martes, 13 de noviembre de 2012

Argo (2012, Ben Affleck)


La fascinación llamada Hollywood


Por Leandro Arteaga

El denominado “montaje americano” consiste en un despliegue de líneas narrativas que, a medida que el film avanza, saben cómo abrirse lo suficiente hasta, cerca del desenlace, converger. Se parte de un Todo y se vuelve a este Todo. En otras palabras, un recorrido cíclico que desordena y reordena. Se alcanza el final para volver a comenzar, para filmar más películas donde contar –ruedo mítico- las mismas historias.
Por eso, los finales felices no son tanto una sonrisa almibarada como sí una ratificación ideológica. Hay un statu quo que sostener. Argo, en este sentido, es tan clásica como cualquier película clásica. Pero desde un mirar conservador que, por ello, la acerca y la aleja del mejor cine de Hollywood.
La referencia estriba en el vínculo epocal: el viejo logo de la Warner –circa ’70- así como la cita a Network, poder que mata (1976), de Sidney Lumet. Si es Lumet, entonces es también Fail-Safe (1964), John Frankenheimer (El embajador del miedo, Seconds), Otto Preminger (Advise & Consent), y Todos los hombres del presidente de Alan Pakula: conspiraciones, persecuciones, infiltrados, paranoia, corrupción. Ben Affleck, director/actor, es conciente –rasgo que se celebra- de su cine dentro del cine.
Argo plantea un inicio y desarrollo formalmente estupendos: rescatar a los seis diplomáticos varados en Teherán, luego de la toma de la embajada, a partir de una falsa película entre la CIA y Hollywood. La historia es cierta y documentada. Y es un disfrute ver el juego de máscaras, las idas y vueltas, entre las oficinas de la CIA y los despachos de Hollywood. Todo ello desde el cariz crítico que Argo desde el vamos dice exponer: es la política misma norteamericana la encargada de provocar el conflicto en Irán.
Entre decir y hacer debe haber sostén. Cuando Argo comienza a dejar detrás los momentos pequeños, que hacen mejor a la historia mayor, es porque inicia la acción y sus ritmos acelerados: ¿llegarán a tiempo al avión? ¿podrán escapar de Irán? Preguntas con respuestas. Sí y sí. No es eso lo que importa sino, de nuevo, su montaje: alternado entre tantas posibilidades como la película permita: desde un teléfono que no se atiende hasta iraníes repentinamente avispados. Nada de veraz hay en esto, casi tampoco de verosímil. Argo comienza como promesa pero culmina de modo banal, con todas las piezas encastradas, devueltas a su lugar/hogar: Papá Affleck en casa, con esposa, hijo, y bandera flameando. La CIA, a fin de cuentas, hace lo que hace porque debe.
Algo de este reordenamiento feliz/final ya estaba en su película anterior, Atracción peligrosa. La mejor de Affleck sigue siendo Desapareció una noche. Argo es, en conclusión, políticamente correcta, también lamentablemente inverosímil.

Argo
EE.UU., 2012. Dirección: Ben Affleck. Guión: Chris Terrio, a partir del artículo de Joshuah Bearman. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Rodrigo Prieto. Montaje: William Goldenberg. Intérpretes: Ben Affleck, John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston, Victor Garber, Tate Donovan, Clea DuVall. Duración: 120 minutos.
Salas: Cines del Centro, Showcase, Sunstar.
5 (cinco) puntos


jueves, 8 de noviembre de 2012

Frankenweenie (2012, Tim Burton)


Perrito de baterías recargables


Por Leandro Arteaga
Rosario/12, 07/11/2012 

Todo de vuelta y en su justo lugar. Si Sombras tenebrosas daba cuenta del retorno gótico y pop de Tim Burton –porque luego de Alicia en el país de las maravillas nada bueno parecía presagiar- Frankenweenie es reiteración ampliada, stop-motion mediante, del mediometraje filmado en 1984, vilipendiado por Disney, firma también productora –así las cosas- de esta versión nueva.
Misma historia pero, también, filiación técnico/estética con El cadáver de la novia y El extraño mundo de Jack, así como con el blanco y negro de Ed Wood, o el mundo ominoso de suburbios californianos de El joven manos de tijera. Todo esto y, como de costumbre en Burton, más y hacia atrás, desde el retro querido contemplado en el cine de los estudios Hammer, los climas de Roger Corman, las maquetas de Godzilla, y la aparición estelar, magnífica, tutelar, de Vincent Price: maestro de ciencias de este Victor Frankenstein niño, con voz de Martin Landau, capaz de mandar al mismo cuerno a escuela, padres y madres, atemorizados por su prédica docente.
Ciencia de relámpagos, sombras y lunas, cine en Súper 8, altillo con vista a las estrellas, para traer a la vida al perrito Sparky, de muerte consecuente con la casualidad de un destino forzado por tonterías de adultos. Pero, eso sí, la resurrección primera se produce desde una de las escenas más bellas que el cine de Burton ha provocado: el niño mira en la soledad de su noche las cintas en Súper 8 filmadas con su perrito-actor; recién allí, ante la pantalla de imágenes, vuelven algunas sonrisas. Después, por fin, el desafío: a Dios y a los padres.
Para ello, Burton traza una galería de personajes que son, entre ellos, una concepción de mundo –ruin, gris- porque, por sí solos, poco hacen, nada pueden. Sólo los niños son privilegiados. Y no todos. Algunos. Entre ellos, por eso, la melancolía de este niño-ostra que es Victor. Sentimental como para llorar y, por eso, querer filmar. Entre maquetas y monstruos de plástico. Sin béisbol. Y sin, justicia al fin, profesora de educación física.
El desenlace de Frankenweenie puede resultar demasiado extrovertido para la intimidad primera de la película, con algunas de las situaciones más oscuras, o bizarras (¡las predicciones del gato!), que casi nunca –excepción hecha con Bambi- tuvo Disney. Desenvoltura algo megalómana que obtendrá ribetes quizás demasiado grandes, al dejar un poco detrás la noche solitaria. El remate argumental, en este sentido, puede sonar algo difuso, si bien no altera el espíritu gótico de la propuesta, con el protagónico del molino clásico y frankensteiniano otra vez en escena, en llamas y con la espera furibunda de la turba de vecinos, antorchas en mano, dispuestos a linchar algún monstruo.

Frankenweenie
EE.UU., 2012. Dirección: Tim Burton. Guión: Leonard Ripps, Tim Burton, John August. Fotografía: Peter Sorg. Montaje: Chris Lebenzon, Mark Solomon. Música: Danny Elfman. Voces: Charlie Tahan, Martin Short, Chatherine O’Hara, Martin Landau, Winona Ryder, Robert Capron. Duración: 87 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8 (ocho) puntos.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Sinister (2012, Scott Derrickson)


Peliculitas de horror profundo


Por Leandro Arteaga

Por lo general, mejor sospechar y con razón. Es decir, una película norteamericana, vinculada al género de terror, realizada por el mismo responsable de títulos anodinos como El exorcismo de Emily Rose y la remake El día que la Tierra se detuvo, constituyen motivos suficientes para desconfiar. Sinister no es obra mayúscula de nada, pero tiene brío suficiente como para provocar sustos con sustancia y para superar con creces a las películas previas.
Resulta que el escritor que interpreta Ethan Hawke está tan absorbido por su tarea y vocación que no duda en arrastrar a su familia hacia mudanzas que lo acerquen al corazón de crímenes irresueltos, perseguido por el afán de volver a lograr el mismo éxito editorial de años atrás. Entre una profesión atascada y una esposa que lo sentencia, sus nervios literarios se tambalean. Ni qué decir cuando una caja repleta de películas en Súper 8 aparece en el altillo sin luz.
A ver, entonces, lo que allí se esconde, en medio de la noche, el silencio, el whisky, y rodeado de todas las pruebas obtenidas, material de base para el libro próximo. Una inmersión cada vez mayor lo persigue, hasta hundirlo en el horror profundo que las peliculitas guardan. Aquí lo mejor.
Porque lo que allí se ve será tan sórdido como para provocar repulsión y atracción. Verdaderas snuff-movies, es decir, películas realizadas desde el expreso motivo de filmar muertes. Muertes reales. Pero con el suficiente tacto como para suspender la mirada del espectador en la misma mirada del escritor. Mirar y no mirar. Desde la sábana improvisada para el Súper 8, y desde la misma pantalla de cine hacia las butacas. Continuar o no continuar. ¿Qué hacer? ¿Escribir o ser padre de familia?
Allí el suspense, el punto nodal sobre el cual discurrirá Sinister. Y para atravesar este punto de tensión, en vistas a una resolución, el devenir mismo de un horror que virará finalmente hacia el terror. La indeterminación sobre lo que pasa y su por qué, la fascinación acerca de quién ha filmado, quién ha matado. Búsqueda criminal con la que la razón no tiene todo por hacer, porque hay un límite que, una vez descubierto, sabrá como de costumbre resultar en resolución tardía.
Sinister tiene que ver con todo esto pero, también, con una necesaria elección pasional. El desenlace apunta hacia un juego de piezas que, parece, terminan por encajar justo. Con el escritor aparentemente decidido a hacer lo que hace. Pero nada es, claro, lo que parece. Porque, ¿cómo dejar de hacer aquello por lo cual se está dispuesto a vivir?
¿Dejar de escribir? No es una elección. Allí la maldición y su aceptación. Bienvenidos todos los fantasmas. Tinta negra, tinta roja… poco importa el color del fluido. Escritor víctima, al fin, de sí mismo y de ningún siniestro Mr. Boogie. Por eso, Sinister es una película que termina con un final feliz. Qué bien.


Sinister
EE.UU., 2012. Dirección: Scott Derrickson. Guión: C. Robert Cargill, Scott Derrickson. Fotografía: Chris Norr. Música: Christopher Young. Montaje: Frédéric Thoraval. Intérpretes: Ethan Hawke, Juliet Rylance, Fred Dalton Thompson, James Ransone, Michael Hall D’Addario. Duración: 110 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
7 (siete) puntos