sábado, 29 de noviembre de 2008

Satélites, bombas y traiciones

Red de mentiras
(Body of Lie
s)
EE.UU., 200
8
Dirección: R
idley Scott.
Guión: William Monahan, a partir de la novela de David Ignatius.
Fotografía: Alexander Witt.
Montaje: Pietro Scalia.
Música: Marc Streitenfeld.
Intérpretes: Russell Crowe, Leonardo DiCaprio, Mark Strong, Golfshifteh Farahani, Oscar Isaac.
Duración: 128 minutos.


Con el cine de Ridley Scott ocurre, desde hace un tiempo, algo recurrente. Por un lado, es el realizador que la industria quiso a partir de Gladiador, con bodrios como Cruzada o Un buen año, entre otros títulos. Por otro lado, no deja de ser el responsable de magníficas películas como Los duelistas, Alien, el octavo pasajero y –esa obra maestra- Blade Runner.
Entonces, cuando una nueva película de Scott ve la luz, todo ello vuelve a emerger y uno no puede resistir la tentación de volver a acercarse al cine. De hecho, American Gangster, su anterior film, nos devolvió un interés cinéfilo que -desde mi parecer- parecía perdido respecto de su obra.
En Red de mentiras nos adentramos en un conflicto bélico, con trama de espionaje, que el cine norteamericano acostumbra merced a sus distintos climas políticos. Es decir, si hay una invasión a Irak, habrá películas sobre el tema. Si la postura moral hacia la guerra es positiva, será ésta la suerte ideológica de los films. Pero dada la actual percepción –digamos así- de vientos políticos diferentes, las películas sabrán adecuarse, claro, en la dirección que corresponda.
Desde este lugar, uno puede entender Red de mentiras como, efectivamente, un film diferente respecto de la mirada reaccionaria que ha prevalecido sobre la contienda terrorista. Pero, a la vez, uno no puede desentenderse de la hipocresía evidente –por “políticamente correcta”- que tal actitud reviste. De todas maneras, no seamos tan drásticos y, por lo menos, demos al film de Ridley Scott el crédito que merece.
Porque Red de mentiras está bien. Atractivamente narrada. Atravesada por un juego de inteligencia entre las altas tecnologías –el mundo del futuro, de acuerdo con el film- y su ausencia. Los enemigos ya no se visten como tales, sino que se confunden y mezclan. Y aún cuando la vigilancia satelital sea superlativa, habrá maneras de burlar al ojo que todo lo ve.
Mientras tanto, una oleada de ataques terroristas invade Europa. Y la CIA, más el servicio de inteligencia jordano, trama acuerdos y desacuerdos para contrarrestar y/o perpetuar un mismo clima de miedo. Porque, podríamos precisar, es éste el trabajo. Y en esta guerra, dirá Hoffman (Russel Crowe), “nadie es inocente”, mientras acompaña a sus hijos a la escuela, contesta a su mujer, y dirige –vía celular- operativos comando en Medio Oriente.
Su mejor agente, su oveja descarriada, allí en medio del fuego, quita de su carne pedacitos de los huesos de su compañero de tareas, destrozado luego de un ataque. Enclave para diferentes procedimientos, desencantado ante “la América” que su jefe representa, Ferris (Leonardo DiCaprio) buscará un lugar intermedio, lejos –no tanto- de la bandera defendida, con la carga de muertes ocasionadas, más la incertidumbre de un amor en territorio considerado hostil.
Todo ello, no es poco, en este film. Nada relevante pero lo suficientemente digno. Mi único temor, agrego, es el proyecto próximo: Nottingham, donde Scott vestirá al gordito de Crowe dentro de las calzas de Robin Hood. Uy.

viernes, 28 de noviembre de 2008

El cine y las bicicletas






El gran golpe
(The Bank Job)
Inglaterra, 2008
Dirección: Roger Donaldson.
Guión: Dick Clement, Ian La Frenais.
Intérpretes: Jason Statham, Saffron Burrows, Daniel Mays, Alistair Petrie.







Las dos caras de la ley
(Righteous Kill)
EE.UU., 2008
Dirección: Jon Avnet.
Guión: Russell Gewirtz.
Intérpretes: Robert De Niro, Al Pacino, John Leguizamo, Brian Dennehy.

Juguemos una simetría. Por un lado el film bueno (El gran golpe). Por el otro, el film malo (Las dos caras de la ley). El bueno contra el malo. Y si bien, por lo general, me despiertan simpatía los villanos, decidiré aquí de modo diferente. Porque de lo que se trata es, convengamos, de buen cine y de mal cine.
Se podrá argumentar que argumentos morales semejantes podrían resultar reaccionarios. De ninguna manera. Argumentos morales semejantes son los que debieran recordarse para, de una buena vez, despejar dudas ante películas, de veras, villanas.
Villanas por olvidar cualquier rasgo de transgresión más la ignorancia de cualquier otro que las conduzca, como resultado, a un buen film. Recuerdo a Salvador Sammaritano, en una mesa de café, con el amigo Emilio Bellon y muchos más, comparar para nuestros oídos entusiastas la manufactura de una película con la de una bicicleta. Mínimamente deberán respetarse ciertas normas para que una bicicleta funcione como tal. Lo mismo para una película, nos decía el gran Sammaritano.
Las dos caras de la ley olvida lo de la bicicleta y lo del cine. Aburrida y estúpida. Con De Niro y Pacino como viejos policías en una historia que de suspenso tiene lo mismo que una telenovela de la tarde. Más el agravio que significan dos actores semejantes dentro de un film semejante. Sólo por dinero. Qué duda cabe.
Pero el aliciente, bienvenido, viene del lado de El gran golpe, film inglés que aunque nos evoque aquél otro protagonizado por la dupla Redford/Newman (grandes allí, a diferencia de Pacino/De Niro), aquí la acción nos sitúa en Londres, 1971. El hecho fue real. Un robo bancario de proporciones gigantes. Tanto como para imbricar a un líder social, al cine porno y a la misma corona británica. Con un relato ágil, que nos remite al cine de aquellos años, El gran golpe rebosa vitalidad y disfrute.
Mientras que Las dos caras… supone, justamente, la antítesis. El problema no es su argumento (“culpable que luego es sospechoso que luego es inocente”) sino su plasmación narrativa (obvia y condescendiente con el cine más predecible). Situación que en la película inglesa ocurre de manera diferente, inteligente, con saltos narrativos que desarticulan la historia para agregar matices, juegos de ingenio y aventura por dosis iguales. Nervio que el espectador comparte y que me recuerda mismas reacciones durante le proyección de Antes que el diablo sepa que estás muerto, otro gran film y de Sidney Lumet (quien dirigiera a Pacino en Serpico y en Tarde de perros).
Pero el director del bodrio actual se llama Jon Avnet. El mismo de 88 minutos (2007), bodrio anterior también con Pacino. El realizador de El gran golpe es Roger Donaldson, alguien irregular, responsable de films como Sin salida (1987), la espantosa remake de La huida (1994) o la reciente Sueños de gloria, con Anthony Hopkins. Sin embargo, ahora sí, Donaldson supo cómo armar, por fin, una buena bicicleta y una muy buena película. Vale la pena acercarse al cine.

lunes, 17 de noviembre de 2008


La sonrisa y sus cicatrices

Joker
Guión: Brian Azzarello.
Dibujos: Lee Bermejo (lápiz) y Mick Gray (tinta)
DC Comics, NY, Octubre/2008
Novela Gráfica, 128 págs.

Todo proyecto en manos de autores como Brian Azzarello (100 Bullets, con Eduardo Risso) significa de manera extra. Sobre todo porque su nombre ha subido alto, tanto como para bastarle titular simplemente Joker su reciente trabajo sobre la Némesis psicótica de Batman. Nombre propio, de comic definitivo,

que recuerda anteriores obras, tales como Banner (2001) o Cage (2002), junto con Richard Corben, para Marvel.

En Joker nos encontramos con una suerte de nueva historia sobre la misma y trillada –digámoslo así- historia de siempre: Joker y Batman. La mirada mejor -¿definitiva?- supo darla Alan Moore por medio de The Killing Joke (1988), y si bien en Joker encontraremos a Batman recién hacia el desenlace, su sombra ominosa, motivo esencial de Joker, no dejará por ello de transitar las más de 100 páginas del comic.
Lo que destaca en este caso es el punto de vista, elegido por fuera de los protagonistas célebres, encarnado en el simple hampón que acepta recoger al desbarrancado pero aún temido villano en las puertas del Asilo Arkham. No se sabe cómo, pero Joker convenció a sus guardias psíquicos de que no está loco. Por eso su libertad. Por eso el motivo/excusa de este comic.
Desde el relato en primera persona, Jonny Frost nos narra su vínculo al desmadre ilimitado de Joker, mientras se hunde en un abismo que lo conecta con problemas personales y ajenos al criminal sonriente. Pero decir que Joker está loco es lo que aquí se desmiente, puesto que su desquicio irá de la mano con la recuperación monárquica del escenario criminal de Gotham. Monarquía revestida de pseudo-anarquía.
Entonces, ¿qué nos queda? Una suerte de remedo consciente de la nueva película de Batman: The Dark Knight (2008). El Joker de Azzarello puede situarse en cualquier momento de la continuidad de Batman mientras, he aquí su rasgo fundamental, “actualiza” los patrones de conducta del héroe y sus villanos tradicionales. Y esta “actualización” encuentra, por un lado, una continuidad evidente respecto del regodeo violento que tanto atrapa a Azzarello y, por el otro, el vicio tan innecesario del que hoy se reviste cierto tipo de ficción: “realismo”.
Aquí, por ello, el lápiz de Lee Bermejo. El Joker del dibujante es el Joker del actor Heath Ledger. No tendremos más sonrisa como mueca deforme, sino como producto de aquel misterioso corte del cual quedan sólo las cicatrices horrendas. En otras palabras, no hay más nada de aquel encanto camp del cual Batman supo nutrirse viñeta tras viñeta. Tampoco nada de aquel circo freak con el que los films de Tim Burton supieron encantarnos. Baste comprobar, para el caso, las versiones de Killer Croc –otrora un cocodrilo humano- o The Riddler –ahora un teenager avejentado- que Bermejo nos ofrece.
En síntesis, cuando Joker culmina uno debiera sentir que ha asistido, otra vez, al inmortal enfrentamiento entre el ying y el yang. Algo que el último film abordó desde una superproducción en la que supo confundir, adrede, motivos anarquistas con ausencia de moral. Algo de ello ocurre aquí.
Para corroborar citemos, otra vez, a la gran Killing Joke. Contraste de estilos entre Moore y Azzarello: mientras Moore narra una historia de detectives capaz de mitologizar a sus personajes, Azzarello apunta a los efectismos de una botella rota desgarrando el rostro. También contraste de dibujo, fuera de campo y truculencia: recordemos aquel disparo fatal sobre Barbara Gordon –cortesía de Brian Bolland- ante los explícitos baños de sangre de Bermejo, con explosiones tan cinematográficas como banales. Será ante tanta violencia libertina, piensa uno, que Batman dejara de utilizar disfraz para enfundarse dentro de una armadura. Igualmente, no se trata de quitar mérito a Azzarello, artífice del relato noir contemporáneo, capaz de reformular al género desde una mixtura que incluye, entre otros, a Gould-Chandler-Spillane-Ellroy y, claro, Bob Kane.
Mientras tanto, y por fuera de este "realismo hard-boiled", aparecen las magníficas páginas mensuales que nos sigue proponiendo el guionista Grant Morrison en el comic-book Batman. Suerte de árbol de viñetas genealógico que se adentra en la historia del personaje para narrar, ni más ni menos, otra historia de detectives.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Llegar a La Havana y después

Che, el argentino
(The Argentine)
Francia/España/EE.UU., 2008
Dirección: Steven Soderbergh.
Guión: Peter Buchman.
Fotografía: Peter Andrews.
Montaje: Pablo Zumárraga.
Música: Alberto Iglesias.
Intérpretes: Benicio del Toro, Julia Ormond, Demián Bichir, Catalina Sandino Moreno, Santiago Cabrera,
Duración: 126 minutos.






Si bien las imágenes accesibles de un modo previo, a través de trailers y fotografías, permitían entrever una semejanza fisonómica entre el actor –Benicio del Toro- y su personaje –Ernesto Guevara-, la incógnita seguía siendo, de algún modo, ¿cómo adecuar la menudencia del guerrillero en la gigantez estatuaria de del Toro?
De una manera casi imperceptible, también notable, el actor lo logra. Y nos sumerge en un personaje sensible y sencillo, complejo y enorme. Porque la contextura de grandote del actor –que obtuviera el galardón correspondiente en el último Festival de Cannes- habilita el costado sígnico del personaje: mito que se recrea una y otra vez, sea por medio de películas o de libros. Vale decir, el Che se ha vuelto tan inmenso como la figura física que aquí lo reviste.
Y a la vez, así como correspondiendo esta faceta con capítulos históricos de similar desborde –el discurso en New York, los consecuentes embates periodísticos y políticos- también asistimos a momentos pequeños y mejores, tales como la alfabetización de los guerrilleros o, simplemente, la última palabra que elige el guión –y que dejaremos en suspenso- para finalizar el film, primera parte del díptico realizado por Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y video, Kafka).
Entonces, asistimos a la recreación de un Che no necesariamente idealizado o, por lo menos, ajeno a una concepción fanática u opositora. El Che de la dupla Soderbergh/del Toro se sitúa entremedio, de una forma más compleja, atenta a aquellos gestos de desafío y enmienda social, pero también a aquellos otros de digestión más difícil: pena de muerte irrevocable para quien traicione el ideal, o el adjetivo de “maricón” para quien decida abandonar la partida revolucionaria.
Desde estos elementos se ficciona, se recrea, a Guevara. Más el habitual desglose temporal de los films de Soderbergh: saltos en el tiempo que encuentran, de acuerdo con la mirada que queramos adoptar, ejes diferentes. Hacia atrás y hacia delante, con distintas texturas fotográficas, Soderbergh construye y deconstruye su personaje, que se impregna de un contexto que lo involucra de modo sustancial, que modifica gradualmente sus acentos argentino/cubanos, que labra una relación cíclica -podríamos decir, de acuerdo con la propuesta narrativa- entre el Che y Fidel Castro, hasta ese ingreso triunfal a La Havana, que el realizador decide certeramente evitar para dejar fuera de campo, mientras presagia de esta manera el acontecer inmediato y la independencia del Che para su partida hacia otros rumbos, de cara también al segundo capítulo fílmico con su acontecer definitivo en suelo boliviano.
En suma, asistimos a un buen film, narrado estupendamente, e interpretado de igual modo. Hay épica pero también mesura. Más lo que significa, de suyo propio, el nombre y figura de un personaje histórico que se nos revela como cercano pero, al mismo tiempo, también inasible.