lunes, 10 de agosto de 2009

Katyn (Andrzej Wajda, 2007)


Retratos de dolor


Katyn
Polonia, 2007. Dirección: Andrzej Wajda. Guión: Andrzej Mularczyk, Przemyslaw Nowakowski, Wladyslaw Pasikowski, Andrzej Wajda. Fotografía: Pawel Edelman.Música: Krzysztof Penderecki. Montaje: Milenia Fiedler, Rafal Listopad. Intérpretes: Andrzej Chyra, Maja Ostaszewska, Artur Zmijewski, Danuta Stenka, Jan Englert, Magdalena Cielecka. Duración: 118 minutos. Nominada al Oscar Mejor Film Extranjero.



"Mientras el crimen de Stalin me privó de mi padre, mi madre estuvo pendiente de las mentiras y la esperanza vana del regreso de su marido."
Andrzej Wajda en www.wajda.pl


Valdrá el recuerdo acerca del querido Luis Buñuel, quien supo agradecer al realizador polaco Andrzej Wajda (1926) señalar sus películas como razón decisiva para dedicarse al cine. “Eso me recuerda mi propia admiración –dice Buñuel en Mi último suspiro- por las primeras películas de Fritz Lang, que decidieron mi vida. Hay algo que me conmueve en esta continuidad secreta que va de una película a otra” (Plaza&Janés, 1982, p. 264).
Andrzej Wajda es uno de los nombres mayores del cine. Y me remito, como manera de acercarnos al estado de ánimo que nos propone Katyn, a Kanal (1957), cuyo recuerdo me es imposible disociar de un mundo gris, agobiante, dado a la asfixia, donde las alcantarillas de Varsovia guían un escape sin rumbo, sin salida, durante el levantamiento de 1944. El final debe ser uno de los momentos más sórdidos para cualquier espectador.
En Katyn volvemos a atravesar el espejo de las pesadillas. A veces olvidado o poco contado, pero cruelmente cierto. Porque Katyn expone por primera vez la masacre de la que fueron víctimas más de 14.000 prisioneros de guerra polacos a manos de la policía secreta Soviética (la NKVD). Crimen que se imputó, desde el mismo estado, a los alemanes, a la vez que procuró la desesperación de esposas, madres, hijas y hermanas –todas representadas en el film- sobre un paradero incierto. (Práctica que nos remite a nuestra historia reciente y latinoamericana).
Se suma, también, la propia experiencia del realizador, cuyo padre fuera una de estas víctimas, cuyas muertes sistemáticas provocan el estremecimiento desde la recreación fílmica. Allí otra vez esa plasmación de agobio a la que aludíamos: Wajda nos salpica de sangre, nos sumerge en el foso, nos entierra con los cadáveres; porque la verdad del hecho es incuestionable, ante ello la cámara no puede apartar la mirada, so pena de cinismo involuntario o de cobardía de análisis.
En este sentido, es ejemplarmente cinematográfico observar los films de propaganda –expuestos en Katyn- que atribuyen culpas a uno y otro bando (nazis o comunistas): el montaje se revela como herramienta de sentido, es en esa operación de suma de imágenes y sonidos donde se expone el acto moral/inmoral de sus responsables.
Hay destellos pequeños de solidaridad en alguno de los personajes, pero sobre todo hay empecinamiento –y para ello el mismo film y su discurso- por la develación de la verdad. El retrato de estas mujeres dolidas, valientes, asustadas, son su homenaje, son la necesidad del recuerdo. Más la denuncia sobre lo que significa todo totalitarismo, todo proceso autoritario y, de suyo propio, mentiroso.
Propongo, como síntesis, el momento desde el cual los nazis toman la Universidad y falsean su discurso ante autoridades y docentes. Luego de ello, conducen a los partícipes a camiones con destino a los campos de concentración. Sólo queda como posibilidad de respuesta la muerte. Otra vez la falta de salida. Y un agobio que, si se vuelve soportable al espectador, lo es por el mismo ejercicio del recuerdo, actividad vital cuyo ejercicio nos permite el cine.

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