domingo, 4 de octubre de 2009

Traitor (2008, Jeffrey Nachmanoff)


Espionaje y terrorismo de poco vuelo


Traidor
(Traitor)
EE.UU., 2008. Dirección: Jeffrey Nachmanoff. Guión: Jeffrey Nachmanoff, Steve Martin. Fotografía: J. Michael Muro. Música: Mark Kilian. Montaje: Billy Fox. Intérpretes: Don Cheadle, Guy Pearce, Jeff Daniels, Saïd Taghmaoui, Neal McDonough, Alvy Khan. Duración: 114 minutos.


La bendita corrección política genera films, como de costumbre, complacientes y poco complejos. Y ello se nota cuando uno percibe cierto tufillo de prédica aleccionadora o bienpensante. Parecerá una comparación absurda, pero pensemos –por contraste- en un film maestro como La venganza de Ulzana (1972), del gran Robert Aldrich. Cuando la actitud de la época, por aquellos años, acostumbraba dulcificar la mirada sobre el indígena, Aldrich se descarga con una película (de sus mejores) en donde no hay intransigencia y donde la bestialidad anida en el ser humano, cualquiera sea su color de piel.
Todo este prólogo porque, si bien sin indios de por medio, Traidor se inscribe dentro del subgénero, digamos, del espionaje terrorista: células dedicadas a cultivar bombas islámicas que asolen la tranquilidad del hombre blanco. Desde el 11-S, el cine norteamericano no ha parado de mirar, de modo cómplice, el conflicto bélico. El terrorista inundó las pantallas, así como los indios de los westerns, para justificar desde la propaganda el quehacer oficial.
Pero dado el giro político en el escenario de EE.UU., podemos ahora encontrar otros discursos, algo distintos. Allí entonces, por lo general, la corrección política. Porque en Traidor poco hay de complejidad o tematización sino, antes bien, una mirada simplificada. Así como ocurre, también pero peor, en ese fresco de sopor insoportable que es Julie & Julia (2009, Nora Ephron), donde el macarthysmo y el “sueño americano” parecen explicarse desde el contenido de un paquete de manteca.
Podemos pensar Traidor desde la ambigüedad del título: su protagonista es alguien que, aunque ligado al quehacer terrorista, guarda otra historia que contar. Situación a la que arribamos de modo pronto, de forma tal que la ambigüedad desaparece. Porque Samir (Don Cheadle) adquiere este rótulo conforme a los ojos que lo miren, de acuerdo con el color de religión o de bandería política.
En otras palabras: Alá y Dios son la misma creencia, lo que ocurre es que el fanatismo genera monstruos. Aquí es donde podemos encontrar un matiz de mayor interés, más aún cuando descubrimos que uno de los guionistas del film es el cómico Steve Martin, quien nos adentra en una historia que se aleja de su buen humor habitual.
De todas maneras, Traidor no escapa a las frases fáciles, que escupen al hombre blanco atrocidades en nombre de la (su) democracia, así como la duda que experimenta el fanático religioso durante el transcurso de su tarea. Todo muy armado como para que el film asemeje una reflexión que no asume, más lo que significa el poco trabajo que del suspense se realiza. Porque narrativamente, para colmo, Traidor es aburrida.
Será por eso que el film de Aldrich sigue vigente como obra maestra, sin aleccionamientos ni retórica fácil. Rasgos que en Traidor encontramos como síntoma de un cine que ha hecho de ellos una pandemia.

No hay comentarios: