sábado, 3 de enero de 2009

Crepúsculo (Twilight, 2008)



El vampiro

que toda madre prefiere

Crepúsculo
(Twilight) EE.UU., 2008 Dirección: Catherine Hardwicke. Guión: Melissa Rosenberg,
a partir del libro de Stephenie Meyer. Fotografía: Elliot Davis. Montaje: Nancy Richardson. Música: Carter Burwell. Intépretes: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Billy Burke, Ashley Greene, Peter Facinelli, Jackson Rathbone. Duración: 122 minutos.

Ser vampiro es asunto pecaminoso. Lo supo el mismo Bram Stoker al escribir su magistral Drácula. Es por ello, justamente, que el mejor de todos los vampiros habrá de ser muerto para frenar, así, su cruzada maligna y amoral. La cruz católica de Van Helsing es el arma letal, ante la que el conde y su progenie sienten la mayor repulsión y desprecio.
Las relecturas del mito vampírico son apasionantes, dan cuenta de las distintas ép
ocas y miedos que habitaron, y el cine ha sido el medio que más las ha desarrollado. Tantas veces magistralmente (como las versiones de Friedrich Murnau, Terence Fisher, John Carpenter o Francis Coppola) y tantas otras aberrantemente. Pero, aún en el peor de los casos, el más bizarro de los films guarda siempre algo de encanto y nostalgia. Y es eso, claro, lo que nos provoca debilidad y cinefilia.
Pero Crepúsculo tal vez sea la peor de todas las experiencias. Basada en el best-seller de Stephenie Meyer, el film es la fiel traslación –argumental y moral- del libro. No sólo es pésima por lo que supone su postura puritana, sino por ser una construcción narrativa soez, banal, aburrida, y plagada de lugares torpes y comunes. Sólo decir que ocupa 120 minutos que parece
n tan eternos como la desdicha melancólica de todo vampiro.
Pero acá, convengamos, de melancolía nada. No hay mucho que agregar al decir que Crepúsculo relata las aventuras de Bella (Kristen Stewart), adolescente que decide vivir con su padre tras el nuevo matrimonio de su madre, lo que le supone afrontar las terribles experiencias de un pueblo nuevo, su gente, la escuela y todo eso. El chico extraño del curso la mira y ella lo mira. Histeria –insoportable- de por medio, noviecitos, envidia, admiración, algún besito, y hasta ahí llegamos.

Porque Edward (Robert Pattinson) es un vampiro de buena familia, la cual, merced a la figura paternal, vampírica y pastoral, del Dr. Cullen (Peter Facinelli), ha decidido no beber sangre humana. Será entonces cuando el deseo voraz del níveo Edward por Bella deba reprimirse. Nada de mordiscos, los padres felices, todos en familia y moralmente tranquilos.

Es de no creer. Cuando los vampiros nos han llevado a delirar y disfrutar de tantas experiencias prohibidas, aquí son un manojo de conservadores moralistas. Cuidan con los suyos del bienestar comunal. Se pelean con los que prefieren morder cuellos, los que elijen vivir distinto, y dan consejos de vida (¿y la no-vida?). Aunque tengan más de un siglo se siguen comportando como adolescentes. Una manga de giles, bah.

Mientras que la hendidura en la yugular supo ser, para la mayoría de la narrativa vampírica, alegoría del orgasmo, en Crepúsculo se analoga con el veneno que corrompe el cuerpo. Es así que nos encontramos con la imagen del joven carilindo, casto, y acorde con las consignas sociales más retrógradas.

Vampiros que manejan autos caros. Salvan a la dama en apuros. Y la devuelven al padre antes de las cero horas. ¡Drácula, volvé!

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