jueves, 31 de octubre de 2013

Èrik Bullot en Rosario


El cine y las palabras eléctricas

Las películas de Érik Bullot atraviesan experimentaciones formales que van desde la poesía al cortocircuito. Esta tarde dará un seminario en donde expondrá los cruces de lenguajes en el cine. Una presencia distinguida en una oportunidad única.

Por Leandro Arteaga

Sería una pena que la importancia que reviste la visita del cineasta Érik Bullot pasara desapercibida. Porque se trata de una oportunidad única, de relieve internacional, con una producción audiovisual que el artista reparte entre películas, libros y docencia.
Con organización de Alianza Francesa de Rosario y Centro Audiovisual Rosario, el realizador francés estará presente hoy a las 19, en Museo Diario La Capital (Sarmiento 763), para dictar el seminario “Hablar, leer y traducir”. La actividad es gratuita, si bien requiere de inscripción previa en carcursos@rosario.gob.ar.
Bullot cursó estudios en la Escuela Nacional de Fotografía de Arlés y en el IDHEC de París, y es docente en la Escuela de Bellas Artes de Marsella, en Fresnoy (Estudio Nacional de Arte Contemporáneo) y en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Bourges. Como aval de prestigio, en www.pointligneplan.com –grupo al que Bullot pertenece- puede consultarse la lectura completa del texto que el teórico Jacques Aumont le dedicara.
El seminario de esta tarde promete el análisis de los distintos lenguajes que atraviesan al cine, para el cual se contará con proyecciones de la misma obra de Bullot –prácticamente imposible de conseguir- así como de un material selecto entre cuyos nombres figuran desde los Hermanos Marx y Chaplin hasta el de realizadores experimentales como Christoph Keller y Candice Breitz.
El cineasta francés ha confesado la seducción que le provoca el cine primitivo. Su análisis sobre las películas de los hermanos Lumière distingue al plano cinematográfico como unidad cerrada, sin conexión necesaria con el siguiente (con la otra película a proyectar, también un plano cerrado). Sin embargo, hay un rasgo contemporáneo que aparece en la idea de bucle –de cinta sin fin-, que las propias películas efectuaban al ser reiteradas durante la proyección. Con Méliès, por otra parte, surge el problema del raccord, de la continuidad. Mago como era, Méliès articula un juego de aparición y desaparición entre los planos de la película. Con Méliès y Lumière se inscribe, por eso, la pregunta sobre el porvenir del cine. Y Bullot, sin embargo, prefiere interrogar aquel momento pretérito.
Su filmografía –que alcanza hasta el momento los veintisiete títulos- conoce rótulos como ensayo, experimental, documental, poesía; pero con el cine siempre por delante. Porque, en última y primera instancia, lo que importa es la pregunta. ¿Qué es el cine? Título también del más famoso libro de André Bazin, a quien Bullot cita en The Pencil of Nature (2009): París, San Francisco, Berkley, notas geográficas de este diario de rodaje, con la naturaleza como detalle imbricado, donde las imágenes habitan otras imágenes. Los paseantes se fotografían y la cámara de Bullot hace otro tanto con ellos. El montaje articula o desarticula a la ciudad, la deconstruye y construye. Esta relación de simultaneidad se percibe también en Trois Faces (2007), entre decires, experiencias e imágenes compartidas por sus protagonistas y hábitats: Barcelona, Marsella, Gênes.
Hay una contaminación semántica que es también la que aparece, por ejemplo, en Le Singe de la lumière (2002). Sea por la asociación que permite el montaje cinematográfico, como también por el misterio que rodea al símil tacto en el agua que la imagen puede, quizás, emular. Tocar el agua o percibir sus ondas, así como a las del sonido, con formas musicales también. Hay una transcripción que las visibiliza, en forma de pentagrama. Que puede también ser en braille. Con colores-notas leídos de otra manera. Lo extraordinario es cómo el tacto puede producir estas instancias. Allí cuando se obliga a aprender a tocar las teclas del piano o a recordar la escritura: es lo que expone Visible Speech (2006), cuando la misma madre de Bullot orienta con una de sus manos a la otra, que enfermó y que ya no puede decir una palabra escrita.
Secretos de las traducciones, de ese misterio que parece se perfila pero es inasible, y sobre el cual el cine de Érik Bullot desliza sus interrogantes. Como un sonido furioso y eléctrico de cables pelados. Pero con el silencio autónomo que rodea a cada uno de los pasajeros de tren en La Parole électrique (2005), sumidos en sus lecturas-escrituras de celulares. Otra pantallita, otra imagen, dentro de la imagen.
  

