miércoles, 6 de julio de 2011

Aballay (2010, Fernando Spiner)


Gaucho emblemático

y contradictorio

Aballay, el hombre sin miedo
Argentina, 2010
Dirección: Fernando Spiner. Guión: Fernando Spiner, Javier Diment, Santiago Hadida, a partir del cuento de Antonio Di Benedetto. Fotografía: Claudio Beiza. Música: Gustavo Pomeranec. Montaje: Alejandro Parysow. Intérpretes: Pablo Cedrón, Nazareno Casero, Moro Anghileri, Claudio Risi, Luis Ziembrowski, Gabriel Goity, Ho
racio Fontova. Duración: 100 minutos.


Por Leandro Arteaga


El western gauchesco tiene en Aballay una de sus interacciones más claras. Hasta tal punto que, por momentos, hay que recordar que el film está protagonizado por gauchos y no por cowboys, en virtud de un montaje que, desde el inicio, evoca los encuadres abiertos, el paisaje árido, la diligencia, el galope terroso, y los matreros ocultos y a la espera del botín. El tiroteo consecuente es otro de estos lugares comunes y, eso sí, bienvenidos.
Lo que comienza de manera vertiginosa cede paso elíptico al después de tantos años, con el niño de la víctima ya crecido y en busca de venganza. Su mirada fue el último recuerdo para Aballay (Pablo Cedrón), gaucho ahora perdido entre una penitencia asumida –nunca más bajar del caballo- y un mito que crece y lo santifica. En el medio, y de a poco, persecución y cuchillos, más una mujer de mirada triste y furiosa.
Aún cuando son muchos y buenos los momentos en clave western -con una pandilla de forajidos de rasgos tan salvajes como los que supiera delinear Sam Peckinpah, con planos detalle y transpirados, a la manera de un Sergio Leone-, hay momentos donde el equilibrio con la gauchesca parece perderse, allí donde las resoluciones no terminan de satisfacer: la falta de raccord entre algunos planos en la mímica gestual, el cura gritón, el nudo falso de las cuerdas que sostienen a Aballay, el hablar porteño -de poca convicción-, el reconocimiento fácil de ciertos rostros (Gabriel Goity, Horacio Fontova). Más aún, el intercambio de miradas entre Aballay y el niño no parece encontrar el rencor inmediato, la gradación rítmica justa, que permita claridad al espectador y justifique la película completa; de hecho, el mismo intercambio será reiterado en otras oportunidades, como manera de subrayar lo que, de suyo propio, debiera dar a entender de una sola vez.
Por otra parte, es la caracterización de Cedrón la que sobresale: parco, rostro ceñudo, aire moreiriano. De él se dice mucho, y es ese murmurar el que le permite la mejor composición. Por otro lado, la contraparte de Nazareno Casero en el papel de Julián resulta algo endeble, no tanto por la apostura con la que aparece, sino por la manera con la que dice.
Ahora bien, y quizá esto no sea más que una apreciación rápida, desatinada, pero Aballay pareciera reunir rasgos de tantas aristas como fuera posible: el pueblo indígena, el cura y sus penitencias, las pulperías, los gauchos, la santería pagana, la ciudad, el campo. Aballay como síntesis de todo ello, con su muerte a cuestas, necesaria para el logro del equilibrio general, para el surgir del mito.
En este sentido, entonces, el gaucho Aballay como expresión política de sus tiempos, que no son otros más que éstos, los de hoy día, así como lo fuera el Juan Moreira (1973) de Favio para la primavera camporista.

1 comentario:

estebantolj@gmail.com dijo...

La verdad que esperaba “Aballay” con ansias. Me gusta el Western clásico y el Spaghetti Western…y también las películas de gauchos, que en nuestra filmografía se pueden contar con los dedos, y sobran. Lo mejor: “Juan Moreira”, de Favio y “La Guerra Gaucha”, de Demare (“Pampa Salvaje” y “El último perro”, también me gustaron mucho). No me quiero olvidar de “Yo maté a Facundo”, de Hugo del Carril…y no quedan muchas más para destacar. El resto son apenas películas flojas, incluidas todas las versiones del Martín Fierro.
“Aballay” venía bien en imágenes y en críticas. Pero me quedé con las ganas de una buena película. Quiero destacar la utilización del paisaje tucumano y la fotografía excelente, lo mismo que la ambientación e indumentaria de los personajes. De todas las actuaciones me quedo con la de Claudio Rissi, siempre impecable en todos los papeles que le tocó jugar en el cine. Coincido con Arteaga y la interpretación de Pablo Cedrón, estupenda, justa. La chica Moro Anghileri muy linda y juega muy bien su rol entre ingenua y sexy. El cura español del Puma Goity tal vez exagerado, pero no me molestó, hay curas así. Fontova infumable, no es creíble. Y el pobre pibe Nazareno Casero, que lo he visto actuar bien en otras películas, pero en ésta está como sin “argumento” y no sabe ni cómo reaccionar. Hay tristes fallos en el guión, en el ritmo de la película, y los racontos no funcionan bien. Si hasta la música parece sacada de a trozos de otras películas. La verdad que lamento mucho que justo ésta película no resultara óptima. No se si después de esto, darán crédito para hacer otra “gauchesca”. Me refiero a crédito que la financie y el crédito que le pueda dar el público.