miércoles, 29 de mayo de 2013

Hemingway & Gellhorn (2012, Philip Kaufman)


El huracán Hemingway & Gellhorn


Por Leandro Arteaga

Uno de los últimos films de HBO –estreno reciente en DVD- implica consideraciones varias, bienvenidas. Por un lado, porque es vuelta al ruedo del estimable realizador Philip Kaufman, nombre integrante de aquella generación de impacto para el Hollywood de antaño, responsable de la versión de 1978 de Los usurpadores de cuerpos así como de la no muy lejana Letras prohibidas –con Geoffrey Rush en el papel de Sade-, también guionista de Eastwood en El fugitivo Josey Wales y de Spielberg en Los cazadores del arca perdida. Por el otro, porque el título del film es preciso respecto de la significancia de sus personajes y del recorte de época que implican.
Hemingway & Gellhorn es suficientemente elocuente como para nombrar la Guerra Civil española, la China comunista, el carácter tempestuoso de Ernest, el carácter tempestuoso de Martha, el cine de Joris Ivens, las fotos de Robert Capa, el clima político mundial, o el arte en tanto parte íntegra vital. Sin literatura, no hay vida. Sin cine, fotografía y política, tampoco. En medio de todo ello, la irascible relación pasional de dos amantes.
El film de Kaufman atraviesa su periplo a partir del rostro y voz de Gellhorn (Kidman), que recuerdan a la cámara, y desde un leit-motiv: el ojo que refracta lo que mira (el de una persona, el de un cuervo, el ojo de buey del barco). Allí se contiene el escenario vivido, pero por analogía será también símil del cuadro fílmico. En este sentido: literatura o cine como maneras de mirar el mundo y, a su vez, la propia película de Kaufman. Capa, Ivens, Dos Passos, Gellhorn y Hemingway como testigos presenciales, capaces de mirar –de animarse a hacerlo, de ofrecer su vida- para decir, mostrar, replicar. Por eso la grandiosidad del arte, en cuyos testimonios pervivirá la memoria crítica sobre el fascismo, las hambrunas, las guerras, los intereses políticos: norteamericanos o soviéticos, intereses económicos al fin, y la película así los explicita.
El eje narrativo acciona y reacciona desde los avatares provocados entre Hemingway (Clive Owen) y Gellhorn, atracción y repulsión, tan fuertes como para probarse a ellos mismos desde el manto que ofrece el peligro bélico, con el fin de saber si el otro se encuentra a la misma altura. Alcanzada la cúspide, en la calma del paraíso aparente, la caída será inevitable, sea por hartazgo, sea por continuar la competencia, o por no existir nunca otra alternativa.
El montaje –obra del gran Walter Murch- enhebra imágenes que van del blanco y negro documental de The Spanish Earth (de Ivens, con Hemingway como voz narradora, luego de un altercado personal con, ni más ni menos, Orson Welles) al rayado simulado de tiempos del celuloide, a un color de cine digital, donde hacer convivir tiempos alternos, en tanto continuidad del relato, como prisma de memoria: pasional, histórica, artística. El arribo al desenlace, en tanto, develará a la película que, dentro de la película, hubo todo el tiempo de suceder.

Hemingway & Gellhorn
EE.UU., 2012. Dirección: Philip Kaufman. Guión: Jerry Stahl, Barbara Turner. Música: Javier Navarrete. Fotografía: Rogier Stoffers. Montaje: Walter Murch. Intérpretes: Nicole Kidman, Clive Owen, David Strathairn, Rodrigo Santoro, Santiago Cabrera, Molly Parker. Duración: 155 minutos.
Sólo disponible en DVD
8 (ocho) puntos

domingo, 26 de mayo de 2013

Rosaria Producciones (Langhi/Battaglia): entrevista


Mirada femenina y audiovisual

Judith Battaglia y María Langhi filman problemáticas desde una profunda mirada de género. Recientemente premiadas por el Incaa con su proyecto sobre Mary Terán, la silenciada tenista rosarina y militante.

Por Leandro Arteaga

La tarea audiovisual de la ciudad continúa proliferando, construyéndose desde espacios nuevos, con una pluralidad que crece y una calidad técnica que es inseparable de la mirada personal. Rosaria Producciones (rosariaproducciones.com) altera la letra final de la ciudad e imprime su impronta. La noticia de relieve es que uno de sus proyectos ha resultado ganador del concurso Telefilm del Incaa. Se trata del documental Mary Terán, la tenista del pueblo, sobre la extraordinaria deportista rosarina, figura de relieve internacional así como nombre silenciado por la historia local.
“Trabajamos desde hace cinco años. Si bien he dirigido algunas cosas yo cumplo el rol de productora, mientras que Judith (Battaglia) dirige y escribe” dice María Langhi a Rosario/12. “A raíz de trabajar juntas, y de que siempre han surgido temas que nos han convocado, decidimos poner una productora de contenidos audiovisuales con enfoque de género, en donde la protagonista de las historias sean mujeres. En este sentido, también desde los roles principales: producción, dirección, guión”. Por su parte, Judith Battaglia destaca que la conformación de Rosaria “es algo que se fue dando naturalmente, en tanto mujeres y desde las historias que se fueron gestando. La idea de la productora aparece como consecuencia de algo que veníamos haciendo.”
Uno de los proyectos que Rosaria está llevando adelante se titula Grito sagrado. Dice Langhi: “Ya tiene casi cuatro años de desarrollo, y trata sobre la reinserción social de las presas de la Unidad 5. Con Grito sagrado ganamos en la categoría de Desarrollo en el concurso Espacio Santafesino, y ahora también lo presentamos al Incaa, en una vía de documentales.
Battaglia: Básicamente es un documental de observación, que sigue a la protagonista en su vuelta a la libertad, no es específicamente sobre la problemática carcelaria; dado el caso, tal cuestión se aborda desde las secuelas que implica el encarcelamiento. Lo que importa es cómo alguien al salir de la cárcel enfrenta la realidad, con todo lo que imaginaba y deseaba; porque durante todo ese tiempo de encierro no te queda más que imaginar, pensar, soñar. La película se preocupa por la confrontación entre las expectativas y el afuera.

-La escena que pude ver (disponible en rosariaproducciones.com) me perturbó, hay un registro cotidiano –un almuerzo- con una cámara casi invisible, muy íntima.
Langhi: Eso es algo que se puede lograr solamente con un trabajo como el que Judith desempeña en la Unidad 5, que le ha llevado cuatro años; o el de Mary Terán, con dos años de investigación; es decir, no importa tanto acceder a esa información sino la manera desde la que se la va a mostrar, cómo hacer las entrevistas y cómo esa persona te va a contestar. Cuando se trabaja con estas problemáticas sociales, es muy difícil que al momento de filmar esa persona se pueda abrir. Creo que todo eso sucede, justamente, gracias al período anterior.
Battaglia: Dado el tiempo que se pasa trabajando, se entabla una relación con la protagonista, en este caso con Natalí. Yo no hablo desde un lugar objetivo. En los cuatro años que fueron desde la idea hasta el inicio del rodaje, se genera una relación tal que hace que las problemáticas no me resultan ajenas. Creo que eso se nota en lo que uno filma, en cómo ella también puede abrirse no sólo ante mí sino ante el equipo, algo que es importante, ya que uno invade con cámaras, luces, sonido…

-Pasando al proyecto sobre Mary Terán, su nombre está casi invisibilizado en la sociedad.
Langhi: Ahora se está hablando bastante porque el estadio al que le dicen “Parque Roca” donde se juega la Davis en Buenos Aires, en realidad se llama “Mary Terán” y no se usa su nombre, como si siguiera proscripta. Ha sido reivindicada últimamente, pero nadie sabe que es rosarina, que salió del Club Remeros, que era peronista.
Battaglia: Ella se va a los quince años a Buenos Aires, comienza a participar en tenis y le va muy bien, es número uno de Argentina durante seis años, entre las décadas del ‘40 y ‘50, y paralelamente comienza una militancia dentro del peronismo. Se preocupaba porque las canchas pudiesen estar en los barrios, pero con un material más accesible, que no fuera polvo de ladrillo. Con el golpe del ‘55 es proscripta, se exilia en España, y cuando vuelve –durante el gobierno de Frondizi- la persiguen, la discriminan, jugaba los partidos y las oponentes no se presentaban, le hacían el vacío y no la dejaban sumar puntos. Finalmente deja el tenis, le confiscan los bienes, y se termina suicidando en el ‘84. En España jugó con ciudadanía española, y fue también número uno. Aquí, el único club que la aceptó fue River Plate. Tenía una casa de deportes que había puesto su marido, Haroldo Weiss, también tenista, pero se mantuvo en el anonimato. Sólo hay un episodio durante la última dictadura, donde a Vilas le dicen que era un ídolo de barro, y ella junta firmas para defenderlo. Esa fue su última aparición o hecho conocido públicamente. Pensar que eran los años ‘40, que enfrentó la élite del tenis, y que participó políticamente, hacen de ella una mujer admirable.

-¿Tienen más proyectos?
Langhi: Con las chicas de la Unidad 5 estamos trabajando la violencia institucional para una campaña de spots televisivos, que esperamos puedan verse en noviembre, mes de la no violencia contra la mujer. Estamos trabajando en diferentes ámbitos y en contacto con ONGs. También ganamos un Historias Breves del Incaa.
Battaglia: Teóricamente se firma el contrato en septiembre. El corto se llama El pez ha muerto y también tiene una protagonista femenina.

-No quiero finalizar sin recordar la importancia de Seguir remando, sobre la inundación de Santa Fe.
Langhi: Justamente, me llamó hace unos días la protagonista porque quería una copia, iba a hablar con el intendente y le llevaba la película para presentarla como material de prueba.

miércoles, 22 de mayo de 2013

El gran Gatsby (2013, Baz Luhrmann)


El éxtasis de la decadencia


Con una puesta en escena de brillo, opulencia, desenfado, la versión del director australiano evoca el genio de Scott Fitzgerald. Pastiche y un 3D alucinado colorean una tristeza que será la protagonista del relato.

Por Leandro Arteaga

Reprochar a este Gasby las maneras estéticas de su realizador –pastiche de estilos y épocas, fastuosidad de efectos, Scott Fitzgerald en 3D-, no hace más que decir, redundantemente, sobre maneras cinematográficas actuales, ya convencionales, contenidas en Romeo + Julieta, Moulin Rouge!, o Australia. En todo caso, mejor pensar qué es lo que tienen estos juegos ópticos para la fascinación actual, en donde el cine todavía sobrevive y lejos está de haber sido, solamente, arte del siglo XX.
En este sentido, la novela de Fitzgerald así como el cinematógrafo -artefacto, invento, medio artístico- son síntomas de un siglo ocurrido, pero también lugares desde el cual proseguir una reinvención sígnica, necesaria. Por eso el cine continuará, por eso también novelas como El gran Gatsby: contenedora de toda una fuerza de época pretérita así como de reformulaciones imprevistas, que seguirán sucediendo. Por eso, también, nada de escándalo ante los artificios del cineasta. Porque el cine, como ningún otro medio, es expresión consumada, esencial, de ellos: truco, magia, ilusión.
Acorde con un collage cinematográfico sobrecargado, El gran Gatsby de Baz Luhrmann hará convivir a Edward Hopper, Cole Porter y Gershwin, con el hip hop de Jay-Z, en bailes frenéticos, de mixturas coreográficas, con una grafía escénica de estatuas de cera vivas, donde Cab Calloway reluce como silueta y una especie de Fantasma del Paraíso (aquella otra mixtura de desenfreno, pero de Brian De Palma) musicaliza como autómata de un Dr. Phibes ausente. El interrogante, la no-presencia, quién es y cómo es el legendario Gatsby, perturba a todos pero a nadie suficientemente importa: mejor la fiesta, la orgía, donde el dinero bulle y cae desde un cielo artificial de papelitos recortados, brillantes, de luces que rebotan, a la vez que inundan a espectadores embriagados de tanto 3D.
Ingresar a la mansión Gatsby como únicos invitados, cortesía también del bueno de Nick Carraway (Tobey Maguire), para ser testigos omniscientes de todo lo que un buen narrador ha de saber para, justamente, contar (acá los nombres que se quieran: Carraway, Fitzgerald o, claro, Luhrmann). Algo wellesiano está por allí dando vueltas: era el espectador también el que se adentraba en la habitación lúgubre, mortuoria, de ese otro misterio de nombre Charles Foster Kane, en El ciudadano (1941). Cuando el rostro se revele -luego del anillo, las manos, palabras, como si de una presa escurridiza se tratase-, habrán de pasar unos instantes para que el espectador no crea en lo que ve: en que no se trata del mismísimo Orson Welles, sino de su sombra que ríe, de una fugacidad que persiste sobre el rostro de Leonardo DiCaprio.
Si el Gatsby de DiCaprio es inasible, en tanto residuo de una imagen ya sucedida, que en vano busca materializar lo que no pudo ser, lo que ya no será; también entonces la belleza –que resplandece, que a veces casi desvaría- de Daisy Buchanan (Carey Mulligan): ella como el brillo de la luz esmeralda que Gatsby persigue, cuerpo para un sueño: encandilado por ella, haciendo todo por ella. Inventar, así, una historia de vida que le justifique, que le permita reencontrarla para suprimir el hiato, que haga caso omiso a lo sucedido, que suture dos porciones de tiempo en una. Fantasmas de un episodio ahora entretejido de recuerdos, que invariablemente caerá en la vorágine de los ’30 y su depresión.
El dinero, la opulencia, las maneras –“fantasmas” también- de cómo conseguirlo abundantemente, saturan el relato. También desde su ausencia, desde un río de carbón, de luz negada, de miseria, de ojos vigías, donde derrochar las ganas sexuales para mantener intactas las apariencias de la vida diurna. Llamadas telefónicas de “otros lugares”, de “otros apellidos”, aquejan a Gatsby desde la diligencia del mayordomo, en un equilibrio delicado que tensa en peligro el desarrollo de su historia planeada. Ella, sólo ella, para la definición de todo un mundo, de toda una vida, creada sólo para alcanzarla. Papel picado, dinero en el aire. La elección final no puede reprocharse, sino sólo entenderse en tanto equilibrio de mundo, cobertura a la que adherirse, ratificación del dinero y lo que estúpidamente –o no- significa.
En este sentido, entender también la ruptura rítmica de la película: del desenfreno a la quietud, de la algarabía de sonrisas y burbujas a una luz cada vez más apagada. Las máscaras caerán de a poco, hasta alcanzar el momento último, la entrega final, la tragedia que debe ser. Gatsby, por ello, como víctima que tiene que sacrificarse, que debe entregarse para que todo sobreviva. Chivo expiatorio para un sueño americano; el del self-made man, el del pobre devenido rico, el del don nadie, el de la alcurnia inventada. El de los fantasmas, imaginarios y reales, unos como garantía de otros. Contenidos todos por la pluma del atribulado Carraway, narrador apesadumbrado, lleno de angustia. Quien habrá de guiar la atención del espectador hasta el momento último, esencial, casi pasible de ser tocado, agarrado, pero invariablemente resbaladizo, furtivo.
Lo mismo sucedía –otra vez- a Welles/Kane con su esferita de nieve artificial, mientras que a Carraway/Gatsby –de modo elocuente- lo que le llueven son letras, son palabras, o nieve en forma de artificio. El papel picado, el dinero volador, han quedado ya muy lejos. Gatsby se vuelve título del libro de Carraway, de la película de Luhrmann: última palabra pero también, por estructura de relato, la primera. Se cierra entonces el gran portal, el mismo a través del cual el espectador ingresara. Otra vez se ha contado una misma historia. Tanta es la grandeza de la novela de Francis Scott Fitsgerald.

El gran Gatsby
(The Great Gatsby) Australia-Estados Unidos, 2013. Dirección: Baz Luhrmann. Guión: Baz Luhrmann, Craig Pearce, a partir del libro de F. Scott Fitzgerald. Fotografía: Simon Duggan. Montaje: Jason Ballantine, Jonathan Redmond, Matt Villa. Música: Craig Armstrong. Reparto: Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan, Isla Fisher, Joel Edgerton, Jason Clarke, Adelaide Clemens, Gemma Ward. Duración: 144 minutos.
Salas: Monumental, Cines del Centro, Showcase, Sunstar, Village.
7 (siete) puntos

Pensé que iba a haber fiesta (2013, Victoria Galardi)


Cuando el agua se pone turbia


Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (20/05/2013)

La nueva película de la realizadora argentina Victoria Galardi (Cerro Bayo, Amorosa Soledad) encuentra su núcleo en la tríada compuesta entre dos amigas y el ex-marido de una de ellas (devenido amante de la otra). Así señalado poco –más bien, nada- se dice respecto de las maneras con las que la cineasta plantea el conflicto, lo indaga, e intenta concluir. Conclusión, en todo caso, que poco importará en tanto punto final, sino mejor como situación de desenlace argumental, que postulará puntos suspensivos y no últimos.
Esto puede también analizarse desde la evidente puesta en escena meticulosa que el film expone, con un guión atento a todas y cada una de las réplicas que los personajes profieren, en donde no será tan sustancial lo que se dice como lo que, justamente, se esconde o elude. También acerca de cómo se relacionan diferentes diálogos gracias al montaje, que los retroalimenta, vuelve ambiguos, o mejor aún, procura sean completados desde la tarea del espectador.
En este sentido, podría citarse tanto la elección suspendida que entre los dos jardineros (uno siempre ausente) habrá de hacer Lucía (Valeria Bertuccelli), aquejada al descubrir el “engaño” entre su ex y Ana (Fernán Mirás y Elena Anaya), o el saludable juego de McGuffin que supone la dialéctica oficiada por el agua limpia y sucia de la piscina: entre hojas, bichero, y filtro de agua descompuesto.
Por eso, todos los elementos que aparecen en Pensé que iba a haber fiesta dicen desde lo que se alude, pero apenas. Así, de hecho, es el inicio mismo del film: Lucía y Ana se dirigen en automóvil a la casa de la primera, quien se va de vacaciones por unos días. Allí irá Ricardo (Mirás) a buscar a su hija. Pero para entender o saber todo esto, habrá que dejarse llevar por la andadura misma del film, de sus diálogos, de las relaciones que comienzan a esclarecerse, así como de las locaciones que la película transita, cuya orientación espacial y geográfica se intuye primero, y se sabe después.
El trabajo de guión, por eso, aparece como una herramienta evidentemente precisa en el diseño de la película. En este sentido, se celebran los “espacios en blanco” que aparecen, que obligan al espectador a participar. El momento mayor, puntual, será allí cuando las distintas problemáticas coincidan en una, o casi, durante la fiesta de fin de año. El nerviosismo juega un papel que se dimensiona más cuando los diálogos comunes, torpes, interesados, quieren tener relevancia. Hasta llegar al momento cúlmine que significa una resolución aparente, mientras Ana y Ricardo se van, se escapan de la fiesta. El silencio se prolonga y hace, tal vez, que lo que de allí en más suceda se vuelva demasiado retórico. Como si la última secuencia de Pensé que iba a haber fiesta no tuviese –tal vez- razón de ser.

Pensé que iba a haber fiesta
Argentina-España, 2013. Dirección y guión: Victoria Galardi. Fotografía: Julián Ledesma. Música: Niño Josele. Montaje: Alejandro Brodershon. Reparto: Elena Anaya, Valeria Bertucelli, Fernán Mirás, Esteban Bigliardi, Esteban Lamothe, Abigail Cohen. Duración: 84 minutos.
Salas: Monumental, Cines del Centro, Showcase, Sunstar, Village.
7 (siete) puntos
 

viernes, 17 de mayo de 2013

Entrevistas Escritores: Lunghi + Saracino






Diálogo con Celso Lunghi, 
ganador del premio 
Nueva Novela 2012-Página/12, 
por Me verás volver.
Linterna Mágica (10/05/2013) 
Descargar






Diálogo con  
Luciano Saracino
guionista de  
Germán, últimas viñetas
por Televisión Pública, 
martes a jueves, 22.30. 
Linterna Mágica (03/05/2013)  
Descargar

Lazos perversos (Stoker, 2013, Park Chan-wook)


Una vez muerto el padre…


Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (13/05/2013)

