conquistar las simpatías pueblerinas.
El planteo es suficiente como para ser síntesis de ésta y tantas otras películas. Donde habrán de sumarse cuestiones más o menos complejas, previsibles: el flirteo con una maestra del lugar, diálogos algo sentimentaloides, la referencia al pasado y su melancolía, la aparición decisiva de un ecologista.
Una vez alcanzado el punto cúlmine, lo que en todo caso interesa desde la construcción fílmica es la incorporación del espectador, con el conocido rostro de Damon como alianza icónica, ya que es en él donde habrá de jugarse la carta decisiva. En este sentido, no puede atribuirse falta de ritmo o sabiduría narrativa sin tino a un realizador como Van Sant.
De todos modos, Tierra prometida se transforma en un film de buenas intenciones, casi aleccionador. Hay momentos decididamente didácticos, donde el espectador es vuelto un escolar, con maestro ciruela incluido. Desde luego, no se trata de temas menores ni tampoco el film elude la manipulación comercial que las corporaciones practican, aspectos subrayados así como ejemplarizados en el rol de la notable Frances McDormand: “It’s just a job”/”Es sólo un trabajo” es lo que elige reiterar a su compañero de faena empresarial.
El título de la película es también resumen del alma que destila. Con toda la arenga mitológica que Estados Unidos supo hacer para sí gracias al cine, en virtud aquí de las buenas causas. Políticamente correcta, pero sin la mirada de un director que, cuando así lo prefiere, sabe cómo ser corrosivo.

Tierra prometida
(Promised Land)
EE.UU./Emiratos Árabes Unidos, 2012. Dirección: Gus Van Sant. Guión: Dave Eggers, John Krasinski, Matt Damon. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Danny Elfman. Montaje: Billy Rich. Intépretes: Matt Damon, Frances McDormand, John Krasinski, Rosemarie Hewitt, Hal Holbrook, Lucas Black, Titus Welliver. Duración: 106 minutos.
6 (seis) puntos
Sólo disponible en DVD

martes, 17 de diciembre de 2013

Democracia en Construcción (2013/14, Santiago King/Señal Santa Fe)


Otras maneras de mirar la democracia


La nueva producción de Señal Santa Fe propone un entramado de ficción y documental, con el eje puesto en los treinta años de democracia. La realización de sus capítulos, y la mirada de su director.

Por Leandro Arteaga

Saber que en la ciudad se está filmando, que hay despiole de cables, llamados de producción, emplazamientos de cámara que resolver, tiempos que cumplir (apenas algunos de los muchos aspectos a atender), es noticia bienvenida, feliz, para el quehacer audiovisual.
DeC: Democracia en Construcción es el título del nuevo envío que produce el Ministerio de Innovación y Cultura, a través de Señal Santa Fe, y por estos días se encuentra en su etapa final de rodaje. Cuatro capítulos de media hora, cada uno con un abordaje dramático peculiar, pero todos desde el eje que significan los treinta años de democracia. La apuesta mayor -que fascina a su director, Santiago King- es la articulación entre el registro documental y la ficción. Un desafío que también señala a DeC como la primera producción de Señal Santa Fe provista de un fuerte contenido ficcional.
“Este proyecto es para mí una apuesta, es arriesgado”, comenta King a Rosario/12. “La premisa fue la de hacer algo distinto, que funcione, que abarcara a un público más joven. De alguna manera nos corrimos del relato histórico y a la vez, por medio de la ficción, le damos pie para que entre. En este sentido, es un programa conceptual sobre la democracia, lo que nos permite plantear ficciones que metaforicen sobre lo que se va a decir, o que desde sus personajes se pueda alegorizar sobre algo un poco más grande, como lo son los conflictos históricos o políticos.”
El primero de los capítulos tiene por protagonista a Luca, un adolescente tironeado entre la decisión familiar de vivir en el exterior, el abandono de sus afectos, y las elecciones de delegado en su colegio. Lo interpreta Julián Mautino, cuyas reflexiones hacen aparecer cuestiones que le trascienden e implican. Julián tiene 16 años -“¡Voté!”, dice con orgullo-, había trabajado con King en Diversos Universos (Señal Santa Fe), ama el teatro, quizás estudie Comunicación Social. “Me gustó el hecho de que el capítulo sea sobre la participación y que se pudiera relacionar con nuestra edad, con cosas que en mi colegio también vivo; yo, por ejemplo, salí delegado de mi curso, así que más o menos sé del tema. Por suerte, es un grupo recopado. Me pidieron que contacte extras y varios son amigos míos, estamos muy contentos, se trabaja tranquilo, y si bien hay quienes hace mucho tiempo que están en esto, se presta mucha atención a los que recién arrancan.”
“Son historias individuales, que tienen un conflicto que se relaciona con el eje histórico-político del capítulo” explica King. “En el caso del de Julián, se trabaja la participación, y por eso está la votación en la escuela, pero a la vez los personajes sufren un conflicto personal, particular, que en este caso tiene que ver con un viaje a Japón. Al armar estas ficciones pensamos en que fueran historias actuales, que permitiesen poder hablar de la Historia. Por ejemplo, hay una crisis familiar que origina una discusión y permite al entrevistado hablar sobre la crisis del ’89; o mientras el personaje está navegando en Internet, con Facebook o Youtube, aparece la posibilidad de dar cuenta de la farandulización de la política a partir de los ’90. Las historias van dando pie a lo propiamente histórico, al contenido, sin dejar de funcionar como lo que son, ficciones: los sentimientos de Luca, su mudanza, dejar a sus amigos, a la chica que le gusta, ir a un lugar donde no conoce el idioma. Es lo mismo con los cuatro capítulos: donde se produce la toma de una fábrica, hablamos de las fábricas recuperadas; en el momento en que le entregan un diario al protagonista, el mismo diario nos permite cortar a un entrevistado con archivo de diarios; es decir, siempre hay un aspecto que permite involucrar al documental.”
Desde la premisa expuesta, los demás capítulos tejerán referencias hacia aspectos complejos, sustanciales, de cara a la vida democrática, tales como los derechos civiles, políticos y sociales, la igualdad y el acceso a los bienes materiales y simbólicos, y las identidades múltiples que en el país coexisten.

-El escenario audiovisual se ha movilizado. Sos joven y ya tenés un recorrido. ¿Qué lectura te merece?
 
-Creo que en materia de derecho hemos avanzado muchísimo, claramente en lo que respecta a nuestro trabajo, con la ley de medios. Se le está dando mucha importancia a la cultura, a entender al cine como un trabajo, donde hay un montón de gente que vive de esto. El cambio cultural lo permite. La apertura de Canal Encuentro demostró que hay una televisión de contenido que se puede hacer y que es muy importante. De todos modos, no vivimos en un país federal, a nosotros nos sigue costando todo mucho más, pero así y todo logramos que se abran más las puertas, en este caso con Señal Santa Fe, que permite la producción de contenidos televisivos culturales, de alta calidad.
La tarea creativa de Santiago King se complementa con el guión, donde también figuran los nombres de Sofía Aldasoro, Vanina Cánepa y Edgardo Pérez Castillo (los tres, a su vez, productores). Entre los intérpretes, el envío contará con la participación, entre otros, de Melisa Patriarca, Tito Gómez, María Zulema Amadei, Miguel Franchi, Mumo Oviedo, Ayelén Prado, Raúl Santángelo y Elena Guillén.

El Hobbit: La desolación de Smaug (2013, Peter Jackson)


