lunes, 2 de noviembre de 2009

Filmatrón (Pablo Parés, 2007)


Filmar la bizarra
y delirante verdad


Filmatrón
Argentina, 2007. Dirección y guión: Pablo Parés. Guión: Pablo Parés. Montaje: Pablo Parés, Esteban Rojas, Diego Briata, Gastón Inaui. Fotografía: Diego Echave. Música: Alejandro D’Aloisio. Intérpretes: Walter Cornás, Laura Azcurra, Ricardo Chiesa, Berta Muñiz, Paulo Soria, Esteban Prol, Ignacio Huang.


Farsa Producciones tiene una trayectoria que ya es vasta, marginal, comercial, y también, admirable. Porque Filmatrón no tiene desperdicio. Y si bien es un estreno “demorado” –que felizmente la sala Arteón (Rosario) nos posibilita- habrá que recordar, por eso mismo, que fue ganadora del premio del público en el Bafici 2007 y en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre del mismo año.
¿Y qué es Filmatrón? Es una mezcla alucinada de ciencia-ficción, distopía, superhéroes, historietas, dibujos animados y, sobre todo, pasión por filmar. El futuro se nos presenta mal. Un gobierno despótico y autoritario sustituye alimentos básicos por réplicas incomestibles, adoctrina desde academias vetustas, y nos adormece con programas televisivos idiotas. El Gordo Héctor (el incombustible Berta Muñiz) es el Gran Hermano en esta aventura imposible. Su prédica de afecto se preocupa porque ingiramos basuras de todo tipo: culinarias o televisivas, da lo mismo.
Ahora bien. El rebelde de veras. Aquél capaz de dar a conocer lo que ocurre realmente porque, como reza el mismo film (todo un hallazo): “la gente tiene derecho a que le digan lo que no quiere oír”. El rebelde, decíamos, es el último director de cine independiente. Capaz de dar cuenta de la verdad a través de la última cámara hogareña. Arma letal. Móvil de la ira peor y persecutoria del régimen de facto. Herramienta de trabajo que pasa de mano en mano, de generación en generación. Hay que contar lo que la gente no quiere oír. Al fin y al cabo, repetimos, están en su derecho.
Y aquí es donde Farsa es capaz de autoparodiarse. Porque cuando vemos el resultado de estos films no podemos menos que asociar y recordar joyas Z de la productora como Plaga Zombie (1997) y sucedáneos similares. En este sentido, Filmatrón es herencia fílmica de Farsa pero, sobre todo, superación cinematográfica. Posee un nivel narrativo brillante, en función de –estimamos- recursos presupuestarios justos. Más un disfrute que se percibe desde la pantalla. Estos chicos la pasan bien; porque filman, la pasan bien. ¿Cómo no contagiarse?
Sin necesidad de prédica alguna, Filmatrón pierde a sus personajes en las ganas de hacer una película. En el laberinto, a veces desesperado, que significa. Para ello está también –y qué bien plasmado- el peregrinar por pasillos eternos, circulares, en busca del subsidio. Burocracias que terminan con tantos proyectos en la basura. La necesidad, entonces, de autofinanciar, de buscar paralelamente, de filmar como sea.
Con ese ímpetu, como consecuencia, dos cosas: poner en jaque al régimen dictatorial y, sobre todo, permitirnos ver una película jovial, bizarra, divertidísima. Piñas, patadas, sangre bien roja, condimentos escatológicos, diálogos de viñetas. Lo que el cine de Farsa ha cultivado se da cita en Filmatrón como corolario que promete su “continuará”. Toda una celebración.

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