Que el cine de géneros norteamericano agoniza, es verdad añeja. Que la alternativa está en sus series televisivas, también; pero, se sabe, la televisión no es cine. Que el cine de géneros subsiste y se recrea desde hace tiempo en “el lejano” oriente, es también verdad que redunda. Tanto como la de la intención de Hollywood en procrear fusiones que le permitan un mínimo de vitalidad. A veces, entre tantas experiencias fallidas u oportunistas, algo sale bien. Se trata de excepciones, en donde algo de aire alterno, raro, anómalo, artístico, corroe por fin a las estructuras viciadas de lo siempre mismo.
Lazos perversos, entonces, como síntoma de esta alteridad. El coreano Park Chan-wook como firma que asume un relato perturbador, por primera vez en suelo americano, desde una poética que le caracteriza, con la violencia psíquica y física como recursos habituales, más una raigambre hitchcockiana que se trasluce y consuma desde una puesta en escena personal, con atisbos de historieta japonesa y coreografía demente. Todo ello, tal vez, nunca mejor expuesto como en Old Boy (2003), segunda parte de su denominada “trilogía de la venganza”.
En La sombra de una duda, Hitchcock lograba en Joseph Cotten un apuesto tío Charlie, cuya sonrisa encandilaba a su sobrina favorita (Teresa Wright, cuyo personaje, de paso, también y dualmente se llamaba Charlie). En la película del coreano habrá otro tío Charlie, oculto ahora tras la máscara perfecta de Matthew Goode: aparición fantasmal tras el fallecimiento del hermano, de sorpresa sensual para la madre e hija desamparadas: Nicole Kidman y Mia Wasikowska. Un trío que tendrá vínculo y desunión vestidos de tensión, pasión, muerte, en medio de un caserón enorme, cada vez más vacío, con sólo la música de un piano manipuladoramente compartido, o el caminar de un mismo modelo de calzado: la niña se está volviendo mujer, pero sus zapatos siguen todavía iguales: planos, chatos, sin sexo. Allí, y a agarrarse, el tío Charlie y un recurrente paquete de regalo.
Es de destacar la fotografía de Chung Chung-hoon, compañero habitual del realizador. Así como una luminosidad que se percibe ideal, floreada, cálida, amarilla, sin sudor; lo mejor aparece en los primeros y medios planos de los intérpretes, casi ahogados por tanto aire sobre ellos, empequeñecidos a veces, casi como si se estuviese desviando al cuadro cinematográfico respecto de lo “académicamente” correcto. Habilidad que extraña a la situación, que sabe cómo cargarla de secretos.
También, entre otros, el momento de descenso al sótano, entre luces y mucha sombra, para guardar o tomar el helado, dentro de un freezer grande y sucio, lleno de carne congelada. Helado que interviene entre la inocencia de la niña y un descubrimiento mayor. Entre el tío y la madre, la adolescente India habrá de tomar sus decisiones, a la vez que reproduce gestos que no sabe muy bien qué significan mientras la guían en su obsesión. Hasta ese momento justo, perfecto, como hace tiempo el tonto cine norteamericano ya no posee: la alguna vez niña se baña, limpia la suciedad, llora por lo ocurrido, y no puede evitar excitarse.

Lazos perversos
(Stoker) EE.UU./Gran Bretaña/Corea del Sur, 2013. Dirección: Park Chan-wook. Guión: Wentworth Miller. Fotografía: Chung Chung-hoon. Música: Clint Mansell. Reparto: Mia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Jacki Weaver, Dermot Mulroney. Duración: 99 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos

sábado, 11 de mayo de 2013

Esteban Tolj: "Rincones de Rosario" + entrevista


Arquitectura y caricatura

Un paseo de ilustraciones sobre Rosario reescribe la ciudad y sus personajes. La mirada perspicaz de Esteban Tolj anuda paisajes, cines, calles, esquinas. Apenas una muestra de las más de cien láminas del dibujante.

Por Leandro Arteaga 

Es cuestión de no resistir la tentación de subir esa escalera bella, de ese edificio tan bello que es el Club Español (Rioja 1052), para ingresar a un recodo que es, a su vez, réplica justa para los “Rincones de Rosario”, título que anuda y presenta la serie de láminas expuestas por el dibujante Esteban Tolj, en una muestra que es auspiciada por Rotary Club Rosario, Club Español de Rosario, y Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad.
Durante todo el mes de mayo, en el horario de 8 a 21, puede visitarse este caleidoscopio de instantes rosarinos, consecuencia de una mirada perspicaz, que invita al espectador al recuerdo y, a veces, a un divertimento melancólico. Las láminas son apenas un muestrario de las muchas más que Tolj viene desarrollando desde las tapas de revista “El vecino”, cuya circulación alternativa, gratuita, de tantos años, la sitúa como lugar de referencia para la tarea gráfica de la ciudad.
Tolj tiene un recorrido enorme, una trayectoria que lo señala como uno de los referentes gráficos de Rosario, pero por esas cosas que no terminan de entenderse todavía, se suma a una larga lista de dibujantes e ilustradores que tienen que hacer sonar su nombre más veces del que debieran. Hay, en este sentido, un espacio desdibujado –vaya ironía- donde los artistas del medio tienen que tratar de desempeñarse o, a partir de ello, buscar posibilidad laboral en otros ámbitos, las más de las veces internacionales.
Tolj es ilustrador, historietista, realizador de animaciones, docente; su tarea le ha hecho conocer medios como la televisión, la publicidad, la prensa gráfica. Es uno de los responsables de aquel capítulo de gloria animada que supuso “El Sótano Cartoons” –junto a dibujantes de estirpe similar como Diego Rolle y BK&Basta!-, herencia artística del gran Luis Bras que el trío modelara desde un prisma tan personal como chispeante. De allí es hijo el gran Show de los perrolotuditos, que ningún lector de esta nota debiera dejar de ver (Youtube a mano, y listo). También ha sido el continuador de la alguna vez famosa tira de prensa El Pollo Palacios, con guión de Víctor Gaite.
Una de sus facetas lo vincula a la ilustración, tarea que reparte entre libros y manuales, más la referida tapa cotidiana de “El vecino”, motivo de la muestra que le tiene por protagonista.

-¿Cuántas tapas llevás dibujadas?
-Hace diez años que estoy en “El vecino”, así que ya son 120; pero igualmente no las estoy mostrando a todas, así que ¡quédense tranquilos!

-¿Y cuál ha sido el criterio para seleccionarlas?
-Elijo las que más me gustan, o las que le han gustado a la gente. Digamos que los dibujos son como los hijos, uno no quiere hacer diferencias entre unos y otros. Las temáticas de las tapas las voy eligiendo desde el divertimento. Por ejemplo en el 2010, durante el bicentenario, elegí representar en cada mes una década distinta de Rosario. En el 2012 elegí los cines viejos de la ciudad, que hoy son supermercados, estacionamientos, o están abandonados. Lo particular es que los vecinos que circulan por esa zona son personajes de cine, pero mejor dejemos que la gente los adivine.

-Hay un detenimiento de observador, más allá de la imagen inmediata. Es decir, aún cuando se perciba el reconocimiento del lugar, siempre hay espacio para tus “personajitos”.
-Probablemente. Lo que hago es tratar de cerrar una anécdota, a veces con humor, a veces con una reflexión que se sitúa en la actitud de los personajes. Digamos que esa imagen captura un momento dentro de una anécdota, y cada uno pone allí lo que quiere. Cada personaje sugiere algo, te puede hacer recordar algo personal, que cualquiera puede haber vivido ¡o viviremos! Porque este año elegí para jugar el Rosario futurista, el Rosario retro-futuro. ¿Cómo imaginaba la gente del pasado su futuro? ¿Como vivimos hoy? ¿O pensaban que estaríamos vestidos de plateado y volando con una mochila voladora? Igual, ya disponemos de celulares, de la computadora, algo propio de Viaje a las estrellas, pero hasta que no inventen la teletransportación yo no me voy a quedar tranquilo, como soy una persona muy grandota viajo muy incómodo en el colectivo, si me teletransportaran sería otra cosa.
Es inevitable la ironía y el chiste durante un diálogo con Tolj, continuación misma de lo que su trabajo supone. Periplo, el que la muestra propone, que interroga a quienes miran desde el recuerdo o la habilidad mnemotécnica, porque no se trata de plasmar imágenes asimilables a una típica tarjeta postal, sino de mirar el detalle, de recortar el escenario familiar, de utilizarlo como excusa, de extrañarlo, de remitologizar –en suma- a la ciudad. Nada mejor.
Los paseantes observan y se interrogan, es tal esquina o es tal otra, acuden entonces a la voz autorizada de Tolj para que les confirme o desmienta. Pero ninguna más linda que la referida al cruce entre el cine vuelto estacionamiento (el Urquiza) y el embotellamiento en 8 ½ de Fellini. O las huellas de la Pantera Rosa, con el disparate a punto de suceder. Más la mirada infantil que distrae al adulto aburrido, rasgo que prevalece en la obra general de Tolj. Porque, se habrá advertido durante la lectura, hay juego y diversión –dice Tolj- en el trabajo que significan tantas láminas. Que el espectador sea invitado a participar es la gracia mayor, necesaria en tanto carcajada que también recuerda.
Ahora bien, las imágenes visitadas son apenas un señuelo de tantas láminas más, de las 120 totales y de las que vendrán, que bien podrían encontrar otros cauces y posibilidades. Valiosa será la continuidad que encontrará en la inminente Crack Bang Boom, Convención Internacional de Historietas a realizarse en agosto. Mientras tanto, y a la espera de ver qué más ocurre, a visitar entonces este paseo de caricatura y arquitectura.

viernes, 10 de mayo de 2013

Nosotros, detrás del muro (2012, Lucrecia Mastrángelo)


 Una invitación a derribar los muros

El documental de Lucrecia Mastrángelo enhebra tres testimonios de mujeres en prisión. Una mirada profunda sobre el sistema de encierro y su lugar funcional y social. La esperanza, pese a todo, como apuesta a la que dedicar la vida.

Nosotros, detrás del muro
(Argentina, 2012)
Dirección y guión: Lucrecia Mastrángelo.
Producción: Nanci Torres.
Fotografía: Lucas Pérez.
Sonido: Santiago Zecca, Agustín Pagliuca.
Dirección de Arte: Oscar Vega.
Música: Caludio Zemp.
Edición: Vanina Cantó.     
Protagonistas: Marta Días, Ana Basualdo, Andrea Lemos.
Sala: Cine El Cairo, hoy a las 20.
9 (nueve) puntos



Por Leandro Arteaga

Hoy, en el horario de las 20 y con entrada libre y gratuita, El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) proyectará de manera íntegra el trabajo más reciente de la realizadora Lucrecia Mastrángelo: Nosotros, detrás del muro; documental de cuatro capítulos que toma como escenario la Unidad Nº 5 del Penal de Mujeres de Rosario. El proyecto de Mastrángelo, vale señalar, resultó ganador en la categoría "serie de documentales federales para televisión 2012”, del concurso de Televisión Digital organizado por el Incaa. Antes de su estreno televisivo, por la señal Encuentro, El Cairo da la posibilidad de la visión conjunta de los episodios, con presencia de la realizadora.
Referir el trabajo más reciente de Lucrecia Mastrángelo implica también dar cuenta de un recorrido, de una trayectoria audiovisual que se ha preocupado por detener su mirada –y construirla- en el margen social, haciendo eje en sus protagonistas. Tal tarea no es fácil porque tampoco equivalió nunca a cierta sensiblería correcta, de la que a veces se contagió algún documentalismo “comprometido”. Vale decir, en Mastrángelo nunca hubo –ni habrá- oportunismo o corrección política, sino una búsqueda temática que se traduce, justamente, en búsqueda estética. En este sentido, se percibe un camino de crecimiento artístico, rápidamente abarcable entre títulos como De carne y sueño (1997), Refugios (1999), Espejos (2007), Sandra Cabrera, el crimen impune (2010), entre otros; hasta culminar en la sensibilidad profunda que significa Nosotros, detrás del muro.
La sensibilidad aludida se traduce en la moral que desprende cada imagen o, mejor dicho, desde la composición misma del encuadre. El mérito de la realizadora, entre tanto más, no lo supone el mero permiso de filmar paredes adentro del Penal, sino la consecución de una intimidad profunda. Este rasgo involucra de manera única y privilegiada a las entrevistadas. Como la cámara de cine es, siempre, invasiva, permitir que tal acto ocurra dentro de un mundo personal –algo mucho más profundo que la cárcel misma- significa en tanto acuerdo tácito, que deposita confianza en quien es habilitado a participar de un entorno íntimo.
Las entrevistas y entrevistadas serán entrelazadas, dibujarán un (micro)mundo o también un otro-mundo. Son tres, y sus testimonios, sus experiencias, hacen de los cuatro episodios apenas un rasguño sobre lo mucho que sus puntos suspensivos guardan. Sus nombres son: Marta Díaz, Ana Basualdo, Andrea Lemos. Y las palabras elegidas que ofician como disparadores para cada capítulo son: encierro, desamparo, sobrevivir, esperanza. Cuatro términos de significación vaga, imprecisa, problemática. Que llevan a discurrir, pensar, desarrollar una mirada sobre la vida, sobre la sociedad, con la cárcel como espacio interno que visibilizar.
Tal visibilización tiene su recorte de privilegio, tal como se apuntaba, en las entrevistadas. También en quienes se distinguen por una tarea de lazo social, que desvanezca el muro interpuesto: Fabricio Simeoni desde el taller literario, Graciela Rojas desde su tarea profesional. Ellos, miradas activas que incentivan. La literatura será el lugar sin límite, tal como lo refiere Simeoni, espacio desde el cual transgredir el control habitual, con la poesía como desafío a la custodia cotidiana. De manera análoga, ayuda la promesa de los cariños que acompañan, de la familia que espera, o el amor como situación imprevista, capaz de ocurrir donde nadie imagina, aún cuando el código de las internas no permita “mirar” las visitas de las amigas. Pero, acá la sorpresa, nada evita que sean ellas el objeto de las “miradas”.
Esta plasmación de paredes adentro, coloca rápidamente el hecho fáctico del muro como situación de la que nadie está exento. El muro y su aislación aparecen, así, como instancia de sufrimiento social, se esté dentro o no de la cárcel. De todas maneras, quienes allí están serán condenados a sobrevivir (uno de los ejes del trabajo) porque pareciera que sólo queda aceptar lo que en suerte toca. Es un poco el sabor amargo que queda al espectador luego de la visión total. Las entrevistadas son tres, con la radio, la poesía o el amor, como maneras válidas, muy bellas, de seguir hacia delante para salir del muro. Pero son excepciones. Son muchas las que, dicen ellas mismas, vuelven cuando hace poco habían salido. La droga tiene un peso demoledor. Lo admirable es cómo el documental señala su incidencia, entre otras preocupaciones temáticas, desde el fuera de cuadro: está sin ser vista, con una presencia fantasma que anuda complejidades mayores. También se menciona la tarea –igualmente fantasma- de las/los asistentes sociales. También aparecen, poco y suficiente, las figuras recortadas del vigilante y sus armas o, en otras palabras, la encarnación de la violencia como lugar y promesa de contención. En diálogo con este periodista, la realizadora supo señalar meses atrás: “Pensé que me iba a encontrar con mujeres con las que iba a poder reflexionar sobre el encierro, sobre qué significa, pero no. Me encontré con mujeres que están esperando las visitas para que pueda ingresar la droga, mientras las guardiacárceles miran para un costado. El sistema penitenciario deliberadamente quiere que esto pase, para que no se puedan recuperan y se vayan eliminando de a poco.”
Destaca también la recreación pretendida que Mastrángelo propone, lo que sitúa al documental en línea fronteriza difusa con el registro de la ficción. Hay entrevistas numerosas pero no se trata de un típico trabajo de “bustos parlantes”, sino de un entramado audiovisual donde el lenguaje cinematográfico aparece para dar forma, porque lo que preexiste es una puesta en escena precisa, que sabe hacia dónde dirigir su construcción discursiva. Asoma, entonces, un relato, una narración, donde convive mucho, pero mucho más, que lo que significan las tres mujeres elegidas. Es imposible, por ello, que el espectador sustraiga su mirada y vivencia propia respecto de lo que se está representando, mostrando, evidenciando.
Todo ello como marco general, como mapa de montaje, donde los planos que la realizadora obtiene son capaces de reparar en lo mínimo, lo cotidiano, en la pared descascarada, el piso decolorado, el bebé arrullado, el mate compartido, las sonrisas pícaras, la cama siendo tendida, los gestos durante los diálogos sexuales. Montaje sonoro que también habilita el acto poético de liberación que significa escuchar a quien asesinó, para purgar desde su palabra pero, eso sí, para no perdonar nunca al abusador, al violento, al golpeador. Sea porque había una familia que defender. Sea porque hay, justamente, una dignidad que sostener. Son reiteradas las oportunidades en las que se escucha a las entrevistadas señalar las complicaciones, demoras, faltas de respuesta, que el solo hecho de ser mujer les depara.
Esta última palabra, tal vez, podría sumarse como conclusión mayor a las otras cuatro que a Nosotros, detrás del muro sirven para su construcción: dignidad. Para ellas y para toda persona que, como una de las protagonistas señala, son ni más ni menos que seres humanos. Ninguna mejor aproximación a lo que los derechos humanos significan. Tan grande es, por eso, la tarea que significa y desempeña el documental de Lucrecia Mastrángelo.

Entrevistas Terror: V.J. Diment (La memoria del muerto) / R.S. Méndez (Evil Dead)


 

Diálogo con Rodo Sayagués Méndez, 
guionista de Posesión infernal 
(Evil Dead, 2013), de Fede Álvarez.
Linterna Mágica (19/04/2013) - Descargar

 

Diálogo con Valentin Javier Diment, 
director de La memoria del muerto.
Linterna Mágica (12/04/2013) - Descargar

jueves, 2 de mayo de 2013

Iron Man 3 (2013, Shane Black)


Tony Stark, el gran personaje

 
Por Leandro Arteaga

Desde el primero de sus capítulos fílmicos, Iron Man se perfiló como oportunista, antihéroe, ególatra, vanidoso, millonario, alcohólico, y finalmente héroe. Todo eso y más, secuela mediante, para la tercera y mejor de todas. Porque más allá –o a propósito- del bagaje de títulos con los que Disney/Marvel ha inundado e inundará las pantallas, el Iron Man de Robert Downey Jr. es la mejor de sus creaciones porque, se sabe, nadie como Robert Downey.
Por un lado, entonces, el actor; pero por otro y todavía mejor, el planteo mismo del film. Aquí desde el enfrentamiento con quien ha sido némesis de cómic para el Hombre de Hierro. El Mandarín (Ben Kingsley), en este sentido, es villano clásico pero también reformulación de miedos xenófobos ya encarnados en el Oriente lejano o cercano que significaran Ming el Despiadado o Fu Manchú. Ahora teñido del aura terrorista que azota tanto cine y prédica mediática.
Pero, se decía, aquí lo mejor. Porque nada es lo que parece y todo es lo que debía ser. Primero: a desconfiar de quien dice ser quien es. Sin embargo y segundo: los lugares comunes que son estructura para el personaje siguen en su sitio. En otras palabras: todo se conmueve y tiembla hasta casi caer, pero sólo para resurgir desde las cenizas de siempre. Muerte y resurrección de lo mismo porque, se sabe, nada puede cambiar demasiado; pero, entre medio, algunas cosas ya no serán tan ingenuas.
Será tarea obligada, entonces, salvar al Presidente norteamericano, aún cuando él sea responsable de lo que sucede. Minutos antes de ser crucificado ni más ni menos que en petróleo. Por eso, Iron Man 3 es mirada cáustica sobre su entorno, con un personaje casi herrumbrado y, a veces, de armadura impecable. También con ataques de pánico. Más la diversión que de este tipo de cine se espera.
Acá otro rasgo, que es respuesta válida para la frivolidad y solemnidad que exponen los Batman de Christopher Nolan. Antes que aleccionar, amenazar, o creerse un film de prestigio autoral –aspectos que increíblemente se le han adosado a las últimas Batman-, Iron Man es tan sólo una película de superhéroes. Con pasos de comedia, problemas de alcoba, ingenio imposible, personajes ridículos, y –gracias a Robert Downey- heroicidad obligada.
Entonces, hay divertimento seguro, efectos especiales notables, pero todo en función de un nudo que sobresale. Que gana por ironía, por astucia, por incorrección. Tampoco, está claro, creerse que se trata de una película contestataria o de algo parecido. Sino que es sólo otro producto más. En forma de película y con marca de franquicia. Pero con la habilidad suficiente como para ser lo que debe ser. Y por las dudas y como rúbrica: Tony Stark, gran personaje.

Iron Man 3
(E.E.U.U./China,2013) Dirección: Shane Black. Guión: Drew Pearce, Shane Black. Fotografía: John Toll. Monatje: Peter S. Elliot, Jeffrey Ford. Música: Brian Tyler. Reparto: Robert Downey Jr., Gwyneth Paltrow, Rebecca Hall, Guy Pearce, Ben Kingsley, Don Cheadle, Jon Favreau. Duración: 130 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos