lunes, 21 de febrero de 2011

Desconocido (2011, Jaume Collet-Serra)


Recuerdos de tiempos fríos


Desconocido
(Unknown)
EE.UU., Inglaterra, Alemania, Francia, Canadá, Japón, 2011. Dirección: Jaume Collet-Serra. Guión: Oliver Butcher, Stephen Cornwell, a partir de la novela de Didier Van Cauwelaert. Fotografía: Flavio Labiano. Música: John Ottman, Alexander Rudd. Montaje: Timothy Alverson. Intérpretes: Liam Neeson, Diane Kruger, January Jones, Aidan Quinn, Bruno Ganz, Frank Langella, Sebastian Koch. Duración: 113 minutos.


Por Leandro Arteaga

“En Alemania nos olvidamos rápido”, se queja el detective Bruno Ganz, “incluso de que hemos sido nazis”. Qué gran actor. Su sola presencia, enmarcada por escenas contadas, más el cara a cara que mantiene con el no menos venerable Frank Langella, justifican todo el film. Ganz, de nuevo: “¿qué pasaría si Martin Harris recordara?”
Desconocido juega su devenir, o deconstruir, desde la ciudad de Berlín. Allí van a parar el Doctor Harris (Liam Neeson) con su esposa (January Jones), a participar de una conferencia sobre adelantos científicos en agronomía. Todo muy frío, con nieve en todas partes y, allí donde el lujo del hotel no llega, pleno de inmigrantes: en los taxis, en los bares, en talleres mecánicos. Lo peor de todo -se queja el dueño de la compañía taxista-, es que son ilegales y están arruinando a Alemania.
Harris escucha esto mientras procura el paradero de la taxista que le salvara la vida (Diane Kruger), luego de un accidente casi fatal. Tras unos días en coma, busca dar con su esposa mientras reordena sus recuerdos. Pero lo que le espera no es lo que cree: nadie le reconoce, ni como doctor ni como quien él dice ser. Al borde de la locura, trata entonces de hilvanar alguna pista, de reencontrarse consigo, y es por eso que el detective Ernst (Ganz), antiguo integrante de la Stasi del Berlin Oriental, lo ayuda en la tarea.
A partir de aquí, son varias las idas y vueltas cinéfilas que puede sugerir el film de Jaume Collet-Serra (La huérfana, Casa de cera). Desde El hombre equivocado hitchcockiano, pasando por el desequilibrio frankenheimeriano de El embajador del miedo y Seconds, más la dualidad paranoide-literaria de Philip K. Dick, y la alusión –por escrito- al mundo de Oz. Una larga estela de referencias que en Desconocido encuentran como enclave la Guerra Fría y la puesta en juego de viejas piezas de ajedrez, en un contexto diferente y con artimañas tecnológicas nuevas. El juego con el recuerdo que el film propone podría, en este sentido, ser entendido como la remembranza de un orden ido que, si bien vetusto y de nostalgia para varios, sirve de matriz ideológica y económica para quienes continúan en el ruedo. Casi sin proponérselo, Harris desempolvará lo que no debe, lo que no se dice.
Hasta aquí, todo muy bien. Pero, en verdad, el interés de la temática conoce vaivenes que hacen de Desconocido, por momentos, un film de acción más. Cuando la redundancia desaparece –es decir, por fuera de las secuencias de acción que no agregan más que vértigo icónico; desde el contraste, vale recordar la austeridad admirable de El espía que surgió del frío, de Martin Ritt- es cuando más se disfruta del film pero, parece, es la adrenalina desenfrenada, por lo general decorativa, la que dicta los caminos actuales en este tipo de propuestas.
Por último, y luego del descubrimiento agrícola (ver el film, claro), algo se agrega acerca del descontento de la gente del campo. Imposible no ironizar con el contexto argentino, cuyos baluartes del agro serían justos protagonistas.

sábado, 19 de febrero de 2011

Luis A. Spinetta, hoy en El Círculo


Discos como historias de amistad



El Flaco se presenta en El Círculo con Spinetta 011, donde recorre sus cuarenta años de inmensa trayectoria musical.

