lunes, 7 de marzo de 2011

Fase 7 (2010, Nicolás Goldbart)


Virus endémico y yerba mate


Fase 7
Argentina, 2010
Dirección y guión: Nicolás Goldbart. Fotografía: Lucio Bonelli. Música: Guillermo Guareschi. Montaje: Pablo Barbieri Carrera, Nicolás Goldbart. Intérpretes: Daniel Hendler, Jazmín Stuart, Yayo Guridi, Federico Luppi, Carlos Bermejo, Abian Vainstein. Duración: 95 minutos.


Por Leandro Arteaga


El aire pretendidamente bizarro de Fase 7 es su protagonista principal. El abordaje del terror, de lo fantástico, sigue siendo materia rara en la cinematografía local. En este sentido, el film de Nicolás Goldbart se asume desde un lugar divertido, paródico, conciente de la rara avis que es, y quizás como despunte hacia otras experiencias similares.
Tampoco se trata de sobrevalorar, sino de señalar justamente que el juego hacia el espectador que propone Fase 7, contenido en un edificio porteño desde el protagonismo de las taras de la clase media, tiene momentos de disfrute, de gran ironía, así como de epidemia espejada sobre sus propios personajes. Bacterias invisibles asedian, parece, el mundo, temor que –visto en reverso- no deja de ser caldo de cultivo para la mentalidad citadina reaccionaria, obligada a permanecer en sus casas o, si se prefiere, temerosas del salir de sus hogares. Allí, precisamente, lo mejor del film.
Daniel Hendler y Jazmín Stuart son la pareja joven de futuro predicho: mujer histérica, marido cansino, hijo en camino. A ellos –que tan bien juegan sus diálogos, con esa cara de nada y de todo que Hendler sabe cómo utilizar- se suman un lunático fundamentalista de nombre Horacio (Yayo), vecinos variopintos y fascistas, más la explosión que significa el protagónico del gran Federico Luppi, quien no duda en divertirse para quitarse cualquier manto de solemnidad.
En este sentido, es el primer tramo del film el que más se disfruta, a partir del conocimiento parcial de la situación, con un “afuera” del que se sabe poco, casi nada, mientras obliga a una convivencia cada vez más intolerable entre los inquilinos. La simbiosis entre Hendler y Yayo adquirirá más y más matices estrafalarios, como si se tratase de una salida entre amigos, mientas la mujer espera con enojo la vuelta del marido, aunque más no sea para denigrarlo.
Clima zombi, epidemias, villanía alla George Bush, cuarentena, todos elementos que tanto cine ha desarrollado y propone todavía. Pero la referencia que inmediatamente salta a la vista, sea tanto por la reclusión obligada como así también por los trajes aislantes elegidos, es El Eternauta, la historieta de Oesterheld y Solano López, pero en versión trash y con un Juan Salvo torpe. (Y quizá ello juegue también en favor de la tan perseguida traslación fílmica de la misma, que bien haría en privilegiar climas antes que ansiar los efectos de una superproducción, algo tan ajeno al espíritu de la historieta).
A medida que la acción aparece y busca su desenlace, Fase 7 se empantana un poco, mientras pierde la gracia inicial en detrimento de momentos que se extienden demasiado, que pierden ritmo y ganan en languidez. Más un cierre que no necesita del subrayado final y discursivo que presenta, por otra parte ya sugerido previamente y de manera suficiente.
De todos modos, allí está la presencia virósica de una sociedad que no tarda mucho en asumir un estado de sitio hogareño, sea éste bajo la forma de planes diabólicos o de barrios privados. La “fase 7”, en este sentido, no se encuentra tan lejos de tantas experiencias cotidianas.

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