martes, 29 de octubre de 2013

Adoro la fama (2013, Sofia Coppola)


La superficie de las imágenes


Por Leandro Arteaga
Desafectada, superficial, desangelada, cada una de las imágenes de Adoro la fama no puede ser de otra manera, porque así son también sus personajes. Adolescentes de hablar impostado, que están todo el tiempo en pose –atentos a cómo mirar, peinarse, vestir, fotografiarse-, sin tacto compartido, con la energía sexual sublimada en los nombres de las marcas de ropa, con la mirada futura depositada en alguna carrera dedicada a la moda y sus pasarelas o en la administración de empresas: de ésas que, como dice (la admirable) Emma Watson, permitan liderar para hacer cosas buenas, como lograr la paz o ayudar a niños hambrientos.
Es tan ridículo lo que se les escucha decir que vale entonces prestar atención al mundo adulto que les rodea: nada diferente, si bien la mayor parte del tiempo ausente. Los adultos de este barrio acomodado de California apenas sobrevuelan por las vidas de estos pajaritos, encerrados como están en sus jaulas de oro. Preocupados por conocer –y robar- las mansiones de sus adorados dioses: Paris Hilton, Orlando Bloom, Megan Fox.
Se meten en sus casas con una facilidad pasmosa, y deambulan por un narcisismo fascinado en forma de almohadones y cuadros con el rostro divino (de Hilton), indagan entre los armarios de ropa, los calzados de pares interminables, el dinero escondido (curioso el detalle del cofrecito pequeño, como el que atesoraba el Fagin de Dickens, y que se reitera como figura en las mansiones profanadas). ¿Cómo es que pueden ingresar tan fácilmente? ¿Y por qué no? Es un gran barrio privado, amurado en su clase social, donde todos son tan adinerados como todos. Así, las casas guardan sus llaves de ingreso bajo la alfombrita o dejan sus coches abiertos en medio de la calle. Porque, ¿quién va a robar qué y a quién?
Adoptado el robo como práctica, nada tiene de transgresor o provocador. Sino, antes bien, de gesto de admiración. Un hurto realizado con el cuidado suficiente, como para no alertar sospechas, como para participar desde el gesto frívolo y acercar la vida soñada. Pero, la verdad, de sueños nada. En todo caso, fotografías para el facebook. Conexión virtual sin necesidades anticonceptivas. Mecanismos de control cuyas imágenes, finalmente, autoincriminan. Pero ¿cómo resistir la tentación de mostrar la ropa, los adornos, las carteras, los zapatos?
Sofia Coppola desliza su cámara sobre la epidermis de estas futuras cáscaras de camas solares. Y siente pena por ellos. Porque son los que podrían –pero no lo parece- hacer algo distinto. Dentro de la mansión de Audrina Patridge, por ejemplo, los chicos corretean y tocan y roban dentro de un único plano, capaz de mostrar la casa completa, vidriada y semejante a una casa de muñecas. Un acto delictivo cuya picardía está apagada, apresados como se les ve dentro de un mundo donde piden, paradójicamente, querer siempre estar.