Más y menos de lo mismo


Por Leandro Arteaga

La cosa viene de capa caída. O, a decir verdad, demasiado fue lo que se infló a El Señor de los Anillos. Lo que se lamenta es el lugar pantanoso desde el cual su director, Peter Jackson, decide seguir el juego. El de hacer cine.
Pantano que mezcla hordas de fans que saben desde lo más excelso hasta lo más nimio de todo lo que haya sido tocado por la varita de Tolkien. Más la presión de quienes financian. El abandono del barco por parte de Guillermo del Toro (quien habría dado algo de oxigenación al mamotreto). La exageración de tres films. Y la persistencia en la duración exorbitante.
El carácter de “precuela” de este Hobbit no es más que anecdótico. Porque en verdad se trata de una remake, con todas las características de su predecesora, tanto a nivel producción como dramático: siempre y cuando se atienda como válido un devenir narrativo que suma situaciones como niveles que trascender, a la manera de un video-game.
Desde este entender, serían tres los momentos álgidos de esta segunda entrega: el combate con las arañas, el escape dentro de los barriles flotantes (lo mejor), el duelo con Smaug, el dragón. Al menos, como guiño superficial hacia un cine que alguna vez Jackson supo reverenciar mejor, los cinéfilos atentos encontrarán ecos de El increíble hombre menguante (1957) entre tantas arañas. Si bien ateridos de travellings interminables, de ánimo legendario asumido, ya vistos y revistos en cualquiera de las otras entregas.
Hay momentos que son aburridísimos. Explicativos y tendientes a hacer profusa la sapiencia verbal, con códigos que sólo los aficionados en serio pueden descifrar: quién dominó dónde, qué pasó con tal o cual rey, quién quiere más a quién, de dónde es la leyenda no sé cuál, etc. Lo que no hace más que volver a El Hobbit una película obvia, que sabe muy bien quién es su espectador modelo, y al que ya ni siquiera interroga o sorprende. Porque este Hobbit es más de lo mismo. Pero todavía peor, porque su rango jerárquico debiera estar por debajo de toda la serie, ni qué decir respecto de la filmografía del alguna vez mejor Peter Jackson (su cúspide: compartida entre Braindead y Criaturas celestiales).
Se podría argüir que con presupuestos millonarios, temáticas que son marcas registradas, un realizador tal no podría distinguir una mirada autoral (porque Jackson, alguna vez, la tuvo). Basta pensar en Sam Raimi o Del Toro para contradecir. También en Tim Burton. Tal vez el último intento de hacer algo alternativo, que regresara a Jackson a sus fuentes, sea Desde mi cielo. Mejor fue King Kong, a pesar de que se la desmerece y sigue hablando de esta interminable serie de anillos en donde, dado el caso, la única en sobresalir es Evangeline Lilly (Tauriel), incorporada como contrapunto de Legolas (Orlando Bloom), si bien para vender un muñequito más.

El Hobbit: La desolación de Smaug
(The Hobbit: The Desolation of Smaug)
EE.UU/Nueva Zelanda, 2013. Dirección: Peter Jackson. Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo del Toro, basado en la novela de J.R.R. Tolkien. Fotografía: Andrew Lesnie. Música: Howard Shore. Montaje: Jabez Olssen. Reparto: Ian McKellen, Martin Freeman, Richard Armitage, Orlando Bloom, James Nesbitt, Evangeline Lilly, Luke Evans, Stephen Fry. Duración: 161 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos

viernes, 13 de diciembre de 2013

Este es el fin (2013, Evan Goldberg, Seth Rogen)


Ricos y famosos

 
Por Leandro Arteaga

Michael Cera haciendo de Michael Cera es doblemente divertido. Seth Rogen recibiendo a Jay Baruchel con su nombre escrito con porros, adorable. Jonah Hill bobaliconeando, también. Craig Robinson dando grititos aterrados, es un placer. Y James Franco haciendo de sí mismo –esto es: ególatra- logra que se le quiera. En fin, que de lo que se trata es de una reunión de amigos, o de adolescentes tarados y tardíos.
En primera instancia, habría algo de irresponsabilidad o facilismo si se entiende tal propuesta de manera rápida, pero lo cierto es que la tontería que recubre a todos y cada uno de los intérpretes de Este es el fin da cuenta de una mezcla que toma elementos de: películas previas –con ellos mismos-, la bobería publicista que les acompaña, el rótulo de la (irregular) “nueva comedia americana”, y la consecuente autoparodia. Por ejemplo: Chaning Tatum haciendo de Chaning Tatum… hay que verlo.
Por otra parte, nada más serio que saber qué es lo que se está (fílmicamente) haciendo. Y aún cuando en algún momento todo se vaya al cuerno apocalíptico, de lo que trata Este es el fin es de una adolescencia tardía que nada quiere más que su sinfín. Mayores, algo famosos, irresponsables, llenos de dinero, devotos de los video-games, de los livings con marihuana por montones, de las fiestas con drogas en despilfarro. Hedonistas e idiotas.
De todo esto, increíblemente, se desprende una lectura de época. Más allá de cuánto le preocupe a sus realizadores (Rogen y Evan Goldberg) este aspecto. Película, dado el caso, mucho más cerebral –y coherente y sin bajada de línea- que Proyecto X (2012), en donde los adolescentes terminan obedeciendo a sus papás. Acá se trata de jóvenes viejos y bobos, quienes si bien nada saben de desobedecer, habrán de llevar su nadería hasta las últimas consecuencias, aún cuando de ello dependa, ni más ni menos, que el ingreso o egreso celestial. Es que Dios, y el Diablo, andan dando vueltas por ahí.
Para que las apariciones divinas y malignas tengan cabida, nadie mejor que los maestros de F/X Berger y Nicotero. Que se les convoque significa también un diálogo con el cine de géneros, desde un cruce raro entre el humor estúpido y las apariciones más espectacularmente tórridas. Eso sí, luego de un fuera de campo prolongado que bien podría haber sido el anverso demente de El eternauta.
¿Sexo? Muchísimo y homosexual. Todo el tiempo. Sólo falta la materialización de los personajes fantaseados desde tantas películas. En verdad, algo de ello hay. Emma Watson aparece desencajada, a los hachazos. Pero nadie se le atreve. Mientras las alusiones a lo mucho que entre sí estos amigos –y no amigos- se quieren –y no se quieren- se prolongan hasta alcanzar momentos que son un verdadero clímax.
Es decir, un mundo de fantasías nerds. Léase lo predicho –visto el film en su fantástica totalidad- como mejor se quiera.

Este es el fin
(This Is the End)
EE.UU., 2013. Dirección y guión: Evan Goldberg, Seth Rogen. Fotografía: Brandon Trost. Montaje: Zene Baker. Música: Henry Jackman. Reparto: James Franco, Jonah Hill, Seth Rogen, Jay Baruchel, Danny McBride, Craig Robinson, Michael Cera, Emma Watson. Duración: 107 minutos.
7 (siete) puntos

lunes, 2 de diciembre de 2013

Una segunda oportunidad (2013, Nicole Holofcener)


Sólo una película de certezas


Por Leandro Arteaga

Decir que James Gandolfini es increíble, gigante, notable, y que se le extraña todavía más luego de Una segunda oportunidad, es indiscutible. Porque es él, y sólo él, el eje de esta comedia que suma adeptos al por mayor. Pero que, para este juicio, lejos está de problematizar, escandalizar, transgredir, o por lo menos incomodar.
Gandolfini es genial, también Julia Louis-Dreyfus. Pero tampoco exagerar. No casualmente son dos de los grandes nombres del ámbito televisivo. Gandolfini, eso sí, vuelve a dar cuenta aquí de su pluralidad de registro, algo a lo que la Louis-Dreyfus pareciera negarse. Es decir, quien la conozca (¿habrá quién no?) por sus andanzas en Seinfeld o The New Adventures of Old Christine sabrá reconocer su catálogo de reacciones o tics gestuales. Ahora bien, ¿por qué reiterarlos en este film?
Lo que equivale a emparentar Una segunda oportunidad con una comedia ligera y televisiva. En donde las vicisitudes ocurridas deben contar con una muy necesaria suspensión de la incredulidad por parte del espectador. A través de una serie de coincidencias el relato cubre de incertidumbres la relación otoñal entre sus protagonistas. Situaciones cómicas, o algo así, como consecuencia y motor de avance (o retroceso) de los afectos.
Todo esto desde una delineación de clase media acomodada, con conflictos que son adornos, y medidas de vida tendientes a reparar cualquier desequilibrio. Cinematográficamente mediante el empleo de figuras retóricas que el argumento expone para el entendimiento de –dada la calificación- todo tipo de público. Por ejemplo (¡y espejadamente!): la edad, el nido vacío, los matrimonios fallidos, los rencores, la hija “postiza” de ella (cuyo rol será, por lo menos, subrayado de modo redundante), o elementos y aspectos (la mesita de luz, los cepillos de dientes, la comida repetida, la incapacidad de susurrar) que explicarían algo cuya develación pareciera tarea digna de una psicología de género en contratapa de revista de chimentos.
Por eso, no queda claro cuál sería el ingenio planteado por el film de Nicole Holofcener. ¿Una mirada corrosiva? ¿Sobre qué? ¿Dónde hay corrosión cuando de lo que se trata es de evitar malestares? Todavía más, ¿dónde habría cine provocador cuando la puesta en escena no hace más que sostenerse desde el más redundante plano y contraplano? Miradas contrapuestas (él/ella) que habrán, finalmente, acostumbradamente, de convivir en un mismo encuadre. Elocuentemente, nada de preocupación por lo que pueda suceder desde el fuera de campo. ¿Los hijos idos? Habrán de volver al cuadro de familia para la visita o festividad ritual; para más datos, en el “día de Acción de Gracias”.
¿Fuera de campo? Ésa es tarea de cineastas.

Una segunda oportunidad
(Enough Said)
EE.UU., 2013. Dirección y guión: Nicole Holofcener. Fotografía: Xavier Pérez Grobet. Montaje: Robert Frazen. Música: Marcelo Zarvos. Reparto: Julia Louis-Dreyfus, James Gandolfini, Catherine Keener, Toni Collette, Ben Falcone, Eve Hewson, Amy Landecker. Duración: 93 minutos.
Salas: Monumental, Del Centro, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos