sábado, 27 de abril de 2013

Carnaval (2013) de Lisa Caligaris: entrevista


Fragmentos de una calma aparente

Con un minimalismo que es puesta en escena compleja, Carnaval indaga en la cotidianeidad de dos hermanos. Cortometraje ganador de la convocatoria de Espacio Santafesino, es ópera prima de su realizadora.


Por Leandro Arteaga

La pantalla de Cine El Cairo (Sante Fe 1120) continúa en su tarea de consolidar un lugar audiovisual para la producción local. Hoy, a las 18, podrá verse Carnaval, ópera prima de la santafesina Lisa Caligaris, seleccionada en la Convocatoria Espacio Santafesino del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia.
Directora de casting y actriz de trayectoria internacional –Caligaris ha participado en films como Todos tenemos un plan, de Ana Piterbarg, y El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo-, la realizadora borda en apenas 25 minutos un clima de encierro cotidiano, protagonizado por dos hermanos, almaceneros (María Fuster y Luis Blua), en el día a día –puertas adentro- del pueblito de Eusebia. Mientras tanto, voces anuncian la llegada del carnaval, tanto como los aerosoles con nieve espuma para la venta. Entre el afuera y el adentro, Carnaval construye un clima denso, de cotidianeidad extraña, naturalizada.

-¿Qué fue lo que internamente te movilizó para la historia?
-Por un lado, los personajes están basados en dos tíos míos, pero más allá de eso, lo que me llamó la atención fue la cuestión de la imposibilidad de accionar del ser humano, de no poder salir para hacer lo que se quiere, aunque sea de intentarlo; un encierro que puede tener quien vive en un pueblo o quien vive en un décimo piso de Capital Federal. Quizás pueda percibírselo mejor en el personaje de ella, en sus aparentes ganas de ir al carnaval. Pero hay algo, que no está muy claro, que no se lo permite y hace que no lo logre. 

-Hay gestos que dicen, así como frases con puntos suspensivos, como cuando ella habla de zapatos nuevos o mientras almuerzan.
-Me interesaba lograr eso, y no explicar que estuviesen peleados o enojados. Simplemente se preguntan o se responden por el pan o por los zapatos de esa manera porque viven así, desde esa cotidianeidad en la que parece no pasar nada pero, sin embargo, pasan muchas cosas. Me hubiese gustado tener una hora y media para poder desarrollar más cada personaje, pero por el tiempo que amerita un corto se eligió dejar, como decís, puntos suspensivos sobre lo que pueda estar pasando.

-Seguramente hubo un trabajo de guión muy fino, son todos planos fijos, el movimiento interno es preciso, pero también a veces espontáneo. Veo que participó Santiago Loza como asesor (NdR: Director de La invención de la carne y Los labios).
-Una vez que presentamos el guión y ganó el concurso, lo quisimos seguir trabajando; fue ahí cuando me puse en contacto con Santiago. Su aporte fue genial, cuando yo quería contar más y más, él me decía no y no, pero sin influir, sin decirme qué escenas agregar o cuáles sacar; simplemente me dio una vuelta de rosca interesante, que me ayudó de manera muy importante. Yo también estaba obsesionada con dejar que las cosas pasaran ante la cámara como tenían que pasar. Es el caso de la primera escena, con los trabajadores que bajan del camión, a los que les mandé la actriz para ver cómo reaccionaban. Yo quería lograr eso, aún sabiendo que es algo que puede funcionar como no. Es una de las escenas que más quiero, ellos casi ni supieron que era un corto y no tuvieron ningún problema, actuaron como si fueran el dueño del negocio. Estuvimos abiertos a que pasaran estas situaciones, por eso la primera escena tiene mucho de espontáneo e improvisado.

-Es una escena inicial que desconcierta, que borra límites entre documental o ficción, lo mejor que puede pasar.
-Totalmente, siempre estuvo bastante difusa la línea entre documental y ficción, si bien son actores y había un guión. Lo mismo sucede con el sonido de la última escena, que es del carnaval de Ramona, un pueblo que está cerca, de donde soy yo. Nunca jamás podría haber reproducido ni una décima parte de lo que fue ese sonido del final, que no habría funcionado con otro locutor. En un principio lo grabamos sin saber para qué nos iba a servir.

-Se nota que el trabajo está impregnado del lugar, del pueblito, aún cuando todo suceda puertas adentro.
-Me alegro de que lo hayas sentido así porque se discutió sobre si sacar la cámara, sobre si mostrar tomas del pueblo, pero no era algo que me interesara. También podría haber sido una casa de Buenos Aires o la de un pueblo de cualquier lado. Pero no quise sacar la cámara de la casa, del encierro, y me encanta que me digas eso, que se pueda percibir que es un pueblo. Si bien es una historia universal, en un punto aparece algo que es muy santafesino.

La memoria del muerto (V.J. Diment, 2011)


Tan bestial como sorprendente


Por Leandro Arteaga

Diment sabe lo que hace porque lo disfruta. Esto es así: cuando se va al cine y se sale satisfecho, es porque el deseo ha sido –por el momento- colmado. Con el cine de terror sucede esto y de una manera más clara. Porque para ver cine de terror hay que quererlo. Querer dejarse llevar hacia el interior de lápidas, disfrutar con algún miembro revoleado, degustar maldiciones, invocar las sombras, esperar gustoso la noche, preferir las brumas, adorar los borbotones de sangre, tener simpatía por los monstruos, amar el cine B.
Al ver La memoria del muerto aparece la sintonía. Entre (este) espectador y la película, así como entre ella y su realizador. Porque tales encuadres, tales diálogos, tales situaciones, tales imaginerías, sólo podían suceder desde el disfrute. Que ha reconocido el propio Diment desde la palabra: Argento, Fulci, Raimi, Carpenter; pero que, en verdad, valida la película por sí misma, en tanto manera privilegiada desde la que todo cineasta, en última instancia, piensa el cine.
Ahora bien, tal regurgitación requiere de una reelaboración suficiente, que logre ser verosímil, no en tanto película con ecos de ultratumba italiana o española, sino –aquí el riesgo- argentina. Y lo cierto es que, cada vez más, el género de terror construye un espacio propio, que ha abierto el juego para una proliferación mayor. Con una marca distintiva que encuentra en el film de Diment una búsqueda formal que es en absoluto gratuita.
En este sentido, habrá que pensar muy finamente cuáles películas más podrían decir de una manera tan bestial como sorprendente sobre el recuerdo tortuoso que acompaña a Pamela Rementería, víctima de un padre abusador. Su escenificación da cuenta de lo terrible, lo magistral, que el cine de género puede ser. Y que vuelve innecesario el parlamento siguiente de la actriz, quien explica lo sucedido para, dado el caso, dar pie a otra resolución.
Lo dicho, apenas, como una de las varias piezas del juego mayor, contenido por la casona de noche, con la memoria de un muerto (Gabriel Goity) a quien se busca recordar, evocar, llorar, resucitar. Pero, como siempre, engaños de por medio y enfrentamientos cruciales, personales, violentos, de todos contra todos porque, de lo que se trata, es de enfrentar cada uno sus propios fantasmas.
Cuando todo se resuelva, podrá ocurrir la previsible vuelta de tuerca. Pero, se sabe, lo difícil es saber cómo utilizar los lugares comunes. Y lo que hacen Diment y guionistas (entre quienes destaca Nicanor Loreti, responsable de Diablo) es sorprender para retrucar y señalar que un abordaje inteligente no depende de cine “serio” alguno o que, en todo caso, el género es una de las maneras más serias de entender el cine. 

La memoria del muerto
Argentina, 2011. Dirección: Valentín Javier Diment. Guión: Martín Bousson, Valentín Javier Diment, Germán Val, Nicolás Loreti. Fotografía: Claudio Benza. Montaje: Martín Blousson, Gustavo Gorzalczany. Música: Pablo Borghi. Reparto: Lola Berthet, Luis Ziembrowski, Rafael Ferro, Jimena Anganuzzi, Lorena Vega, Matías Marmorato, Gabriel Goity.
8 (ocho) puntos

martes, 16 de abril de 2013

Oblivion (1013, Joseph Kosinski)


La sonrisa del primer plano


Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (15/04/2013)

Nada peor que Tom Cruise clonado. Pero si bien esta sola pesadilla sería motivo suficiente, mejor explicar más. A ver cómo. Oblivion aparece como la nueva incursión del actor en otra vez lo mismo de siempre. Porque poco es lo que pueda decirse de Cruise por fuera de su estampita de gelatina dura, con sonrisa de soldadito feliz. Quizás algunas excepciones, pero que lejos están de alterar su lugar en tanto emblema de actorcito pedante, repleto de dinero, capaz de expulsar directores de sus películas, así como de decidir el corte final de montaje.
Ello no significa negar su carisma, acorde con lo que una estrella de Hollywood, más o menos, debiera ser. Potencial descubierto tempranamente, y que fuera también señalado por el propio Billy Wilder a Cameron Crowe, en el magnífico libro Conversaciones con Billy Wilder. Pero de allí a justificar sus films, hay una distancia de abismo. Al menos en lo que respecta a la mayoría, encargada de acentuar su sonrisa de primer plano, así como de respaldar –aquí lo verdaderamente molesto- una misma concepción de mundo.
Esta mirada, este lugar que organiza semánticamente e ideológicamente, se traduce en la figura de un héroe que, al menos, la serie Misión imposible tuvo el buen gusto de parodiar. O, por lo menos, la primera de ellas, capaz de desarticular lo que tan ordenado parecía para descubrir su cara oculta. Pero ese es cine de Brian De Palma. Mientras que Oblivion es un refrito, pobre, de ciencia-ficción.
En este sentido, agregar todas las películas que se recuerden y mezclar bien. Entre ellas, por ejemplo, citar Blade Runner, Mad Max, El planeta de los simios. Pero no desde la coincidencia temática o el espíritu afín, sino desde la cita hueca, en tanto rasgo de superficie, que adorna a una historia que es contada con todos los vicios aburridos del cine de acción contemporáneo, para el lucimiento físico de su actor, desde la réplica pobre hacia el mundo paranoico de Philip K. Dick. Tanta y tan buena supo ser la ciencia ficción norteamericana, pareciera decir Oblivion con sus ecos de lo que alguna vez fue un gran cine.
Todo esto porque, entre otras cosas, si algo hizo tanta narrativa brillante como la que el género tuvo, fue denunciar, criticar, alertar, filosofar, acerca de la relación entre ser humano-máquina-naturaleza. Todo un abanico de autores se abre desde este vínculo. Mirada de desencanto –James Ballard mediante- que Oblivion atrae hacia sí para vaciar de contenido, llenar de “vueltas de tuerca” argumentales, y culminar con la reinstauración de la familia feliz.
Algo de develación argumental esta nota contiene, pero, la verdad, ¿qué película de Tom Cruise podría terminar sin él? ¿Y encima estando clonado? Lo que significa, ¿de qué buena ciencia ficción se podría hablar en estos términos?


Oblivion, el tiempo del olvido
(Oblivion) Estados Unidos/2013
Dirección: Joseph Kosinski. Guión: Joseph Kosinski, Karl Gajdusek, Michael Arndt. Fotografía: Claudio Miranda. Música: Anthony Gonzalez, M.8.3. Montaje: Richard Francis-Bruce. Reparto: Tom Cruise, Morgan Freeman, Olga Kurylenko, Andrea Riseborough, Nikolaj Coster-Waldau. Duración: 126 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
3 (tres) puntos

viernes, 12 de abril de 2013

El amansador (2013, Arturo Marinho): entrevista


De la relación entre hombre y animal


En Arrufó vive y trabaja Oscar Piumatti, amansador de caballos que protagoniza el nuevo trabajo de Arturo Marinho. El amansador, de estreno en El Cairo, ha ganado en la convocatoria de la Televisión Digital Abierta.

Por Leandro Arteaga

El amansador es el título del último trabajo de Arturo Marinho, al que se añade en su cartel gráfico la frase “Una historia de transformaciones”. Cambiar o, mejor dicho, transgredir la manera acostumbrada del entender, para participar de una mirada distinta, superadora. El tema viene dado por la relación entre humanos y animales, puntualmente entre un amansador y los caballos, y a través de la película como tentativa que invita a los espectadores. La función especial del próximo viernes 12, a las 20.30, en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), será propuesta consumada.
También señalar que El amansador es parte de un recorrido que el cineasta desarrolla desde formatos distintos –cine, televisión-, con experiencias de vida que le conectan de manera personal. El caso anterior vino dado por Detrás de la línea amarilla (2011), notable ir y venir entre Barcelona y Rosario, que va y viene a su vez desde la vida del protagonista, entre datos sabidos, intuidos, como también en cuanto al trazo difuso que se enhebra entre los registros de tipo documental y ficción. Ahora, mismas búsquedas pero bien lejos de la urbe, en el seno de un pueblito del norte de Santa Fe. “Los rubros y rótulos son un problema que tiene que ver con las convenciones, pero en algún lugar hay que situar a los trabajos, sobre todo cuando se aplica a determinados espacios de concursos o de programaciones. A mí siempre me parece muy fina la distinción entre documental y ficción, por lo menos desde donde me siento a trabajar. Nunca pienso puntualmente en uno u otro registro, si bien siempre parto de situaciones fuertemente documentales, en el sentido de que existen, pero en verdad existe todo, también la ficción. En un punto, la ficción también es un juego de verosímil con el espectador. En el caso de El amansador, sería un juego de inverosímil” dice Marinho a Rosario/12.

-¿De dónde viene el interés por este proyecto?
-El amansador es un proyecto de hace un par de años, y que me llega de una manera relativamente casual. Mi trabajo anterior estuvo delimitado por recorridos en las ciudades de Barcelona y Rosario, y me interesaba salir de lo urbano, quería cambiar. Había visto unas protohistorias con posibilidades de ser narradas, y las encontré en Arrufó, un pueblo muy cercano a Ceres, bastante lejos de los centros grandemente poblados. Mi aproximación se dio desde el lugar del asombro, de la curiosidad. No se trata de un documental de observación, tampoco de un documental estricto, ya que hay situaciones que fueron ficcionalizadas, en el sentido de que tienen una métrica, una duración, un tiempo y espacio determinados, y eso es un poco diferente a lo que es en realidad el día a día de estos personajes.

-¿Por qué la distinción entre domar y amansar?
-Porque hay una diferencia sutil y tajante, y tiene que ver con la propuesta de este hombre (Oscar Piumatti), alguien que no hacía esta tarea habitualmente. Oscar fue despedido de la EPE, atravesó una profunda depresión durante tres años, y cuando emergió de su pozo comenzó a hablar con los caballos, lo que ya permitía toda una serie de líneas narrativas. La idea fue la de contraponer su tarea a lo que es el trato violento con los animales. En ese sentido, la pieza tiene un fuerte anclaje. Este hombre retoma muchas de las tradiciones y formas de tratar a los animales de los indígenas de la zona, y no de los conquistadores, quienes en general pasaron a los gauchos y a los criollos la lógica del sometimiento, a través del castigo y el maltrato para lograr someter la voluntad del animal. Oscar y sus ayudantes, en cambio, tratan de hacerse amigos, de construir una relación. En ese punto, me pareció interesantísimo porque daba vuelta la lógica de lo que uno piensa es un caballo salvaje a diferencia de uno manso. No hay necesariamente un camino atravesado por el dolor o el castigo, sino por un hablarle, acariciarlo, y por un paso del tiempo completamente distinto. Narrativamente, la película hace suceder todo en un día, pero el tiempo real de amansar a un caballo con este método lleva mucho más tiempo. Lo que se logra es un compromiso y una relación muy fuerte entre hombre y animal, para mí eso era muy sorprendente y me pareció que había que contarlo.