"La mejor manera de precisar la presencia de Spinetta en Rosario...". Mmm, no. Demasiado pomposo, altanero. "Una manera de definir la actuación inminente del músico...". Tampoco. ¿De celebrar? Mucho mejor. Porque ¿de qué manera exacta podría hablarse de Spinetta más que festivamente? Es decir, poco (nada) importa la cita de datos, de informaciones variopintas, de tanta info colgada de Internet, cuando es de Luis Alberto Spinetta de quien hay que escribir. No es que no sea importante la información. Pero sí distinguirla. Entonces, mejor puntualizarla de una vez, no sea que a alguien se le pase por alto la celebración que supone la presencia de Spinetta en Rosario, esta noche, a partir de las 22, en el Teatro El Círculo de Laprida y Mendoza.
Más información en este boletín: el espectáculo tendrá lugar... No, no. "Espectáculo" se escribe y se dice todo el tiempo. Va de nuevo. El reencuentro --año tras año, aún cuando sean cinco los que lo separan de su última visita a El Círculo- se perfila desde el título "Spinetta 011", con la promesa de recorrer algunos de los episodios de sus apenas cuarenta años de vida en la música. Situación que provoca el recuerdo y, en este caso, la envidia.
Pero se trata, de veras, de una envidia sana. Referida a quienes pudieron celebrar (tercera vez que se escribe esta palabra) con "Spinetta y las Bandas Eternas" en diciembre de 2009, en el estadio de Vélez, dicha trayectoria. Más de cinco horas. ¡Con Almendra, con Invisible, con Pescado Rabioso, con Jade! Qué varita bella es la música de Spinetta. Como prueba y consuelo queda el disco (¡los discos!) con el mismo título y recopilación de lo vivido allí. Imposible piratearlo. Como sea, y de donde sea surja el dinero, hay que tener Spinetta y las Bandas Eternas. Original. Cajita, libro, todo.
En realidad, se sabe, se termina por tener absolutamente todos los discos de Spinetta. Y si se piensa en el recorrido de vida que se ha tenido al lado de ellos, puede reconstruirse --sonará obvio aunque no menos cierto- una historia de amistad. Spinetta en el escenario es eso. Es más. Preguntas al lector: ¿dónde compró su primer disco de Luis Spinetta? ¿Cuándo y dónde fue el primer recital?
Para este pulso, el recuerdo más lejano remite a la casa de una tía paterna, cuyo hijo --a quien el autor, muy niño, veía como un gigante, enorme, muy piola - tenía viejos autitos Matchbox, de esos que no se consiguen más, con rueditas todas negras, y muchos LP`s de rock. Entre él y una prima, ambos adolescentes (los "gigantes"), hablaban de música mientras escuchaban un disco cuya tapa --grande, cuadrada, blanca - tenían entre manos. El hombre dibujado resultaba desconcertante: triste, lágrima, pañuelo rosa blanco, flecha sopapa. ¿Qué era eso, entre tanto Gaby, Fofó y Balá, con los que la tele bombardeaba?
Otro recuerdo: escuchar por primera vez Invisible (1974) y sentirlo nuevo, como todavía no hecho, aún cuando su edición coincide en edad con quien aquí escribe. La misma impresión asalta el recuerdo ante cada escucha. Raro. Desafía la cronología, la que se asume como normal. Entonces, y con el derecho que dicta el ánimo, el disco Invisible se hizo mañana. Pregunta al lector: si piensa en su estado de ánimo, el de este preciso momento, ¿cuál de los discos de Spinetta elegiría escuchar?
Lo cierto es que ésta es una de las guías --si no la más cierta - al momento de escuchar música. Así como para adentrarse en el mundo spinetteano y vivir allí para siempre. Sea el ánimo que sea, seguro que una puerta de ingreso aparece y, lo que es mejor, con la posibilidad de volver, una y otra vez.
Una última: Spinetta en Rosario, Facultad de Humanidades, circa 1997. (¿Fue ese año?). Desde el público: "Flaco, no puede ser. ¿Viste cómo están los baños de nuestra Facultad?". Spinetta: "Es tu Facultad. Agarrá ladrillos y ponete a arreglarlos vos".
Esta noche, entonces, la oportunidad de celebrar (¡repetición bienvenida!) una amistad que la música supo cómo traducir.

