sábado, 28 de mayo de 2011

El hombre de los guantes (2010, Patricio Agusti)


Amílcar Brusa: Retrato del gran hombre


El hombre de los guantes
Argentina, 2010
Dirección y guión: Patricio Agusti. Producción Ejecutiva: Mauricio Gómez, Betania Cappato. Fotografía: Gonzalo Gatto. Montaje: Patricio Agusti. Música: Pablo de Feo. Dirección de sonido: Leandro Ronchi. Duración: 70 minutos. Sala: Cine El Cairo


Por Leandro Arteaga

El Espacio Santafesino de Cine El Cairo es, por estos días y de nuevo, lugar de encuentro con otro film de un realizador de la provincia, lo que equivale también a señalar que la sala pública continúa sumando estrenos de proyectos finalizados y beneficiados con el Premio Estímulo a la Producción Audiovisual del Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe.
El hombre de los guantes, de Patricio Agusti, recorre el rostro de Amílcar Brusa, como si cada surco de su cara evocara tantas y más historias de las que se compone su vida. Entre ellas, claro, sobre todo, la que lo vinculara a Carlos Monzón, de quien fuera entrenador y testigo de una época de esplendor máximo.
“¿Me vas a decir a mí?” responde Brusa al taxista que lamenta la manera en que Monzón terminara sus días. Así como también, y con gracia, agrega que “de treinta accidentes de tránsito, él era responsable de treinta y cinco”. Tan mal conductor era, efectivamente, su campeón boxeador.
Es inevitable reparar allí, en lo que Monzón es y significa, a la manera de un enclave o bisagra, respecto del retrato que del entrenador el film de Patricio Agusti propone. Aún cuando, y con igual mérito, El hombre de los guantes no olvida recordar que los campeones que pasaran por el ring y la astucia de este gran hombre fueron muchos más, un total de catorce.
Y lo de “gran hombre” no es manera fortuita de referir a la persona, porque si de alguna manera habría que nombrar a la película, por fuera de su título, quizá debiera ser la de “carta de amor a un gran hombre”. Porque de lo que se trata es de dejar que aflore, desde las palabras y la sensibilidad de tanto pelear entrenado, a la persona grande que Amílcar Brusa es.
Confirma tal aseveración –y también gracias al decir que atestigua que es el tiempo quien se encarga, finalmente, de poner las cosas en su lugar- la desavenencia con Tito Lectoure y el alejamiento final de Brusa del país. Algo raro había, los negociados entre medio, más el soporte editorial de Grupo Atlántida como principal gestor. Es así que nunca mejor la paradoja que supone la imagen del Brusa actual (87 años) de espaldas y camino al ring, con el coro de fondo que grita “¡Argentina, Argentina!” desde el eco filmado durante la obtención del título de campeón de su mejor pupilo.
A Brusa los negociados lo enervan, putea de manera firme cuando se presenta alguno. La cámara lo registra durante uno de estos episodios, mientras el pupilo espera su consejo. También cuando le piden si hacer pesas o no: “¿las pesas dan rapidez?”, “¡entonces que se las metan en el culo!”.
El recorrido Brusa también llega a Los Ángeles, al reconocimiento que en vida los grandes del box de todos los tiempos dedican a la figura de Amílcar Brusa en el Salón de la Fama del Boxeo Mundial. Entre rascacielos y galardones, también y mucho más Santa Fe y su gimnasio, más la casa pequeña del boxeador, los entrenamientos, las palabras de aliento y de enojo; porque más que “profesor” a Brusa le gusta el término “entrenador”, y se explica: “el entrenador también sufre”.
Está allí, como corroboración, el dolor por el peleador campeón que irá a parar a prisión, más la indignación por la ausencia, durante el hecho, de quienes tan cercanos fueran al entorno Monzón en sus momentos de esplendor. E imposible es reprimir los gestos de exclamación o de saber boxístico, durante las citas que de las peleas la película de Agusti desarrolla. Es cuando los espectadores hablan y recuerdan porque hay algo que las imágenes despiertan de nuevo y que sólo el nombre Monzón puede, sin explicar, dar a entender.
Por último, y porque es nexo seductor, el vínculo entre el cine y el box, dos grandes espectáculos que, en razón de tantas películas, parecen nacidos para coincidir tantas veces. Prohibidos, marginales, a veces artísticos o meramente comerciales. El boxeador, en última instancia, como esa estrella de un firmamento entre cuerdas, de vestimenta y gestos calculados, listo para el espectáculo, aún cuando el costo pueda significar la vida propia.

En Rosario/12 (28/05/2011)

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