-Llama la atención cómo el amansador está atento a los pequeños gestos del caballo, a sus reacciones. Es muy intenso el momento donde camina hacia el animal, pero de espaldas.
-Hay todo un juego de ir venciendo la resistencia. El caballo, como todo animal que tiene una visión lateral, identifica a los demás animales que tienen los ojos al frente como depredadores, como un peligro inminente; por eso este juego de acercarse de espaldas, para que el animal vaya bajando la guardia y no sienta en peligro su vida. Hay toda una coreografía también, un proceso de acercamientos y de alejamientos, de rituales, pero que son espontáneos; de hecho, con cada caballo se establece una relación diferente, no hay una lógica predeterminada. Esto fue complejo porque durante el rodaje sucedieron todo el tiempo cuestiones previstas e imprevistas, que obligaban a que la cuestión técnica estuviese bien afinada.

-Seguramente, habrán resuelto situaciones en el momento, mientras sucedían.
-Sí, todo el trabajo interno, dentro de lo que fue el corral, fue complejísimo desde el punto de vista de la seguridad del equipo técnico y del propio caballo, porque tuvimos varios días encerrados en un espacio bastante reducido. Pero finalmente el caballo se acercó a la cámara, y al tercer o cuarto día estuvo a cinco centímetros del lente, cerca de nosotros, que no habíamos establecido proximidad. El caballo nos reconoció como parte del escenario del corral, y eso fue un momento mágico. Fue el caballo mismo quien nos habilitó a la proximidad.

-¿Y el vínculo con Oscar, el amansador, cómo sucedió?
-La propuesta resultó ganadora de la convocatoria del Sistema de Televisión Digital Abierta, y es el trabajo representante de la provincia de Santa Fe en el género unitario documental. El proyecto estaba un poco hablado con Oscar, pero cuando queda elegido fue consensuado con ellos, que lo recibieron muy bien; toda la comunidad se prestó de muy buena gana. Siento que es lo que habitualmente pasa cuando uno llega a lugares lejanos, hay un gran sentido de agradecimiento y una relación de compromiso muy importante porque el propósito de la Televisión Abierta es el de dar visibilidad a historias no tan tradicionales, televisivamente hablando. Esta historia encajaba en esos parámetros, en el hecho de que un protagonista de un pueblo muy pequeño de la provincia de Santa Fe pudiese mostrarnos y contarnos lo que hace en su día a día. Fue un consenso así como un gran trabajo de equipo. Mi equipo de rodaje, como acostumbro, fue muy pequeño, también porque se trataba de una situación apropiada.

Foto: Mario Laus
 

miércoles, 10 de abril de 2013

Posesión infernal (Evil Dead, 2013, Fede Álvarez)


Una aplanadora sangrienta


Por Leandro Arteaga
Rosario/12 (08/04/2013) 

Se reitera la propuesta que realizadores de renombre hacen sobre otros en ciernes. Así como Guillermo del Toro con el argentino Andrés Muschietti en Mamá, también Sam Raimi con el uruguayo Fede Álvarez en Posesión infernal. Uno y otro autores de cortometrajes célebres en Youtube, germen de sus respectivos debuts fílmicos. Y a juzgar por el nivel y la conciencia de género que ambos manifiestan, la apuesta no sólo salió bien, sino que presagia mucho más y mejor.
El caso de Álvarez debe ser soñado: ni más ni menos que responsable de la remake de ese monumento de culto que es Diabólico (The Evil Dead, 1981). La primera película de Raimi (amén de otra previa, muy amateur), de presupuesto escaso, efectos justos, narración precisa. Tanto como para posibilitar secuelas y una filmografía que han despuntado a Raimi como una de las pocas figuras capaces de oxigenar el cine norteamericano. Entonces, y vista la discusión que acompañara durante años la posibilidad de la puesta al día de The Evil Dead, que sea desde el calibre de un realizador desconocido, bendecido por el propio Raimi, con su nombre en la producción junto al del venerable Bruce Campbell, nada mejor, nada más acorde con el espíritu B del original.
Y lo que resulta es extraño. Porque revuelve en el foso de gestos que el espectador sabrá recordar del film previo, pero para una gradual exposición revertida. Tanto como para instalarse a la manera de un nuevo capítulo uno, o como continuación inadvertida de lo que supone la trilogía. Así, no hay pero también hay equivalente para el gran Ash (Bruce Campbell), héroe de Raimi: por un lado, porque nadie como él; por el otro, porque todo remite inexorablemente a él. En ese hiato, se juega la película. Y lo hace con toda la furia del cine más gore y visceral.
Quedan algunos restos de humor negro, pero atravesados por una aplanadora sangrienta, que deja bien atrás a las más o menos malogradas vueltas a la pantalla –en remakes, precuelas, secuelas- de Freddy Krueger, Leatherhead, Jason Voorhees. Aquí, a diferencia de aquellas, hay un disfrute sentido, que da cuenta de las ganas que tiene el realizador de hacer lo que hace, en un film que está plagado de todos los lugares comunes al género pero que sabe, por conocerlos, cómo reactivarlos.
Así, el pseudo-Necronomicon se vuelve el mejor McGuffin, capaz de guardar muchos más secretos que los que expone, en una historia que fácilmente podría reducirse a esta consigna: cómo una adicta sobrevive a su adicción. El terror, en todo caso, no es más que un manto que recubre. Que divierte, asesina, destripa, y asusta. Posesión infernal se sitúa espiritualmente cercana al original, con una potencia capaz de vitalizar el género y de devolverle un aura bestial. 

Posesión infernal
(Evil Dead) EE.UU., 2013. Dirección: Fede Álvarez. Guión: Fede Álvarez y Rodo Sayagues, basado en el film The Evil Dead, de Sam Raimi. Fotografía: Aaron Morton. Montaje: Bryan Shaw. Música: Roque Baños. Reparto: Jane Levy, Shiloh Fernandez, Lou Taylor Pucci, Jessica Lucas, Elizabeth Blackmore. Duración: 91 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos

Anna Karenina (2012, Joe Wright)


Anna Karenina como artificio escénico

La recreación de la Rusia de Anna Karenina despliega un juego de ingenio que no pierde esencia. La película de Joe Wright se mueve entre el desenfreno de la pasión y los decorados perfectos. Y a pesar de Keira Knightley, su actriz.



Es comprensible que una nueva versión de Anna Karenina se realice. Por un lado, porque ninguna fuente literaria podría tener expresión cinematográfica consumada; por el otro, porque el cine mainstream hace refrito todo el tiempo. Y también, porque la tarea del inglés Joe Wright es recurrente en lo que a películas “de época” refiere. Es el mismo nombre detrás de títulos como Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación, deseo y pecado (2007). Dosis de romance con atisbos de melodrama, que contagian también a otro de sus films: El solista (2009), con Jamie Foxx como un músico callejero que captura la atención del periodista Robert Downey, Jr. La única “excepción” sería Hanna (2011), film de espionaje y acción desmedidos, cercanos al espíritu del cómic Kick Ass. Todas, eso sí, películas demasiado frívolas.
Frívolas porque hay una exposición de formas que, antes que construir maneras de pensar el cine, no son más que florituras retóricas. En estas películas pueden observarse, según el caso, reconstrucciones almibaradas, besos demorados, buenas intenciones y –pensar en Hanna- balaceras y patadas de coreografías sin nervio. Ni qué decir de El solista, donde la corrección política se disfraza de parábola y se convierte en una lágrima cada vez más gorda por sentimentaloide, difícilmente emocionante.
Ahora bien, con Anna Karenina hay más de lo mismo pero no. O, por lo menos, un manto de ambigüedad hace que la película tenga mejor suerte. Tal vez sea la plasmación de la Rusia zarista, que baña de frigidez a los personajes y, en este sentido, pueda justificar la usual falta de emoción del cine de Wright. Es decir, la fastuosidad de cuento de hadas adinerado que significa el zarismo habilita la dosis correspondiente de imaginería de palacios o casas fastuosas. También de campesinos segando durante una luz amarilla. Pero, en vistas de lo que de veras importa, en el film hay una grieta que aparece y que responde a la obra de Tolstoi.
Entonces, y de cara al acento que significa el personaje principal, todo lo demás se explica desde allí. Y por atender al lugar que el régimen zarista destina al amor, a la pasión, es que la película sabe salir airosa. Aún cuando la responsable de encarnar este malestar incurable sea Keira Knightley, ya presente en las anteriores películas del director, de un mantra algo rústico en lo que refiere a despertar deseos. Aspecto del cual, vale recordar, tan buen partido supo sacar David Cronenberg en Un método peligroso. En este sentido, la Knightley tiene una figurita acorde para la cobertura de torta de casamiento que el cine de Wright suele ser.
El lector habrá tomado cuenta de la ambivalencia de esta nota. Pero, aún cuando se mencione lo dicho, Anna Karenina está bien y mejor que cualquiera de los films citados. Porque encuentra una manera formal que sorprende, al asumir un juego fílmico de mixtura teatral. La Rusia de esta Anna Karenina es el resultado de bastidores, intérpretes, libretistas, proscenio, plateas, escenario, maquetas, cine. El primer momento del film obliga a un maremágnum de situaciones, que dislocan espacialmente la pantalla para develar las convenciones de lenguaje y finalmente construir la ilusión espacial. Hay un trabajo casi de filigrana en este aspecto, pleno de detalles, tantos que hacen necesaria una nueva visión para captarlos plenamente. Es cierto que avanzado el film la sorpresa inevitablemente mengua, pero no pierde acierto: como lo supone la carrera de caballos o el baile de salón, todas instancias resueltas desde una misma sala teatral, capaz de ser moldeable de tantas maneras como se quiera. Como si se tratara de una gran casa de muñecas hecha película, dentro de la cual, de hecho, aparecerá otra, como juguete y como referencia metalingüística.
El detallismo del film aparece, como ejemplo, en el reflejo sobre los cristales de los anteojos de Karenin (Jude Law), durante el viaje en carruaje con Anna. Allí, apenas, puede vislumbrarse el fuera de campo, el paisaje que atraviesan, recortado por el cuadradito mismo de la ventanilla, mientras la cámara sólo atiende al plano y contraplano del diálogo, dentro del carruaje. Situaciones como ésta hay muchas. Otra más, y de cita cinéfila: en el momento de la siega, la cámara adopta el punto de vista de la misma hoz para reproducir su movimiento y tarea, es decir, al ras del suelo; mismo recurso que empleara Sergei Eisenstein en Lo viejo y lo nuevo (1929). (Por las dudas, eso sí, un paralelismo como el que se refiere sólo llega hasta allí, hasta el guiño cómplice, lejos de la búsqueda formal e ideológica practicada por el cineasta soviético.)
Mientras tanto, en el medio de esta Rusia de cartón pintado se mueve, atrapada, Anna. Entre el matrimonio, la paz social, el deseo reprimido, el deseo liberado, el desafío imperdonable. Hay una alusión rápida a su destino, con un trencito de juguete bañado de nieve falsa. También una coincidencia de malestar, que será espejada y dará cuenta del desequilibrio en la escala social, allí cuando el operario del tren quede cercenado por la locomotora, pero también antes, cuando su rostro negro de carbón espante el blanco inmaculado de Anna. Presagios de desenlace que articulan la tragedia y dan cuenta de la esencia del melodrama. Lo que no se pierde en el camino es el declive de una manera social que ya es decadencia, que se rodea de esplendor pero entre paredes algo descascaradas. Dada la obsesión del realizador para su recreación, estos aspectos adquieren suma importancia.

Anna Karenina
Inglaterra, 2012. Dirección: Joe Wright. Guión: Tom Stoppard, basado en la novela de León Tolstoi. Fotografía: Seamus Mc-Garvey. Música: Dario Marianelli. Montaje: Melanie Oliver. Reparto: Keira Knightley, Jude Law, Aaron Taylor-Johnson, Kelly Macdonald, Olivia Williams, Emily Watson. Duración: 129 minutos.
Salas: Cines del Centro, Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
7 (siete) puntos