domingo, 22 de marzo de 2009

Death Proof (2007, Quentin Tarantino)


Celuloide rayado pero cine aburrido


A prueba de muerte
(Death Proof)
EE.UU., 2007. Dirección y guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Quentin Tarantino. Montaje: Sally Menke. Maquillaje: Howard Berger, Gregory Nicotero. Intérpretes: Kurt Russell, Zoe Bell, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Sidney Tamiia Poitier, Rose McGowan. Duración: 114 minutos.



Segmento del díptico Grindhouse -que conforma junto con Planet Terror (2007), de Robert Rodríguez-, A prueba de muerte de Quentin Tarantino conjuga aquellos elementos indispensables para los dobles programas que el realizador tanto añora y celebra: cine berreta, celuloide raído, y rollos faltantes.
Condiciones de proyección que han significado toda una experiencia cinematográfica y cinéfila. Títulos disparatados –que A prueba de muerte cita explícitamente desde sus decorados- producidos para alimentar un gigantesco y ya desaparecido emporio del autocine y el cine B. El proyecto Grindhouse, además, ya cuenta con films que se suman a su estética, como es el caso de la reciente Hell Ride (2008, Larry Bishop), con producción ejecutiva de Tarantino, y una guerra de motoqueros con cameos de David Carradine y Dennis Hopper. Un tour de force desprovisto de verosímil pero lleno de chicas desnudas. Con Carradine y Hopper concientes de lo ridículo del film.
Y si bien A prueba de muerte tiene algunos de aquellos elementos que uno disfruta (cine “sucio”, acción de matinée, autos clásicos), tanto como el protagónico del gran Kurt Russell (demente doble de cine -Stuntman Mike- que adora su Chevrolet negro y cadavérico, arma mortal para las mujeres que elige arrollar), nada de ello nos salva del tedio que provoca el film de Tarantino.
Hay ciertas situaciones que en Tarantino ya resultan no sólo reiterativas, sino cansinas. Tanto sus personajes post-pop-pulps (creíbles y divertidos a veces, aburridos otras tantas) o los largos diálogos, ocupados en aspectos irrelevantes, que se prolongan sin aportar nada que signifique peso alguno a la trama. De hecho, el argumento de A prueba de muerte se estructura desde una concepción dual y reiterativa. Es decir, el film se divide en dos partes absolutamente iguales, sólo las distingue su desenlace.
En este sentido, el quiebre lo marca un blanco y negro tan injustificado como el tipo de imagen límpida que, por contraste con el rayado de la primera parte, se observa de mitad del film en adelante. Como si fuesen dos capítulos en la vida de este psicótico “stuntman” de las pistas que sólo gusta de, decíamos, arrollar mujeres.
Sí puede uno quedarse, cómo no, con Russell y su cicatriz y su auto y su look añejo. También se disfruta la injustificada ilación de escenas que los primeros momentos del film ofrecen. Pero no hay nada que nos lo vuelva de veras interesante. Como si –seguramente- Tarantino haya jugado con los rasgos más incongruentes de aquellas películas que él tanto disfruta y los hubiese trasladado a un divertimento que, por personal, se vuelve abúlico hacia el espectador. Un gran capricho, tanto como el que supone volver primera actriz a la de veras doble de riesgo Zoe Bell.
Valga la contrapartida que supone Planet Terror, donde Rodríguez construye una historia en la que sí participamos y disfrutamos con los códigos más bizarros del cine de terror.

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