Adoro la fama
(The Bling Ring)
EE.UU./Reino Unido/Francia/Alemania/Japón, 2013. Dirección: Sofia Coppola. Guión: Sofia Coppola. Fotografía: Christopher Blauvelt, Harris Savides. Montaje: Sarah Flack. Música: Daniel Lopatin, Brian Reitzell. Reparto: Katie Chang, Israel Broussard, Emma Watson, Taissa Farmiga, Claire Julien, Georgia Rock. Duración: 90 minutos.
Salas: Monumental, Del Centro, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos

martes, 22 de octubre de 2013

Captain Phillips (2013, Paul Greengrass)


Un capitán nada triunfalista
 

Por Leandro Arteaga

Ver una película de Paul Greengrass se parece a ese placer (casi) perdido de disfrutar, ni más ni menos, de un buen relato. Greengrass es un gran narrador. Artífice fundamental de la tríada Bourne, responsable como lo fue de la segunda y tercera partes, absolutamente superiores a la primera así como definitorias de una delineación renovada dentro del cine de acción y espionaje.
El eco se sintió en el nuevo Bond, mientras las películas posteriores del director –Vuelo 93, La ciudad de las tormentas- lo han envuelto de un aura que remite, por momentos, al estilo rudo, viril, nervioso, del mejor John Frankenheimer (El embajador del miedo, El tren). Capitán Phillips se suma como ejemplo notable.
Desde una lectura apresurada, podría pensarse en una recreación patriota e insoportable de los hechos ocurridos en 2009, cuando el buque carguero del capitán Richard Phillips fuera abordado por piratas somalíes. Pero lo mismo pudo decirse –y nada de eso finalmente fue- de Vuelo 93 y su recreación del 11-S.
Por eso, el espectáculo está servido. Es decir, si hay piratas, será porque Capitán Phillips es una película de piratas. Claro que somalíes, pobrísimos, indigentes. Armados hasta los dientes con lo que roban o encuentran. Y con una cadena de mandos tan fantasmalmente siniestra como a la que responde el mismo Phillips (Tom Hanks).
Tales asociaciones, Greengrass las plantea desde diálogos sesgados, cuando los militares ordenan detener, como sea, el avance de la embarcación en la que escapan los somalíes. Allí dentro también está Phillips, su rehén. Y si bien el destino final se sabe, nada habrá de victorioso en su desenlace, menos aún cuando las fuerzas abocadas al cumplimiento de la misión estén graficadas –vía Greengrasss- desde un espesor estatuario, de mastodonte, como máquinas humanas sin sentimientos, que velan por la seguridad estadounidense. Que el pirata –escuálido, herido, muy pobre- quede en sus manos provoca, cuanto menos, escalofríos.
Pero para llegar a tal instancia, primero el derrotero gradual, in crescendo, con una tensión que no duda en ser contrarrestada con reclamos sindicales, miedos personales, vidas en juego, egoísmos. En medio de todo ello, el gran Tom Hanks, aquí y por fin, en un papel que le sienta perfecto, con una presencia en pantalla que sabe cómo jugar miradas cómplices, sustos, la desesperación, las resoluciones.
Aún cuando hay un lamento que pide por la familia, el Capitán Phillips de Greengrass no tendrá ninguna imagen final de reunión cálida, con banderas que flamean o cosa parecida (como sí lo hace Affleck en Argo), sino una intuición de desdicha, de escenario global desesperado, en donde unos piratas raídos y descalzos, saben de memoria cuál frase en inglés deben pronunciar: “No, Al Qaeda! No, Al Qaeda!”

Capitán Phillips
(Captain Phillips)
EE.UU., 2013. Dirección: Paul Greengrass. Guión: Billy Ray. Fotografía: Barry Ackroyd. Música: Henry Jackman. Montaje: Christopher Rouse. Reparto: Tom Hanks, Barkhad Abdi, Barkhad Abdirahman, Michael Chernus, Catherine Keener. Duración: 134 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
8 (ocho) puntos

jueves, 17 de octubre de 2013

Gravedad (2013, Alfonso Cuarón)


Espacio para la autoayuda


Por Leandro Arteaga

El acento desmedido –como siempre, publicitario- que sobre Gravedad, película del a veces notable Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Niños del hombre), se hace, es un grito de coyuntura, que hace del film algo a distinguir entre lo mucho –más bien, poco- que el mainstream ofrece.
Un film desarrollado entre dos personajes con el espacio como telón de fondo no es asombroso, sino elección dramática que bien podría cubrirse de cualquier otra investidura escénica. Aquí se elige el espacio. El asombro, en todo caso, vendrá dado por la extraordinaria gracia técnica que Cuarón exhibe. Algo de suyo propio, que ya se sabe y que aquí explota de forma todavía más coreográfica, con planos-secuencia interminables, sujetos a una previsión calculada. Es decir, nada está fuera de lugar en ninguno de los planos o movimientos de cámara de Gravedad.
Por ejemplo, una lapicera danza reiteradamente ante la cámara. La cita es hacia 2001: Odisea del espacio, de Kubrick. Pero nada más que eso, una artimaña superficial, de rasgo apenas metatextual, junto con otras de índole religiosa, idiomática o “pop” (véase Marvin el Marciano). Si nada está fuera de lugar, si todo está premeditado, el impacto también: atención al después de, justamente, Marvin el Marciano; o al lugar que ocupa el matafuegos.
Vale decir, hay una construcción formal que lejos está del intimismo de 2001 o de Solaris, sino más cerca de una carrera a contratiempo. Cómo llegar al desenlace antes de que, por ejemplo, se termine el oxígeno. No es que a Gravedad se le pida algo distinto; es parte de un cine de géneros que, eso sí y hace tiempo, tuvo en Hollywood momentos de gloria. Encallado ahora en la espectacularidad de lo que se ve, en la banalidad de lo que se propone. En un 3D de autoayuda.
Por ejemplo: hay una escena crucial, de diálogo, que no es lo que parece pero sí. Es decir, si lo visto en esta escena hubiese sido cierto, Gravedad sería una cursilería. Como la develación lo desdice, parece un giro acertado. Por eso mismo, Gravedad es cursi.
Como corolario, el film arriba a una síntesis evidente, que remite a los cuatro elementos. No se trata de que el cine de géneros no pueda plantearse algo semejante, sino cómo se lo plantea. El increíble hombre menguante (1957), de Jack Arnold, es uno de los mejores ejemplos. Nada de ridículo hay en un gato que persigue a un hombre diminuto. Mucho menos en su desenlace. Mientras que sí en las palabrerías de ciertos manuales de instrucción, preocupados por enseñar acerca de cómo vivir mejor.

Gravedad
(Gravity)
EE.UU., 2013. Dirección: Alfonso Cuarón. Guión: Alfonso Cuarón, Jonás Cuarón. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Música: Steven Prince. Montaje: Alfonso Cuarón, Mark Sanger. Reparto: Sandra Bullock, George Clooney, Ed Harris (voz). Duración: 90 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos

domingo, 13 de octubre de 2013

Michaela Pavlátová en Rosario


El carnaval de los animales

La prestigiosa animadora checa Michaela Pavlátová estará presente en Rosario para una retrospectiva de su obra y una clase magistral. La oportunidad de acercarse a un mundo peculiar, con conejos de orejas libidinosas y sueños que mejor no contar.


Por Leandro Arteaga

No hay nada como el sexo, o nada como la animación de Michaela Pavlátová. El disfrute es similar. Lo que da vueltas –y vueltas y vueltas y vueltas- es el desarmarse en piecitas aún cuando, se sabe, la película en algún momento termina y haya que otra vez reconstruirse. Uno mismo, de a dos, o entre los muchos que sean. Todo es posible dentro del cine de Pavlátová.
Su presencia en Rosario es motivo de celebración, porque se trata de una cineasta notable, con una obra personal, de relieve internacional. La oportunidad es doble: el martes próximo, a las 20, El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) proyectará una retrospectiva con presentación de la propia realizadora. Y el día miércoles a las 18, la animadora brindará una clase magistral en la Escuela para Animadores (en Isla de los Inventos), ambas instancias con entrada libre y gratuita. Es la EPA, a través de la gestión de Centro Audiovisual Rosario, quien ha hecho posible la visita de la animadora.
Entre los cortometrajes a proyectar, figurará uno de sus más celebrados: El carnaval de los animales (2006). Es intimista, es extrovertido. Paisajes mentales, egoístas, aparecen a la par de otros (también inconfesables). Son dos las personas en la misma cama, pero también dos los individuos. Hay conexión porque hay disociación. Imágenes de sueños o de aquello que Žižek dice: “¿en qué pensamos cuando lo hacemos?”.
Si El carnaval… es uno sus trabajos más vistos, lo es porque resume de modo festivo, orgiástico, lo que sus películas exponen desde hace dos décadas: una mirada provocadora, despiadada, lúdica, y femenina. Rasgo no menor. Por eso, cuando las orejas de conejo o la cola del gato adquieren usos múltiples mientras muchas tetas cambian de tamaño y pajarracos dudosos hunden sus picos donde pueden, es un universo demente, seductor, lúbrico y femenino al que se invita a participar.
El cine de Michaela Pavlátová (Praga, 1961) tiene premios y reconocimientos internacionales que se reparten entre Berlín, Tampere, Hiroshima, Stuttgart, Montreal, y una nominación al Oscar por Palabras, palabras, palabras (1991), al que muchos –como quien escribe- pudieron descubrir en las emisiones televisivas de Caloi en su tinta: un bar atestado de personas que dialogan –se quieren, se pelean, se defraudan- desde globitos de color, con formas geométricas, de puzzle, de animalitos. Enamorados, viejas chismosas, ancianos calentones, un perro alcohólico, con un trazo que recuerda por momentos al de Crist más el ánimo imprevisible de Paul Driessen, con quien Pavlátová colaboró en Tíos y tías (1992): una serie de postales animadas sobre lo insufrible que puede ser, o es, toda familia.
Quizás Forever and Ever (1998) sea el más impiadoso de sus films, donde alterna la imagen real con la animada; esto es: ceremonia y fiesta de casamiento con segmentos animados desde presuntos flashbacks o flashforwards, lo mismo da. En todo caso, es el comentario corrosivo, de ironía, el que cobra su forma mayúscula. Pareciera que hay un rito que necesariamente celebrar, repetir, y algunas veces –sexualmente- subvertir.
De hecho, otro de sus mejores cortos se titula Repete (1995), donde el nudo corrige la correa del perro y el caminar se inicia. Una sucesión de situaciones acompañan el periplo. Hay deseo, hay atención, hay aburrimiento, hay comida, hay desesperación, hay sexo, o no hay sexo. Repeticiones que se alteran, se entremezclan, desordenan, entre trazos rojos, azules. Allí es cuando la correa se corta. Y se reanuda. Una y otra vez. Para que los animalitos del inicio –caracoles, hormiguitas, gusanitos, mujercitas, hombrecitos- vuelvan al ruedo.
En Tram (2012), Pavlátová da pie gradual a la fantasía de una mujer que conduce un tranvía lleno de… ¡hombres! Palancas, máquinas con aberturas, pies en pedales y piernas separadas, abrigos que esconden o disimulan, serán el mundo que transgredir. Alcanzado el destino, habrá de aparecer, sin embargo y entre tantas caras preocupadas, el trazo distinto, atento a lo que intuye, para así, predispuestos los dos, darse un revolcón de alegría sobre los mismos asientos grises de todos los días.
“La animación es algo que te hace sentir como un dios, podés inventar un mundo que no existe, personajes a los que les estás dando vida. Si probaste la animación una vez, la fascinación de crear movimientos, permanecerá con vos para siempre” señaló Pavlátová a Cabeza de ratón. Ahora bien, reemplacen “animación” por “sexo”. Maravillosa Pavlátová.

viernes, 11 de octubre de 2013

Starlet (2012, Sean Baker)


La encantadora sencillez de Starlet


Por Leandro Arteaga

El contrapunto de edad desde el cual Starlet se construye deja entrever un espacio justo como para que sus intérpretes acepten el desafío. Una joven actriz (porno) y una anciana solitaria en Los Angeles. La mediación, la relación, se concreta a partir de un termo que la primera compra a la segunda. Y la sorpresa tiene que ver con el dinero que allí estaba escondido. Una especie de MacGuffin del cual el realizador Sean Baker se vale para ahondar en esta (im)probable amistad.
Cuando el acercamiento se produce, cuando las sospechas comienzan a desaparecer, el encantamiento de estar filmando algo cierto asoma de modo fulgurante en Starlet. Por eso, las caracterizaciones de Dree Hemingway y Besedka Johnson son fundamentales. Hay una simpatía –de actriz a actriz- que se comunica. Jane (Hemingway) es toda frescura, de sensualidad despreocupada, con piernas tan largas como su delgadez. El afecto por Sadie (Johnson) aparece de modo imprevisto, como si se tratara de una señal implícita en el dinero encontrado.
En este sentido, el guión de Starlet tiene una construcción muy precisa. El dinero, se sabe, es móvil siempre eficaz, y será éste quien ronde, desde la preocupación, entre todos los personajes. Si Jane es en algún momento oportunista, será luego considerada (o algo así), mientras el rol que le cabe a Mellisa (Stella Maeve), su compañera de cuarto, es el más difícil de agradar, a quien más rápido habrá de atribuírsele determinadas responsabilidades.
Tales cuestiones la película las plantea desde espacios en blanco que tardan en completarse. Son suspensiones en la acción, que escriben interrogantes que en algún momento se resuelven. Mientras tanto, la sospecha oficia activamente en los espectadores. Porque cuando se trata de dinero, nadie es ajeno.
Ahora bien, el cine de Baker apunta a lo que sucede de manera más profunda, con una sencillez que tiene momentos bellos. Si las miradas pícaras, de hablar arrastrado, de Jane, desprenden seducción rápida –como la promesa que también es para el cine porno-, las réplicas de Sadie no son menos atractivas. La caracterización de Besedka Johnson –descubierta por el cineasta, fallecida hace unos meses- es maravillosa, capaz como es de depositar su mirada allí donde nadie pueda observar sus ojos, mientras espacia las frases y finalmente profiere algún grito de hastío. Eso sí, cuando murmura apenas un “mmmm…”, la sonrisa se le escapa de las comisuras de los labios.
El desenlace viene a aportar otro aspecto que más o menos estaba dando vueltas a lo largo de la historia. Que anuda de modo justo, capaz de orientar el drama hacia los puntos suspensivos, que dirigen la acción hacia lo que habrá todavía de suceder, justo cuando la película decide terminar. Tan sensible es la manera cinematográfica que Baker encuentra, que bien vendría repasar sus anteriores títulos (Take Out, Prince of Broadway) y rogar porque el cine norteamericano que la cartelera comercial exhibe –tan afecto a Hollywood- permita más oportunidades similares.

Starlet
EE.UU., 2012. Dirección: Sean Baker. Guión: Sean Baker, Chris Bergoch. Montaje: Sean Baker. Fotografía: Radium Cheung. Música: Manual. Reparto: Dree Hemingway, Besedka Johnson, Stella Maeve, James Ransone, Karren Karagulian. Duración: 103 minutos.
8 (ocho) puntos

jueves, 10 de octubre de 2013

Claudio Perrin: Bronce (2013), entrevista


El relieve difícil de los recuerdos

Un clima intimista, con actuaciones notables, sobresale en Bronce, de Claudio Perrin. La melancolía asoma como un lugar nada fácil, desde el cual dos hermanastros se reencuentran. Se exhibe mañana en El Cairo, tras un recorrido internacional que continúa.


Por Leandro Arteaga

Bronce, el nuevo trabajo de Claudio Perrin, da muestra de la necesidad de hacer cine porque, ya lo dijo Truffaut, el cine es más importante que la vida. El estreno será mañana a las 20.30 en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), con entrada libre y gratuita, dentro de la programación de Espacio Santafesino, lugar de pantalla para las producciones ganadoras de subsidios provinciales.
“Cuando escribí el guión de Bronce traté de producir alguna idea que fuera totalmente viable –cuenta Perrin a Rosario/12. Había regresado de la beca de la Fundación Carolina con otro guión [NdR: se refiere a El desentierro, futuro proyecto de Perrin, seleccionado también en el concurso “Guión Inédito” del Festival de Cine de La Habana en 2008], y me planteé lo imposible de producir la película sin la financiación concreta. Así que pensé en una idea muy básica, que fuera de una producción sencilla, lo que me significó todo un desafío porque por lo general, cuando me pongo a escribir no me detengo en la producción, sino que me dejo llevar, vuelo, imagino sin tener en cuenta si voy a tener el dinero suficiente. Por eso, me gustó el desafío de producir algo solamente con dos actores y desde el tiempo de un largometraje. Después de nueve versiones, apareció el guión de Bronce.”
Bronce cuenta con las interpretaciones de Claudia Schujman y Miguel Bosco, dos hermanastros que se reencuentran años después de la muerte de sus padres. Hay un plan que los vincula: robar placas de bronce de los cementerios. Pero en verdad, algo más profundo los acerca y repele, contenido apenas por los rostros cambiantes de Berta, por las palabras atropelladas de Horacio.
“Hay algo que me dijo un asesor en Madrid y que me quedó muy grabado, me recomendó que escribiera como si fuera la última vez, me decía que en los textos que le presentaba veía que tenía aspectos muy personales, que siguiera apuntando en ese sentido”, continúa el realizador. “Recurrí a cuestiones muy propias, de situaciones vividas, y me pareció interesante contarlo desde estos dos personajes, que roban bronce a partir del incentivo de Berta, como si obligara a Horacio a volver a su origen, a su lugar. Es ahí cuando comienzan a aflorar cosas del pasado, de la infancia. Traté de trabajar una cuestión más intimista, y Claudia y Miguel me entendieron enseguida.”

-¿Las marcaciones para la actuación se valían de premisas o los diálogos estaban preestablecidos?
-Fueron pautas acerca de qué hablar en tal o cual escena, sobre el concepto de la conversación que había que sobrellevar. Me pareció interesante poder abordar los personajes desde una forma tan intimista como quizá no lo había hecho en otros guiones, poder encontrar un equilibrio entre las acciones y la profundidad de los personajes.

-Hay varios planos-secuencia, uno de ellos me parece notable, donde Berta expone sus sentimientos y queda casi indefensa.
-Sabía que contaba con dos intérpretes muy buenos, sabía lo que podían dar y me decidí a filmarlos así. Contaba con la carnadura que tienen, cuando actúan ponen todo, son muy generosos, no se guardan nada. Durante el rodaje hubo veces donde me sorprendía, y me emocionaba como si fuera el espectador de la película. 

-En Bronce no hay necesidad de flashbacks, sino referencias al pasado, que no hacen perder la cronología de la acción presente.
-Uno escribe inconcientemente, después se piensa lo escrito, y noto que en Bronce todo el tiempo sobrevuela cierta melancolía. Yo soy así, pienso ciertas situaciones de la vida con melancolía. Es como un flashback personal, que está todo el tiempo presente, así como el tema de la muerte del padre, del padrastro. No es casual que cuando escribí el guión hacía cuatro o cinco meses que había fallecido mi papá, con el cual tenía una relación muy especial, lo adoraba.

-Bronce viene de un recorrido internacional, ¿por dónde?
-Entramos en el Ficpa (Festival Internacional de Cine de Pasto) de Colombia, ganamos el Premio a la Excelencia en The Indie Fest, California, fue seleccionada en Toluca, México, y el día anterior a la proyección en El Cairo se va a estar proyectando en Grecia.

sábado, 5 de octubre de 2013

Oeste sangriento (Hnos. Costa)+Banda de dos (D. Beyruth)


Cangaceiros, ratones y pistoleros


Los libros de historieta publicados por la Editorial Municipal son muestra ejemplar de lo que debiera ser una costumbre. En colaboración con la Embajada del Brasil se editan en Rosario dos álbumes notables.

Por Leandro Arteaga

Leer historietas publicadas por la Editorial Municipal no debiera ser novedad. Por eso, mejor será pensar los álbumes recientes como un impulso que dé escenario a libros futuros.
La iniciativa se concretó durante Crack Bang Boom, la Convención Internacional de Historietas que organizan Centro de Expresiones Contemporáneas y el dibujante Eduardo Risso, cuya última edición contó con Brasil como país homenajeado. Con el título genérico “Más Brasil en Rosario”, la Secretaría de Cultura y Educación, junto al apoyo de la Fundación de la Biblioteca Nacional de Brasil y la Embajada de Brasil, abre esta línea de títulos de una calidad impecable.
Banda de dos de Danilo Beyruth, y Oeste sangriento de Magno y Marcelo Costa, ofrecen miradas distintas, complementarias en algún punto, sobre la profusa tarea que dentro de los quadrinhos Brasil lleva adelante. La coincidencia se señala en la elección del western –o de sus reminiscencias- como género que atraviesa las correspondientes puestas en página de los libros.
En este sentido, Oeste sangriento es un furry del salvaje oeste; es decir, una de cowboys pero protagonizada por animales, concretamente por gatos y ratones. Sintéticamente: el pueblito de roedores verá peligrar su calma a partir de la visita asesina de una banda de gatos. Así como en tantos relatos noir, la historia elige su devenir desde la voz en off y el racconto, con una desgracia apenas esbozada pero –lo corrobora el fuego inicial- ya sucedida. El color se trabaja desde un ánimo caído, con la explicación tonal justa como para comprender los motivos. Esto es nodal, porque durante el paginar el color va dejando de lado el brillo de la luz diurna para acompañar el derrotero del argumento; es decir, hay un estado de ánimo que se hunde, que los colores evidencian de página a página hasta lograr la noche.
En Oeste sangriento hay un aire que respira los mismos bríos que Gary Cooper durante A la hora señalada, la obra maestra de Fred Zinnemann, pero sin olvidar que se trata de ¡un ratón! Acá lo curioso, basta con avanzar unas páginas para ya olvidar que se trata de animalitos sino de, justamente, personajes. Tarea que tantos grandes historietistas –Art Spiegelman, Juanjo Guarnido, el propio Carl Barks (factótum de Donald y familia)- han demostrado.
Este álbum, junto con Matinê (también del 2011), ha situado a los gemelos Magno y Marcelo Costa como revelaciones del año según la crítica especializada de Brasil. No resulta llamativo saber que Matinê tiene versión animada prevista para el año próximo, cuando el diseño de páginas de Oeste sangriento evoca, casi, un storyboard: el desglose de cuadros es de nexo cinematográfico, con un relato que es ágil, casi silente en sus momentos decisivos, lo que provoca una suspensión temporal entre cuadrito y cuadrito que inmediatamente contacta con el cine genial de Sergio Leone.
Por su parte, Danilo Beyruth -dibujante curtido desde la autoedición, cuyo Necronauta le valiera un reconocimiento progresivo entre lectores y editores (HQM y Zarabatana)-, ofrece en Banda de dos una aventura explosiva, cuyos cangaceiros dan razón al título desde el momento en que eligen vengar la aniquilación de su banda por el ejército, cuyo teniente gusta coleccionar cabezas como si fuesen “bolitas”. La trama también guarda otros secretos, que vinculan de manera particular a los protagonistas, los pintorescos –y huraños- Tiñoso y Calavera de Buey.
Las praderas del Far West trastocan aquí en el paisaje árido del sertão, espiritualmente cerca del deambular de Glauber Rocha pero con la violencia demente de un spaghetti western. Hay momentos oníricos, de pesadilla –visiones que meten miedo, que prometen recompensa, que claman venganza-, con un pueblito fantasma, fanáticos religiosos y un mundo de arena imparable. Por eso, Banda de dos es una historieta “seca”, que se limpia de cualquier atisbo hidrante, que apela a una acción sin pausa, con viñetas en gran angular y planos detalle que cargan un mundo de bronca –el primer plano de cualquiera de los cangaceiros, sus surcos, sus ojos-. El blanco y negro ayuda todavía más en este fresco de sonámbulos y muertos, donde el vértigo de la acción invita a su vez a detenerse en los detalles escabrosos, de gusto gore, que esconden los cuadritos: divertimento del dibujante, pero también para el lector.
 Dada la presencia de Francia como país invitado a Crack Bang Boom 2014, se prevén nuevos álbumes, con más material por descubrir. Sean de Brasil, de Francia, de por aquí y de por cualquier allá, que continúe la publicación de historietas. Rosario tiene en Crack Bang Boom la convención más importante del país. La publicación de historietas en la ciudad, consecuencia feliz y obligada, es un espacio por ganar, por recuperar.