También en Rosario/12 (19/02/2011)

lunes, 14 de febrero de 2011

Temple de acero (2010, Joel & Ethan Coen)


El western como cuento de hadas



Temple de acero
(True Grit)
EE.UU., 2010. Dirección: Joel y Ethan Coen. Guión: Joel y Ethan Coen, a partir de la novela de Charles Portis. Fotografía: Roger Deakins. Música: Carter Burwell. Montaje: Joel y Ethan Coen. Intépretes: Jeff Bridges, Hailee Steinfeld, Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper, Dakin Matthews, Jarlath Conroy. Duración: 110 minutos.

Por Leandro Arteaga



Que la Temple de acero original (1969, Henry Hathaway) sea un “clásico” o gran film es, por lo menos, discutible. Se trata, en todo caso, de una película dedicada a John Wayne; su “Rooster” Cogburn es síntesis de la trayectoria del actor y de su estereotipo machista, delineado en este film –que no casualmente le valiera el Oscar- de manera festiva y graciosa, aún allí donde el “Marshall” se descubría desde sus costados más indigestos: el alcohol, el gatillo fácil, el desprecio por la ley. (Lejos de lo propuesto por Don Siegel en El tirador, de 1976, el último y, aquí sí, muy melancólico film del actor).
Y si esto se apunta es porque la construcción que del personaje lleva adelante Jeff Bridges es completamente otra. Aquí sí se subrayará lo poco digerible de su persona, de su accionar mercenario, de su habla aguardentosa así como del desprecio hacia los indios. La True Grit de los hermanos Joel y Ethan Coen –aún cuando la fuente primera sea la novela de Charles Portis- es reverso del film original, con un Rooster/Bridges cuyo parche está situado en el ojo opuesto al de Wayne. Marca literal así como simbólica.
Desde su inicio, el film de los Coen propone un prólogo admirable, con la nieve blanca y negra como contraste semántico, como síntesis de la imagen clásica del duelo desde el cual abre y cierra todo western, cuyo rango mítico aparece desde la voz en off que narra, que da cuenta de lo sucedido allá y hace tiempo, entre el manto níveo del cuento de hadas.
Acuciado por la pequeña Mattie (Hailee Steinfeld) para dar con el paradero del asesino de su padre, será que Cogburn deba internarse en tierra india. Más la compañía del Texas Ranger LaBoeuf (Matt Damon), una suerte de imbécil que dice ser protagonista de tantas o más epopeyas que las vividas por el propio Rooster, y que también persigue al mismo individuo (Josh Brolin). Entre ambos, a través de diálogos imperdibles, se desoculta ese “otro Far West”, el de la codicia y las matanzas. El desdén de Rooster por los indígenas se patentará en una escena clave, así como también será de interés para el espectador situar los momentos contados donde el film permite cabida al indio, para dar cuenta de que, aún cuando se trate de ingresar en territorio “no civilizado”, la presencia indígena en Temple de acero será la de la ausencia, la de la voz silenciada.
Rooster se verá obligado a saldar cuentas consigo mismo, con sus habladurías, con su decir justiciero. Situación que viste al film de los Coen de rasgos trágicos, con personajes víctimas de sí mismos, en un entorno que conoce su ocaso mientras amanece la gran ciudad. En este sentido, el epílogo del film pareciera citar Un disparo en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), de John Ford: el cuento llega a su fin para adquirir status mitológico, con una tumba cierta y un espectáculo de circo donde devolver vida a los indios y anestesiar la verdad histórica.
Rooster, Tom Doniphon (Wayne, en el film de Ford) o Shane (Alan Ladd): bisagras de un mundo que muere y otro que nace. Síntesis necesaria para la resolución a la que el juego entre leyenda y verdad obliga.

domingo, 13 de febrero de 2011

Claudia Cantero: entrevista


Actriz para toda la vida


De una vitalidad que desborda, que sienta presencia tanto en escenarios de teatros como en pantallas de cine, Claudia Cantero dice tener expectativas modestas: trabajar como actriz.


Por Leandro Arteaga

Entre el teatro y el cine, Claudia Cantero no para de trabajar. El próximo viernes 18 estrena en Buenos Aires, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), la obra La familia argentina, de Alberto Ure, junto con Luis Machin, Carla Crespo, y dirección de Cristina Banegas. “Estamos ensayando a diario y estoy tremendamente cansada. Es muy fuerte el lenguaje que estamos produciendo, de mucha intensidad. Trabajé todo el verano con esto y ahora estamos en la rectísima final” comenta a Rosario/12 la actriz.
La familia argentina es una obra que Alberto Ure escribió en el inicio de los noventa, antes de tener su accidente cerebro vascular que lo sacó de carrera. Estuvimos también con él, hablando un poco, en función de lo que podía. Esta obra se hizo también en Rosario, a través del Centro Experimental Rosario Imagina, que dirige Rody Bertol, ahí fue donde la conocí. Me pareció muy impresionante la presencia de esa violencia poética que maneja Ure. De alguna manera, fui yo quien promovió la idea de montar este proyecto acá, en Buenos Aires. Mi personaje es el de Laura, madre de Gaby (Carla Crespo) y ex esposa de Carlos (Luis Machin), que intenta revertir una situación bastante terrible para ella, sin que pueda lograrlo. Ése es el tiempo que dura casi toda la pieza. Es una obra que puede pensarse como una de las posibles combinatorias en una familia” señala Cantero.
De trayectoria teatral, el nombre de Claudia Cantero comenzó a recorrer nuevos rumbos a partir de su participación cinematográfica en títulos como La mujer sin cabeza (2007, Lucrecia Martel), Mentiras piadosas (2008, Diego Sabanés), y Lengua materna (2010, Liliana Paolinelli).

-¿Cómo manejás los diferentes registros que para la interpretación suponen el cine y el teatro?

-Es algo que va cambiando. Por supuesto que tengo más experiencia de actuación en teatro, aunque cada lenguaje y proyecto tienen su cosa diferente. Al principio, le tenía mucha resistencia a la actuación en cine, como suele ocurrirles a los actores de teatro, pero por suerte me ha tocado trabajar con directores bárbaros. Yo creo que la actuación en cine es experiencia, no lo veo de otra manera; me parece que es hacer, y a partir de este hacer te vas dando cuenta gracias a la indicación de los demás. Es muy distinto cómo termina construyéndose el lenguaje cinematográfico a diferencia del teatral, en el cine la actuación es una parte que tiene que estar atenta a una totalidad. También hay que ser muy riguroso con las indicaciones técnicas. Si bien mucho no lo disfrutaba, después llegó un momento donde sí, donde realmente me empezó a gustar, aún cuando todos los trabajos sean distintos.

-Imagino que mantener la progresión dramática en el cine debe ser problemático, debido a las necesidades del rodaje, como si se tratara de una especie…

-…de rompecabezas. Sí, un rompecabezas que después agarra el montajista. En el teatro se le llaman las ‘circunstancias dadas’ a, por ejemplo, qué ocurrió o qué sucedió antes de la situación que viene ahora. Durante el rodaje cinematográfico, uno va siguiendo día a día esos saltos temporales, tratando de construir en relación a un antes y un después, pero ahí es donde la palabra del director se vuelve sagrada, él es quien tiene la película en la cabeza, quien tiene la progresión de estos personajes, es él quien te acomoda y te dice cómo hay que trabajar ese día. Pero cada director es distinto, con algunos he ensayado más y se ha ido a filmar con más seguridad, mientras que otros directores, en cambio, son más juguetones. En el caso de Lucrecia Martel, por ejemplo, nunca se ensayó la película, siempre se ensayaron otras cosas, un poco emparentadas con la película. Ella trabaja mucho con el aquí y ahora y era muy divertido; a pesar de lo tremendamente profesional y medido que está todo, aquella experiencia tenía que ver con un juego del conjunto, con ver cómo vibrábamos y qué se podía hacer con eso; en ese caso, ése es un rasgo que emparentaría al cine con el teatro. Hay veces donde entendés mejor lo que se quiere, a veces lo hacés a mitad de la película, otras veces el director no sabe exactamente lo que quiere mientras que otros lo saben muy bien. Creo que la actuación siempre está tratando de ver cómo se mete su hacer en el conjunto, un conjunto que siempre va a ser distinto. Cuando tenés un personaje que atraviesa toda la película, estás ante una experiencia en sí misma. A lo largo del rodaje vas viendo cómo entenderte mejor con el otro para, justamente, hacer lo mejor posible a favor de la película. Pero siempre es distinto. Yo, por suerte, no he tenido malas experiencias, si bien algunas más gratas porque el personaje me ha gustado algunas veces más.

-¿En qué consiste tu participación en la película Los Marziano?

-¡Por suerte me llamó Anita (Katz)! A mí me encanta ella, me gusta su humor, me parece fantástico. En la película yo soy la exmujer del personaje de (Guillermo) Francella, con quien tenemos una hija en común. Mi participación es chiquita pero muy divertida, estuvo muy bien. Filmamos en el Tigre y en algunas otras locaciones de Buenos Aires. Me parece que va a estar muy bien esa película, se filmó con un equipazo [NdR: el reparto incluye los nombres de Mercedes Morán, Daniel Hendler, Arturo Puig, Rita Cortese]. El guión era muy interesante, al estilo de Ana Katz. Los Marziano tiene que ver con el apellido de la familia, pero también hay ahí una broma escondida.

-Tenés una trayectoria admirable, con momentos importantes. ¿Qué expectativas personales te provoca?

-Mis expectativas son modestas: trabajar. Trabajar como actriz. No hago esta locura de trasladarme a Buenos Aires porque tenga alguna expectativa por fuera de la que te estoy nombrando. Lo que quiero decir es que si yo, en Rosario, hubiese encontrado la posibilidad de trabajar como actriz no estaría acá. La culpa no la tiene nadie, la realidad está dada de este modo. El poco trabajo profesional al que puede aspirar la actuación está en Buenos Aires. Ahora escucho con muchísima alegría que se están filmando cosas en Rosario y en el resto del país, gracias a la TV Digital: series, miniseries, documentales, unitarios. Siento que va a haber más trabajo. Pero como te decía, mi aspiración concreta es poder trabajar de la actuación, durante todo el tiempo que sea posible.

También en Rosario/12 (13/02/2011)

lunes, 7 de febrero de 2011

Lazos de sangre (2010, Debra Granik)


En un bosque de secretos y silencios


Lazos de sangre
(Winter’s Bone)
EE.UU., 2010. Dirección: Debra Granik. Guión: Debra Granik, Anne Rosellini, a partir de la novela de Daniel Woodrell. Fotografía: Michael McDonough. Montaje: Affonso Gonçalves. Música: Dickon Hinchliffe.Intérpretes: Jennifer Lawrence, Isaiah Stone, Ashlee Thompson, Valerie Richards, Shelley Waggener, Garret Dillahunt. Duración: 100 minutos.


Por Leandro Arteaga


Debe pasar un período de tiempo para que la densidad se disipe, gradualmente, luego de la proyección de Lazos de sangre. Un clima sórdido y monótono, de encierro y opresión, es el que prevalece en el muy laureado film de la realizadora Debra Granik: una lista inmensa que incluye, entre nominaciones y premios, dos galardones en el Festival de Berlín, el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance, y la participación en cuatro de las categorías de la próxima entrega de premios Oscar (entre ellas, mejor película y mejor guión adaptado).
Traslación al cine de la novela Winter’s Bone, de Daniel Woodrell, la elección del título “Lazos de sangre” para su distribución en el país sugiere analogías entre vínculos familiares y el clima gélido y desolado (“El hueso del invierno” sería la traducción literal) en el que se desenvuelven sus personajes, entre las montañas nevadas y los bosques de Ozark, en Missouri. Un micromundo de abrigos, de leña que cortar, de música country apagada, de adiestramientos militares (y familiares), y finalmente, de presas que matar.
Todos estos rasgos comenzarán a aparecer a partir de la necesidad de Ree (una estupenda Jennifer Lawrence), adolescente de apenas diecisiete años que saldrá a la búsqueda de su padre, cuyas deudas amenazan con la pérdida de su casa, allí donde (sobre)vive, cuida de su madre enferma –y silenciosa- y de sus dos hermanos pequeños. Si la relación con la madre no es más que la de peinar un cabello de muñeca de cera, la pregunta que surge –entre las tantas que surgirán- es el motivo, la razón por la cual la madre ha enfermado, el por qué del silencio: ¿real? ¿fingido?
Un mismo silencio aparecerá -disimuladamente, mentirosamente, violentamente- a partir de cualquiera de los caminos que Ree elija. Callejones que internan en una oscuridad que ella, vestida sólo de decisión, habrá de enfrentar. Nocturnidad de abismo de un bosque en invierno. Ámbito reaccionario y norteamericano del que ha abrevado tanto cine de terror, que ha explicado sus hallazgos argumentales desde el seno de entornos familiares macabros, de pureza incestuosa.
El peregrinar de Ree es, en esencia, el de una identidad familiar mayor, que si bien tiene como objetivo el paradero del padre (objetivo obligado, ya que lo que ella busca de manera fundamental es la continuidad de su propia familia, la que cuida al amparo de su hogar en peligro), la inunda en una ciénaga de parentescos; todos serán, de una forma u otra, parte de un mismo núcleo de sangre, de una sangre que habla tanto de la afinidad que los liga como también de la violencia desde la cual se han concebido y organizado.
Entonces, la sangre misma como garante violento de un orden familiar, de tintes sociales apenas civilizatorios. Un estado de inminencia salvaje que todavía late, y que aflora a partir de las mismas enseñanzas de Ree a sus hermanos ante la eventualidad de su ausencia: aprender el manejo de armas, desmembrar la presa, saber cómo cocinarla y, en fin, cómo devorarla. La cadencia rítmica del film, casi siempre monocorde, ofrecerá toda una sucesión de situaciones límite, de fronteras apenas difusas entre la convivencia y el sometimiento o, tal vez mejor, el retrato de un sometimiento cuyas reglas respetar para así convivir. Sobresale la imagen del gran abuelo, de voz en silencio y venerable, de órdenes siempre obedecidas, con hijos y nietos lacayos. Las mujeres, en tanto, viven un mundo paralelo, parecen no tener voz (la madre de Ree, otra vez), sus rostros son huraños, y son capaces de golpearse entre sí ante la necesidad masculina.
¿Dónde está el padre de Ree? Pero también, ¿quién es el padre de Ree? El silencio, a su vez, guarda secretos. Y es desde allí cómo se sostienen los lazos y sus jerarquías. Desanudar el interrogante significa poner en duda el sostén, aquello que hace posible la cohesión. Es en ese lugar donde decide internarse Ree, como un personaje de cuento de hadas macabro –rasgo visto por la crítica hacia el film-, que sabrá encontrar una casita de caramelo (el laboratorio de drogas paterno) así como también a las brujas y al lobo que amenazan con comerla. Algún hada madrina, de forma insospechada, habrá también de ayudar, mientras un lago aceitoso oficia como rúbrica fantasmal.
Sólo destacar que aún cuando Ree pueda, tal vez –y sin que el lector entienda esto como una revelación argumental, lejos está de serlo-, resolver su situación, nunca lo hará en desmedro del secreto. Porque al fin y al cabo el propósito de Ree, se señalaba, será el mantenimiento y la supervivencia de su grupo humano, de su familia. Un capítulo más, como tantos, dentro de la historia y tradición entretejidas por sus mayores.

domingo, 6 de febrero de 2011

Fernando Kabusacki+Luck: entrevista


Kabusacki y el conejo de la suerte



A días de presentarse en el Centro Cultural Parque de España, el músico propone fantasías y magia para una música que las ha olvidado. "Si bien conviven un montón de estéticas y estilos muy distintos, se da un entramado muy natural", dice.


Por Leandro Arteaga

No es extraño que la armonía –una palabra que aquí se repetirá- que se desprende de Luck, el reciente y octavo disco de Fernando Kabusacki, continúe desde el diálogo con el mismo músico. “Digo lo que realmente siento, y edito los discos que me parecen buenos, no tengo un filtro especulativo” comenta a Rosario/12 el músico y guitarrista en vistas a su presentación el próximo viernes 11 en Parque de España, a partir de las 20.
Las veintiocho piezas para armar (o canciones) de Luck componen un viaje laberíntico, emocional, surreal. Cada una de ellas un sendero nuevo, de esos que se pierden entre el bosque para no saber bien dónde terminar o ramificar. La tapa del disco, de hecho, fusiona árboles, luz de sol, animalitos, monstruitos, y una caperucita.
“La elección de la tapa, así como todo lo que cada uno aportó en el disco, fue elección libre del diseñador, Juan Jaureguiberry. Al escuchar el disco le pareció que de entre las fotos de Manuel Archain, ésa era la que más le parecía que tenía que ver; en cierta forma, la tapa es una representación visual según la versión de Juan a través de una foto de Manuel. Me parece una buena comprensión del disco, no es algo que yo haya pensado de antemano. Un periodista me decía que le hacía acordar a Alicia en el país de las maravillas, y hace un rato una amiga me manda un mail con el mensaje ‘suerte en el año del conejo’, y justo el disco se llama Luck (suerte) y tiene a un conejo en la tapa. Hay un montón de elementos que parecen danzar en armonía entre la música y el concepto del disco, es un montón de coincidencias felices”, señala Kabusacki entre risas.

-Esa armonía que se escucha y se nota, ¿la lográs desde una manera de trabajo intuitiva? ¿Establecés alguna premisa al momento de grabar?

-Es totalmente intuitiva, ese fluir se da gracias a que nada es forzado, solamente desde la elección de los músicos. Cada uno de ellos hace lo que le parece sin ningún tipo de interferencia de mi parte. De hecho, la única participación del productor fue la de llamarlo para hacer cosas puntuales. Yo no metí mano en nada, todos tuvimos la libertad de hacer lo que nos parecía en cada momento, y eso hace que Luck sea un disco muy fluido. Luego está el trabajo de edición, que fue muchísimo, de recorte y de emprolijamiento, pero lo que cada uno hizo no es un arreglo forzado ni obligado.

-Podría decirse que lo que se percibe en Luck es una afinidad espiritual entre las partes.

-La única coordinación tuvo que ver con saber en qué temas participaba quién y qué días venía a grabar, el resto -parece caótico decirlo así- fue súper organizado. Cada uno tuvo su espacio y a cada uno se le asignó un lugarcito, de manera tal que el disco se fue armando como una trama, a la vez que adquiría una forma muy orgánica. Si bien en Luck conviven un montón de estéticas y de estilos muy distintos, se da un entramado muy natural, cuando bien podría haber quedado una especie de híbrido. La única premisa fue la libertad. Yo sabía de antemano cómo entienden las cosas los músicos que participan, de una manera que coincide con la mía, pero al mismo tiempo todos me sorprendieron, cada vez que venía uno a grabar yo no lo podía creer. Las vocalistas, por ejemplo, son increíbles.

Luck se concibe desde Kabusacki pero a partir de la colaboración y participación estética de, entre muchos otros, Fernando Samalea, Javier Martínez, Paula Shocron, Alejandro Franov, Victoria Zotalis, Matías Mango. Ello como consecuencia de un recorrido musical que lo ha llevado a ser reconocido internacionalmente, con giras por Europa, Estados Unidos, Japón y Sudamérica. Actualmente, Kabusacki participa del proyecto Robert Fripp & The Orchestra of Crafty Guitarists, una agrupación de cincuenta guitarras acústicas bajo la dirección, de características sinfónicas, del venerable Fripp, además de integrar la banda de Francisco Bochatón, de Vértigo Colectivo, y de María Eva Albistur. Entre los tantos músicos con quienes ha grabado, figura también Charly García; de hecho, su último y accidentado disco –Kill Gil- lo ha tenido entre sus filas.
“Charly tiene tanta experiencia y años de trayectoria que, en general, todas las habladurías que se refieren deben ser ciertas. En la época de Serú Girán, el mismo David Lebón me contaba que era jodidísimo tocar con Charly, que era muy exigente y que le hacía tocar cosas dificilísimas, que le costaban muchísimo. Yo coincidí con Charly en una época donde me hizo muchas sugerencias, que sirvieron como disparadores; eran cosas del estilo: ‘A ver, empecemos con un sonido de guitarra tipo Jimmy Page, tipo Gilmour, tipo Harrison’, y a partir de ahí yo tenía total libertad para tocar lo que me parecía. En cuanto a las sesiones interminables sé que hay historias donde Charly despedía músicos que no aguantaban veinte horas grabando; en mi caso, si después de quince horas me daba sueño le decía que me iba a dormir y me iba. Pero mi historia también es distinta porque con él tengo una relación de amistad que va más allá de lo laboral.”

El cine siempre ha acompañado a Fernando Kabusacki. Además de musicalizar trabajos de Pablo Rodríguez Jáuregui, Julia Solomonoff y Lucía Cedrón, dirige y coordina la National Film Chamber Orchestra, con presentaciones en el Malba y en el programa Filmoteca, de canal 7. En Luck puede oírse la voz de William S. Hart, uno de los cowboys más famosos del primer cine, a partir de extractos del que resultaría su último film: Tumbleweeds (1925), allí “cuando él se despide de las películas”. “Es muy emotivo escuchar cómo habla, con qué cariño se refiere al cine. En cierta forma puse a William Hart por la manera con que resuenan la pasión y el amor.”

-En referencia a la National Film Chamber Orchestra, alguna vez te escuché decir que la partitura musical la aporta la misma película.

-Es que las películas son tan buenas que lo único que tenemos que hacer es acompañarlas. El cine es un lugar donde las fantasías son posibles y yo pienso que la música que se escucha, por lo menos, en los circuitos tradicionales se ha perdido mucho de esa fantasía, de ese juego. En las películas a veces se cuentan historias fantásticas pero en la música no, y para mí es algo que hay que rescatar: la fantasía, la ilusión, la magia. Es importante que eso esté en la música.

También en Rosario/12 (06/02/2011)

El Avispón Verde (2011, Michel Gondry)


Avispón de alas caídas


El Avispón Verde
(The Green Hornet)
EE.UU., 2011. Dirección: Michel Gondry. Guión: Seth Rogen, Evan Goldberg. Fotografía: John Schwartzman. Música: James Newton Howard. Montaje: Michael Tronik. Intérpretes: Seth Rogen, Jay Chou, Cameron Diaz, Tom Wilkinson, Christophe Waltz, David Harbour, Edward James Olmos. Duración: 119 minutos.


Por Leandro Arteaga


En entrevistas recientes el realizador francés Michel Gondry supo “atajarse” rápidamente y señalar que él no era un “intelectual”, a la vez que dejaba entender que, aún cuando un film con las características de El Avispón Verde quedaba sujeto a los vaivenes y caprichos de productores y distribuidores, él procuró dejar una impronta afín con sus gustos y estética.
Por un lado, las declaraciones del realizador –quien ahora se encuentra filmando un documental sobre y con Noam Chomsky- pueden leerse como respuesta a la expectativa que entre seguidores y sectores de la crítica (sobre todo europea) han despertado films suyos como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Soñando despierto, o la admirable Rebobinados. Un talante surreal, a veces fastidioso, por momentos poético (tal el desenlace de Rebobinados), ha hecho de Gondry un cineasta casi de culto, quien al confirmar su intención de filmar El Avispón Verde no ha hecho más que despertar todavía más curiosidad y ganas por la película. Así como también levantara las sospechas pertinentes ante el aval de un realizador atípico para una realización típicamente hollywoodense.
Pero lo cierto es que, ni aún con varias dosis de decadrón, podrán volverse placenteros los efectos de picadura de este Avispón reencarnado. El Avispón versión Gondry puede medianamente disfrutarse si se supera el desconcierto inicial, si se tolera a su protagonista (Seth Rogen), y si se dispone el espectador a ironizar –de la manera, por momentos, más estúpida posible- a superhéroes y amigos afines. Porque El Avispón Verde es, en suma, eso.
Y también por ser un personaje –nacido de la radio, protagonista de films, cómics, y de una popular serie de TV en los ’60- que, si bien encantador, es de segunda línea. Lo que permite a Gondry y a Rogen desacralizarlo y ridiculizarlo para volverlo el tonto más grande con el compañero más inteligente. Allí entra Kato (Jay Chou), conciente de ser la sombra del Avispón en las noticias, de no tener misma fama por ser –aquí algo del guiño Gondry- japonés, tal como negro era Ebony en The Spirit, o indio era Toro en El Llanero Solitario. Lo cierto es que Kato, sin habilidades para la pantalla como sí las tenía Bruce Lee en la serie televisiva, se vuelve también remedo –evidente en una secuencia- de aquel otro partenaire de mismo nombre con el que solía entrenarse el querido Inspector Clouseau en la serie La pantera rosa.
Entonces, El Avispón Verde tiene momentos buenos, malos, ridículos (los mejores), un 3D innecesario, y un villano medianamente inspirado cortesía de Christophe Waltz. No mucho más. Lo que es decir, bastante poco para ser un film con la firma de Michel Gondry. Quién sabe, quizá hasta procure su secuela. Mejor será esperar por la concreción de su nuevo proyecto, y que la picadura de este abejorro quede como el recuerdo de una roncha poco grata.